Parece que no hay duda de que el diálogo y el respeto son
elementos fundamentales para una convivencia democrática. Serían puramente
anecdóticos los grupos políticos que reconocieran que sus decisiones no se
toman de esta forma. Sin embargo, esta corrección política no siempre conlleva
una práctica real.
Si el diálogo se bloquea y se pierde el respeto a otras opiniones,
estos elementos fundamentales desaparecen. Y esto sucede cuando se consigue extender como afirmación
incuestionable que “todo el que no comparta mis opiniones mantiene una posición
absolutamente mala y reprobable: condenable”. Como consecuencia, pretendo que
tal condena anule de antemano sus propuestas.
Un tipo de falacia –engaño o mentira- es desacreditar al otro por
alguna característica o acción queriendo desacreditar así lo que afirma.
Estamos muy acostumbrados a escuchar este tipo de engaño cuando
oímos los famosos “y tú más” o “y tu también”: te acuso de cobrar comisiones
ilegales y te defiendes diciendo que yo pago facturas sin IVA, pero una cosa no
quita la otra. Que yo haya pagado facturas sin IVA no tiene nada que ver con
que tú hayas cobrado comisiones ilegales. Quizá no tenga autoridad moral para
pedirte cuentas, pero eso no quita veracidad a mi afirmación.
Si ampliamos el foco de esta falacia, primero desacredito a todo
un grupo atribuyéndole una etiqueta que lo demoniza. Y después, queda así
condenado de tal forma que cualquier propuesta que pueda hacer está ya
descartada por su procedencia.
Se crea por ejemplo la falacia de que si no soy favorable al
referéndum catalán unilateral no soy demócrata. O de que si defiendo la
celebración de un referéndum acordado y por tanto legal soy antiespañol.
En Navarra ya hace muchos años que lastramos la idea de que sólo
son progresistas los nacionalistas, aunque el mismo Marx no sea nacionalista.
Con menos repercusión los regionalistas han tachado de “mal navarros” a los
nacionalistas.
Se habla de constitucionalistas como prácticamente sinónimo de
demócratas frente a los anticonstitucionalistas como prácticamente sinónimo de
traidores a la democracia, cuando realmente el anticonstitucialismo busca un
cambio en la Constitución y no su desaparición.
Se aplica este engaño cuando hago pensar que cualquier postura que
defienda mantener principios o normas ya establecidas es una postura
retrógrada, heredera del franquismo o defensora de la explotación. O en sentido
inverso, todo lo que sale de lo ya establecido o de lo políticamente correcto
conduce al desastre.
No ser demócrata, ser antiespañol, no ser progresista, ser mal
navarro, ser anticonstitucionalista, llevarnos al desastre, ser franquista o
explotador, son condenas que pretenden invalidar cualquier afirmación que
provenga de los grupos así etiquetados.
Si condeno de antemano y de forma global, el diálogo queda anulado
y dejo de respetar las propuestas de quien he condenado por ejemplo como antiespañol
o explotador.
Simplificando las posturas a grupos cerrados en los que no
distinguimos afirmaciones sobre multitud de temas, reducimos la convivencia de
las diversas opiniones y bloqueamos acuerdos sobre temas puntuales. Caemos así
en absurdos como aprobar cuando gobierno la misma cuestión a la que me opuse
cuando estaba en la oposición, impidiendo o retrasando no por su contenido sino
por su origen medidas ampliamente aceptadas.
Más simple y más fácil, pero más pobre y menos democrática. La
condena preventiva me protege en un bunker creando espacios cerrados e
infranqueables que dificultan la conversación y por tanto perjudican la convivencia,
favorecen el enfrentamiento irracional y el rechazo sistemático de los
etiquetados por mi mismo con algún tipo de maldad inaceptable.