Coloque en el otro platillo cualquier argumento, motivo o razón en
contra de su acogimiento.
Y ahora, con nombre y apellidos –no opinando en la barra del bar o
vomitando en las redes sociales- decida si los recibe en nuestro país o los
abandona a su suerte en medio del mar.
Si ha elegido la segunda opción quizá esté muy orgulloso, pero en
mi opinión tiene usted un problema grave. O carece de las más mínima empatía
con otras personas –trastorno de conducta y personalidad tratado en
psiquiatría-, o sufre de un exceso de egoísmo que dificulta sus relaciones
personales -inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender
desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás-, o “padece” de
un nacionalismo radical que otorga derechos en función de en qué lado de la
frontera se ha nacido o es víctima de la demagogia populista ultra que se basa en
la manipulación y se alimenta de alguno de los trastornos anteriores.
Evidentemente es verdad que los países ricos no podemos traernos a
todos los habitantes de los países pobres pero en este panorama, no sólo nos
encontramos con el reto de hacer unas políticas que a medio plazo permitan
vivir en los países de origen sin necesidad de estas emigraciones necesarias y
suicidas, sino que al mismo tiempo nos encontramos con un flujo migratorio
imparable que no va a esperar el desarrollo de esas políticas. Y es aquí donde
necesitamos decisiones inmediatas.
El muro de Trump para separar Estados Unidos de México nos
escandaliza, pero cada vez son más los muros que separan a Europa del resto.
La presidenta Merkel perdió muchos votos a favor de la
ultraderecha alemana como castigo a su política de apertura a la emigración y
ahora, dentro de su propio partido, recibe las críticas de los sectores mas
conservadores. Los presidentes de Polonia y Hungría toman medidas anti
inmigración y con Eslovaquia y República Checa se niegan a acoger la cuota de
refugiados establecida por la Unión Europea. El italiano Matteo Salvini,
ministro del interior y miembro del xenófobo partido La Liga, bloquea los puertos
a los barcos con emigrantes. Malta dice que ese asunto no va con ellos aunque
el Aquarius está a pocos kilómetros de su costa. Y Europa, como Unión, ni tiene
una política propia ni es capaz de hacer que sus miembros asuman los
compromisos prácticamente ridículos que ha adquirido: acoger a 120.000 personas
en dos años en una población europea de 741 millones de personas.
Nos toca definir activamente qué Europa queremos. Nos guste o no,
somos unos de los protagonistas de este momento histórico y tenemos que decidir
con nuestros actos si la integración, la aceptación, la tolerancia o la
aplicación y extensión de los Derechos Humanos son sólo conceptos que aceptamos
sobre el papel y en los currículos escolares o los seguimos aplicando cuando
exigen nuestro esfuerzo.
En una época en la que bueno se identifica con placentero y cómodo
es difícil comprender que hacer lo bueno a veces nos lleva a una situación menos
agradable y más incómoda.
Es hora que los valores europeos de los que siempre hemos
presumido se hagan prácticos, de hacer todo lo posible para que dentro de unas
décadas los libros de historia no hablen un gran retroceso ético en la Europa
de comienzos del XXI.