jueves, 22 de abril de 2010

ARTE, PARTE Y SUERTE.

Leyendo alguno de los abundantes libros o artículos sobre temas educativos, puede uno pensar que basta con conocer las técnicas o maneras de hacer que ahí se describen para ser un buen educador o, lo que es lo mismo, tener unos hijos bien educados. Pero la técnica educativa: el conocimiento de los recursos o procedimientos educativos, no es suficiente para garantizar una correcta educación.

El proceso educativo se complica porque no responde a un mecanismo causa – efecto, somos parte implicada en este proceso y existe un factor “suerte” que escapa a nuestro control.

Se puede pensar que la educación consiste en un mecanismo invariable, es decir, que si realizas una determinada acción siempre se produce el mismo efecto. Pero una de las complejidades añadidas a la hora de tratar con personas es que nuestras respuestas ante una situación, una orden o un consejo pueden variar en función de nuestro estado de ánimo o de nuestras expectativas; y esto ocurre sobre todo en el caso de la adolescencia, período en el que nuestras emociones son más variables.

Por ello no es suficiente conocer estos recursos o procedimientos educativos, sino que además tenemos que ser capaces de ajustaros correctamente a infinidad de situaciones cambiantes. Educar se convierte así en un arte.

En la educación, las decisiones que se toman para ajustar esos recursos al momento y lugar concreto son fundamentales: no puedes exigir el mismo comportamiento a primera hora del lunes que a última del viernes, no puedes pedir la misma forma de actuar a un hijo que a otro, ni esperar la misma respuesta cuando el estado emocional ha cambiado.

Los conocimientos teóricos sobre educación están al alcance de todo el mundo, la capacidad “artística” de aplicarlos exige un esfuerzo añadido.

Por otra parte, no hay mejor educador que el que no tiene hijos; incluso, nos parece muy sencillo educar a los hijos de los otros pero no tanto educar a los propios. Al fin y al cabo “nuestros hijos son nuestros” y nosotros somos parte implicada no sólo en su educación, sino en sus vidas.

Estamos emocionalmente implicados y aunque seamos capaces de dar orientaciones a los demás, quizá nos ocurra como al cirujano que ha realizado muchas intervenciones pero que no opera a un familiar cercano. No es lo mismo.

Además, por muy informados que estemos de las teorías educativas; también llegamos cansados, tenemos días mejores y peores, se nos complican las cosas o perdemos la paciencia.

Somos juez y parte, y a veces no es sencillo combinar los dos aspectos.

Finalmente -como en tantos otros casos- están todas aquellas circunstancias que escapan a nuestro control pero que tienen un papel relevante en sus vidas. Todas aquellas circunstancias que por no elegirlas dependen en cierta medida de la suerte, el azar, la casualidad.

No elegimos el temperamento de nuestros hijos, ni a los profesores, ni a sus compañeros de clase. No elegimos cómo les afecta un determinado suceso: si le puede impresionar, causar un trauma o favorecer una conducta positiva. Escapan a nuestro control sus relaciones con los amigos, la influencia del entorno en el que se mueve fuera de casa y sus cambios emocionales...

A pesar de todas estas circunstancias mantener una tendencia, una misma dirección; es un factor positivo.

La teoría es fácil de aprender, la capacidad artística y manejar nuestra implicación directa no tanto, la suerte... quién sabe.

martes, 6 de abril de 2010

EN CONFLICTO CON EL MUNDO.

Los problemas que se nos plantean en la edad adulta con frecuencia hacen que veamos como intrascendentes las dificultades y dudas que tuvimos en la adolescencia y, como ya he comentado en alguna ocasión, la memoria no es una reproducción exacta de los hechos o circunstancias que nos ocurrieron, sino que a menudo es un recuerdo parcial o una interpretación de lo que en realidad ocurrió.

Olvidar estas situaciones nos lleva a minimizar todas las dificultades y problemas que se viven en la adolescencia; período en el que con seguridad es el momento que más cambios se producen, más rápidamente se suceden y más conflictos nos crean. Cambios y conflictos, internos y externos, simultáneos en múltiples campos, que dificultan la convivencia con los más cercanos, pero también la convivencia con uno mismo.

Los más evidentes son los cambios corporales: aparece el vello, salen granos, se desarrolla la masa muscular, los genitales en los chicos y los pechos en la chicas... el cuerpo de niño va cambiando y no siempre responde a las expectativas que se tenían: no soy tan alto, ni tan guapo, ni tan fuerte como me esperaba o no respondo a los cánones de belleza que se imponen; desarrollo antes o más tarde que la media de mis compañeros o parece que el cuerpo se desarrolla sin coordinación pasando alguna etapa un tanto desgarbado. Los cambios corporales pueden causar complejos cuando son rápidos o descoordinados, cuando se producen demasiado pronto o demasiado tarde en relación a la mayoría; pueden ser causa de descontento cuando no se acepta el nuevo cuerpo, convertirle en objeto de risas o acoso en la escuela y en otros casos pueden causar problemas alimenticios más o menos graves.

Las hormonas están a pleno rendimiento, los cambios de humor son frecuentes, drásticos y rápidos. Emociones y sentimientos crean confusión y dificultan las relaciones con los demás y malestar individual. La mentalidad infantil se alterna y confunde con la mentalidad de un incipiente adulto: “pelean” por salir tarde, por no estar controlados, por comportarse como mayores; pero al mismo tiempo, continúan viendo las series de dibujos animados o jugando con sus muñecos de toda la vida. Rechazan las muestras de afecto de sus padres pero también suelen sentirse poco atendidos y, demandan atención, aunque a los padres nos cueste acertar cómo dársela. Rechazan las críticas paternas al mismo tiempo que a su pesar, y al menos al principio de la pubertad, los padres continúan siendo un referente en sus vidas.

La libertad que tanto solicitan, les puede crear una cierta “crisis de responsabilidad”; buscan libertad pero no acaba de gustarles sus consecuencias: sólo ellos son los responsables de sus actos. Esta libertad que sienten necesaria; al mismo tiempo les causa miedo, incertidumbre, inseguridad. No quieren límites, pero si no los tienen se sienten perdidos y abandonados por sus padres.

Los amigos van cambiando en función de la evolución física y psíquica de cada uno, sufren las primeras decepciones importantes. Están buscando su identidad, su estilo, su forma de vestir... tienen múltiples opciones para construir su identidad y pocos criterios para elegirla: prueban, dudan, se equivocan. Surgen los primeros amores y sus primeras crisis, sus primeras frustraciones cuando contrastan lo ideal y lo real.

Y entre todo este alboroto físico y emocional, entre todos los conflictos individuales y sociales, entre todas las seguridades inseguras, entre todos los miedos y afectos rechazados, estamos los profesores y padres: a veces desconcertados, a veces impotentes, a veces enfadados... pero siempre, intentando poner un poco de calma.