domingo, 4 de agosto de 2013

SOMOS TIEMPO.

Desde que el ser humano es humano la realidad que le rodea le ha producido admiración y sorpresa, se ha preguntado sobre ella y desde la religión, la filosofía o la ciencia ha intentado dar respuesta a las cuestiones que se le han ido planteando. El origen del universo, de la vida en general y de la humana en particular han sido y son interrogantes ineludibles. Físicos y biólogos van avanzando en estas explicaciones. Pero cuando ya estamos aquí, si algo somos, somos tiempo. 
El tiempo es nuestro medio, el “medio natural”, la sustancia de la vida, el que le pone límites, el que la define. Pero es un medio neutro: ni bueno ni malo, ni ganado ni perdido. El tiempo es lo que cada uno de nosotros somos capaces de hacer con él. Valorado como bien escaso que es y muchas veces perdido como seres contradictorios que somos inevitablemente, pasa. 
Decía John Lennon que la vida es lo que sucede mientras estás haciendo otros planes. Y es que con frecuencia sin darnos cuenta la dejamos pasar. Pasamos días esperando el fin de semana, meses esperando las vacaciones: pero la espera es tiempo, tiempo perdido si sólo sabemos esperar.  Queremos que un mal día acabe cuanto antes, pero hoy es el mejor día de hoy que voy a tener y, ya que vamos de cantautores no sé si “hoy puede ser un gran día y mañana también” pero lo que con toda seguridad va a ser, es único. 
Como fin último perseguimos la felicidad y frecuentemente la relacionamos con nuestra situación material. Hasta cierto punto es así pero no solo: mientras nuestras necesidades básicas no están cubiertas es difícil ser feliz y en la medida que nuestra situación material mejora lo hace también nuestra felicidad. Pero una vez que estas necesidades básicas están cubiertas el aumento de nuestros bienes materiales no van paralelos al aumento de nuestra felicidad. Si tengo dificultades para comer, en la medida que mi capacidad adquisitiva aumenta y puedo comer, aumenta mi felicidad; pero una vez que cubro esta carencia, el poder comer en restaurantes de lujo no me hace necesariamente más feliz. ¿Qué me queda una vez cubiertas mis necesidades básicas?, tiempo. 
El tiempo es también nuestra herramienta y nuestra definición. Es la herramienta que utilizo para conseguir mis fines y es nuestra definición, porque acabo siendo lo que he hecho con mi tiempo: si lo he invertido para ser fontanero, médico o maestro, con frecuencia pierdo mi propio nombre para pasar a ser el fontanero, el médico o el profesor. Soy mi pasado y soy mi futuro: acumulo ahora mis experiencias, mis decisiones, mi suerte…; actúo pensando en lo que quiero llegar a ser, en el lugar al que quiero llegar. Pero no puedo permitirme el lujo de pasar la vida lamentándome de mi pasado o hipotecado totalmente por mi futuro: soy a medio camino entre lo que fui y lo que quiero ser, pero soy ahora. 
Dedicarnos a cosas banales o a “no hacer nada” no es necesariamente perderlo. Vivimos un tiempo acelerado y estresante, un tiempo que nos pone en tensión y que pasa a toda velocidad sin apenas darnos cuenta. Parar y buscar nuestros momentos no es egoísmo, es una forma de desacelerarme, de volver más tranquilo, con más calma, con más calidad de tiempo para estar con los demás, para desarrollar nuestro trabajo. 
Nos dedicamos a veces a “matar el tiempo” como si tuviéramos de sobra, pero al final es el tiempo el que acaba con nosotros. Él queda, pero el nuestro acaba, y aquí las segundas partes no existen.