Uno de los problemas actuales de los grandes grupos -sean empresariales o políticos- es su lentitud y falta de flexibilidad para adaptarse a los cambios.
Cuando el mundo “funcionaba más lentamente” sus dimensiones no eran inconveniente sino ventaja: más medios, más experiencia y un sistema de funcionamiento estable y consolidado suponían una posición preeminente sobre sus competidores.En la actualidad vemos como el diseño, las prestaciones, las modas… han acelerado el proceso de cambio y paralelamente empresas que en un momento son punteras y producen grandes beneficios, pasan en poco tiempo a ser absorbidas y desaparecer.
Cuando el mundo “funcionaba más lentamente” sus dimensiones no eran inconveniente sino ventaja: más medios, más experiencia y un sistema de funcionamiento estable y consolidado suponían una posición preeminente sobre sus competidores.En la actualidad vemos como el diseño, las prestaciones, las modas… han acelerado el proceso de cambio y paralelamente empresas que en un momento son punteras y producen grandes beneficios, pasan en poco tiempo a ser absorbidas y desaparecer.
Las en otro tiempo ventajas de
los grandes grupos se convirtieron en lastre. Las nuevas empresas creadas por
jóvenes emprendedores llegaron aportando la ilusión, el dinamismo y la
capacidad de adaptación propias de la juventud y careciendo al mismo tiempo, de
las resistencias al cambio propias de tradicionales jerarquías y formas de hacer
obsoletas.
En este contexto surgen iconos
como Steve Jobs que con su iMac, iBook, iPod, iPhone en poco tiempo revolucionan el mundo.
“Revoluciones” en la forma de entender la banca: “fresh banking” (banca fresca) frente a
los serios y grises bancos que a remolque han ido cambiando. Compañías de
seguros con logos, músicas y productos nuevos adaptados a los cambios sociales.
Y así un sinfín de nuevos negocios o de nuevas formas de entenderlos que se han
acomodado a la nueva realidad dejando atrás las tradicionales empresas que no
han sido capaces de hacerlo.
Ahora, además de mantenerse en
el día a día, una empresa de éxito debe identificar y anticipar la dinámica del
mercado, buscar las oportunidades que se le ofrecen y crear alternativas de
futuro que generen una diferencia positiva frente al resto.
Estos cambios y estas
características son también aplicables al ámbito político.
Los grandes y tradicionales
partidos se han movido durante décadas como maquinarias pesadas, con jerarquías
prácticamente hereditarias –nombradas a dedo- y situadas en una situación de
estabilidad en la que tenían garantizada la alternancia.
Si incluso tras las corrupciones
y los fracasos electorales se resisten al cambio y a la regeneración ofreciendo
como alternativa más de lo mismo, mucho menos han sido capaces ni se han
dedicado con eficacia a anticipar la dinámica social y los cambios en el
electorado.
Tanto el progresivo descenso
de votantes entre los más jóvenes como sus altos niveles de abstención, los
cambios en las cuestiones que los electores consideran fundamentales o las
consecuencias de encerrarse en sus planteamientos, son cuestiones que no se han
previsto o a las que no se ha encontrado una respuesta adecuada.
Concretando: los partidos no
nacionalistas van perdiendo progresivamente votantes entre los más jóvenes, la
izquierda abertzale no se dió cuenta hasta después de las elecciones que a los
jóvenes –en favor de Podemos- les preocupan más los asuntos sociales que los independentistas,
los partidos no nacionalistas son incapaces de poner en segundo plano sus
propuestas particulares en favor de su no independentismo –cosa que si hacen
los nacionalistas en beneficio del nacionalismo-, los partidos que teniendo
mayoría han mantenido una posición de aislamiento con respecto al resto no
tienen con quien pactar cuando ya pierden esa mayoría.
Mientras tanto, se culpa a los
demás de alcanzar el gobierno utilizando los mecanismos legales en vigor, se
intenta disimular la derrota considerando triunfos lo que sólo son pequeñas
victorias –seguimos siendo el primer partido de la oposición- o se culpa a los
otros de no querer llegar a acuerdos pretendiendo al mismo tiempo no ceder un
ápice en sus aspiraciones.
El en otro tiempo famoso “cambio”
en las ideas políticas, tiene que ser ahora un cambio en la forma de hacer
y funcionar.