lunes, 9 de octubre de 2017

DIALOGAR

Parece que no hay duda de que el diálogo y el respeto son elementos fundamentales para una convivencia democrática. Serían puramente anecdóticos los grupos políticos que reconocieran que sus decisiones no se toman de esta forma. Sin embargo, esta corrección política no siempre conlleva una práctica real.
Si el diálogo se bloquea y se pierde el respeto a otras opiniones, estos elementos fundamentales desaparecen. Y esto sucede  cuando se consigue extender como afirmación incuestionable que “todo el que no comparta mis opiniones mantiene una posición absolutamente mala y reprobable: condenable”. Como consecuencia, pretendo que tal condena anule de antemano sus propuestas.
Un tipo de falacia –engaño o mentira- es desacreditar al otro por alguna característica o acción queriendo desacreditar así lo que afirma.
Estamos muy acostumbrados a escuchar este tipo de engaño cuando oímos los famosos “y tú más” o “y tu también”: te acuso de cobrar comisiones ilegales y te defiendes diciendo que yo pago facturas sin IVA, pero una cosa no quita la otra. Que yo haya pagado facturas sin IVA no tiene nada que ver con que tú hayas cobrado comisiones ilegales. Quizá no tenga autoridad moral para pedirte cuentas, pero eso no quita veracidad a mi afirmación.
Si ampliamos el foco de esta falacia, primero desacredito a todo un grupo atribuyéndole una etiqueta que lo demoniza. Y después, queda así condenado de tal forma que cualquier propuesta que pueda hacer está ya descartada por su procedencia.
Se crea por ejemplo la falacia de que si no soy favorable al referéndum catalán unilateral no soy demócrata. O de que si defiendo la celebración de un referéndum acordado y por tanto legal soy antiespañol.
En Navarra ya hace muchos años que lastramos la idea de que sólo son progresistas los nacionalistas, aunque el mismo Marx no sea nacionalista. Con menos repercusión los regionalistas han tachado de “mal navarros” a los nacionalistas.
Se habla de constitucionalistas como prácticamente sinónimo de demócratas frente a los anticonstitucionalistas como prácticamente sinónimo de traidores a la democracia, cuando realmente el anticonstitucialismo busca un cambio en la Constitución y no su desaparición.
Se aplica este engaño cuando hago pensar que cualquier postura que defienda mantener principios o normas ya establecidas es una postura retrógrada, heredera del franquismo o defensora de la explotación. O en sentido inverso, todo lo que sale de lo ya establecido o de lo políticamente correcto conduce al desastre.
No ser demócrata, ser antiespañol, no ser progresista, ser mal navarro, ser anticonstitucionalista, llevarnos al desastre, ser franquista o explotador, son condenas que pretenden invalidar cualquier afirmación que provenga de los grupos así etiquetados.
Si condeno de antemano y de forma global, el diálogo queda anulado y dejo de respetar las propuestas de quien he condenado por ejemplo como antiespañol o explotador.
Simplificando las posturas a grupos cerrados en los que no distinguimos afirmaciones sobre multitud de temas, reducimos la convivencia de las diversas opiniones y bloqueamos acuerdos sobre temas puntuales. Caemos así en absurdos como aprobar cuando gobierno la misma cuestión a la que me opuse cuando estaba en la oposición, impidiendo o retrasando no por su contenido sino por su origen medidas ampliamente aceptadas.
Más simple y más fácil, pero más pobre y menos democrática. La condena preventiva me protege en un bunker creando espacios cerrados e infranqueables que dificultan la conversación y por tanto perjudican la convivencia, favorecen el enfrentamiento irracional y el rechazo sistemático de los etiquetados por mi mismo con algún tipo de maldad inaceptable. 
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