Las armas que matan población civil inocente, que generan
emigraciones masivas y que mantienen conflictos inacabables, son en los países
desarrollados puestos de trabajo.
El funcionamiento de nuestra economía constituye un sistema en el
que -simplificando- sus elementos esenciales son los trabajadores que crean
productos, productos que posteriormente se venden y generan un beneficio,
beneficio que en parte repercute en los trabajadores cuando cobran sus
sueldos.
Si alguno de los elementos de este sistema falla el sistema
económico deja de funcionar.
Por tanto, eliminar por decreto la venta de un producto significa
romper el sistema y abocar a los trabajadores de las empresas que lo producen
-y al comercio, hostelería y servicios que de ellos dependen-, a engrosar las
listas del paro.
En este contexto, el ideal de un mundo en paz, sin armas, o al
menos un mundo de guerras en el que nosotros no colaboremos, choca con la realidad
de miles de puestos de trabajo que desaparecerían. La guerra no sólo es un gran
negocio para muchas empresas, es también el sustento de muchas familias.
Si ponemos en un platillo de la balanza los miles de víctimas que
generan las armas que producimos y su influencia en la economía global y
particular que esa producción causa, nos encontramos ante un dilema que puede
resolverse en favor de lo económico o en favor de lo ético.
Creo que la cuestión ética debe primar sobre la económica, pero
también creo que esa carga económica no debe recaer exclusivamente sobre los
trabajadores y empresas directamente relacionados con la producción de armas,
sino en toda la sociedad que a través de su gobierno opta por salir de ese
proceso de alimentar los conflictos.
Por eso, la Paz es cara.
El comercio mundial de armas mueve 100.000 millones de dólares
anuales, la producción española supone 4.400 millones de euros y el Ministerio
de Defensa ha aprobado este año un gasto de 10.000 millones en armas al mismo
tiempo que hasta 2030 tenemos que pagar 20.000 millones de un plan anterior.
Si en los años 80 por motivos económicos fuimos capaces de
afrontar una reconversión industrial que trajo muchos problemas sociales y que
costó 10.800 millones de euros -entonces cuantificarlos en pesetas-, quizá por
motivos éticos también podamos ser capaces de afrontar una reconversión ética
de nuestra industria.
Como entonces, esta reconversión no puede hacerse de un día para
otro y deben establecerse mejor que entonces unas opciones de trabajo para los
que lo pierdan. Debe también trabajarse una conciencia social en la que el
factor primordial no sea el económico -a costa de ventas a dictaduras o a
países invasores que no respetan los Derechos Humanos-, sino el factor ético
que busque el cumplimiento de estos Derechos.
Un proyecto sin duda largo y difícil que va a chocar con muchos
intereses opuestos porque el económico, como todo sistema, tiene fuertes
mecanismos de protección. Utopía complicada como otras que llegaron a
realizarse y que comenzaron a hacerse reales en pequeños gestos que encontraron
inicialmente y en todo el proceso muchas dificultades y muchos opositores.
Derechos como el derecho al voto de los más pobres –varones- y la extensión de
este derecho a la mujer, derecho a la huelga, a un salario mínimo, acceso
universal a la educación y a la sanidad... fueron durante mucho tiempo
"utopías imposibles" que superando infinidad de dificultades llegaron
a ser reales en nuestra cultura.
Quizá sea hora de que en el contexto de un plan que amortigüe sus
consecuencias negativas comiencen a realizarse pequeños gestos, como no vender
unas pocas bombas, en esta dirección.
"La esperanza no es ni realidad ni quimera. Es como los
caminos de la Tierra: sobre la Tierra no había caminos; han sido hechos por el
gran número de transeúntes." Lu Xun (1881-1936) Escritor
chino.
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