lunes, 5 de noviembre de 2012

EN TORNO A NUESTROS DIFUNTOS

Conla bendición de los Santos canonizados y reconocidos, el día uno de noviembre nos acercamos a esos otros Santos, difuntos más cercanos y conocidos que no tienen sus fiestas patronales, sus romerías ni su día específico en el santoral.
Son abuelos, padres, hermanos... que nos fueron dejando siempre en mal momento y que por un día tienen su pequeña ofrenda, su pequeña procesión, su pequeño día en el santoral doméstico. Volver al pueblo, acudir en familia, llevarle unas flores, encontrarte con amigos y vecinos que ves casi de año en año, recordar viejos tiempos o quedarse en casa con un recuerdo especial para ellos... son partes del ritual y de la tradición de Todos los Santos.
Pero a este lado, volviendo al pueblo, llorando ante las lápidas, yendo al cementerio, llevando flores y luciendo las mejores galas quedamos los vivos: proyectos inacabados que a diferencia de los que estamos recordando, todavía tenemos que vérnoslas con nosotros mismos, con el “público en general” que nos rodea y quizá con el propio difunto que pena porque un huerto y cuatro duros ha provocado que sus hijos ya no se hablen.
Es también el día de la catarsis, de la tranquilización de conciencias, de las apariencias, de compensar las omisiones, de la purificación de faltas, de las muestras públicas de dolores fingidos que se traducen en grandes y caros ramos y coronas que figuradamente ocultan aquello que realmente queremos ocultar: todo lo que dejamos de hacer cuando estaban vivos. –Lo cual no quiere decir que todos los grandes ramos oculten culpas-.
Por pura ostentación o dejándonos llevar por lo que hay, los gastos que genera la muerte es la “inversión” más absurda que podemos inventar. Al menos los egipcios y otra culturas enterraban a sus muertos con objetos necesarios para otra vida. En nuestra cultura, una situación de veinticuatro horas supone un gasto medio de 3.500€ sin otro fin que acabar volatilizados en un horno crematorio o similar. Los más exquisitos utilizan maderas nobles e interiores de lujo para comodidad del difunto.
En otro orden de cosas -todavía demasiadas personas- no sé si por desconocimiento, pereza, no creo que por egoísmo; no sólo pierden su vida, sino que dejan por el camino varias vidas más.
No sólo ellos mueren sino que se llevan la esperanza y la vida de varias personas que podrían sobrevivir o mejorar considerablemente su calidad de vida si ellas hubieran donado sus órganos.
Y en ese afán por simplificar la realidad, por infantilizar el mundo; en ese proceso constante que va machacando nuestra cultura, las series americanas con Disney Channel a la cabeza nos han traído ese Halloween comercializado y típico de la cultura norteamericana que ha convertido el día de Todos los Santos en una versión descafeinada y reconvertida de nuestros carnavales, en una ya casi tradición para muchos niños que sustituirán ese día de recuerdo por una noche de “truco o trato” cargados de caramelos, máscaras y juegos, emulando a los protagonistas de  “¡Buena Suerte, Charlie!” o  “La Gira” y dejando para los más mayores ese rollo de acordarse unos minutos de los muertos que ya sólo tienen cabida en las películas de zombis.
Pero al fin y al cabo los difuntos no tienen circunstancias, las circunstancias nos quedan a los vivos. Nosotros somos los que tenemos que capear su muerte y la nuestra, los que cambiaríamos un café y una conversación ahora por todas las flores que nos puedan traer luego, los que tenemos los valores de la vida para compartir con los que están vivos, los que podemos lamentar que no nos vemos y no que ya nunca podremos vernos.
Evitar egoísmos, omisiones, vanalizaciones... no es una cuestión de difuntos, sino de los que estamos aquí y ahora recordándolos.