jueves, 2 de diciembre de 2010

ESCUELA MULTIUSOS

A finales del siglo XIX, Karl Elsener construyó un tipo de cuchillo que con el tiempo evolucionaría hasta convertirse en la famosa navaja suiza, caracterizada por tener múltiples aplicaciones en un sólo instrumento.

Al ver los programas educativos de los diversos niveles, parece que esta idea se vendió a algunos Ministerios de Educación y basándose en este concepto, crearon un organismo multiusos que debería servir para casi todo: los centros educativos. Aunque, a diferencia de la navaja suiza, ese “casi todo” se ha convertido en “el que mucho abarca poco aprieta”.

Desde siempre, la escuela ha tenido dos funciones: la enseñanza de los contenidos de cada materia y la educación en los principios, hábitos y actitudes que se han considerado buenos en cada momento. Pero mientras en la función de transmisora de conocimientos tenía el monopolio, su función educativa era compartida por el resto de la sociedad, especialmente la familia.

En la actualidad los administradores públicos y muchos padres, han exigido y han querido que la escuela se haga cargo de forma exclusiva de la no educación recibida en las familias y que tranquilice las conciencias de padres y políticos porque “esos temas ya se trabajan en las aulas”.

Que los niños tienen que saber que los semáforos se cruzan en verde: educación vial. Que en los hogares se generan demasiados residuos y hay que aprender la importancia de la contaminación y por tanto del reciclaje: educación ambiental. Que la sociedad es cada vez más discriminatoria: educación para la diversidad. Que la violencia está cada vez más presente en la vida cotidiana: educación para la paz. Que permanecen las diferencias entre los sexos en cuanto a tareas domésticas y tipos de trabajo: educación para la igualdad entre los sexos. Que se come demasiada bollería industrial, pocas frutas y verduras, se lleva una vida sedentaria y se descuida la higiene personal: educación para la salud. Que las relaciones sexuales se separan de los afectos, se realizan sin protección o se abusa de la píldora del día después: educación sexual. Que el comportamiento es cada vez menos dialogante, más antisocial, y menos tolerante: educación para la convivencia. Que hay crisis de valores éticos y religiosos: educación en valores.

Los centros educativos, que sí deben ser un complemento adicional en todas estas cuestiones, se han convertido en los únicos depositarios de la responsabilidad; en supuestos islotes de civismo, consumo responsable, buena alimentación, aceptación de la diversidad, comportamientos pacíficos...

Desde esta posición, la escuela con sus alumnos, se ven abocados a diversos tipos de fracaso. Fracaso, porque tienen que ocuparse de muchas más cosas de la que son capaces. Y fracaso, porque muchos de estos temas adjudicados a la educación reglada van totalmente a contracorriente y están en contradicción con la realidad que se vive en la sociedad.

Tras cruzar la valla que separa a la escuela del resto del mundo, los alumnos se encuentran con bollería para merendar y hamburguesa diaria para cenar, “vamos a cruzar en rojo que no viene nadie”, “no juegues con esos emigrantes”, “María pon la cena que estoy viendo el fútbol”, “tira las cáscaras al suelo que no pasa nada”, “calla y ponte a ver la tele”; cumpleaños, comuniones y Navidad colmados de regalos que cubren y sobrepasan todas sus previsiones; buenos padres, abuelos y tíos que se miden por la cantidad y el precio de sus obsequios.

Tras esa valla que separa la escuela del resto del mundo, se encuentra una sociedad acomodada en la delegación de funciones, una sociedad que no sólo ha dejado de educar, sino que se permite el lujo de actuar contra esa institución multiusos cuyas funciones parecen ser, compensar su pasividad y tranquilizar sus conciencias.

viernes, 5 de noviembre de 2010

CASTIGAR.

Tanto padres como profesionales de la educación dudan sobre la conveniencia o no del castigo en el proceso educativo. Para los detractores, el castigo puede crear más efectos negativos que positivos: problemas de ansiedad, de conducta no asumida por el individuo... Para los defensores, un castigo aplicado con sentido común que por supuesto no sea físico –habría que discutir sobre el famoso “cachete pedagógico”-, no es si mucho menos la única forma de educación, pero sí es necesaria. De todas formas su correcta aplicación no es tarea sencilla.

Evidentemente, no podemos premiar ni sancionar actos que no han sido establecidos como buenos o malos. Por eso, el primer paso será establecer unas normas. Estas normas tienen que ser claras y concretas, pocas y que se cumplan. Que se entienda perfectamente que se puede hacer o no, que no sean excesivamente generales como “tienes que portarte bien”; que no haya tantas que sea prácticamente imposible acordarse o cumplir todas; y que cuando se pongan, se cumplan estrictamente y no se conviertan en una sucesión de excepciones.

En principio, es más positivo reforzar una conducta que sancionarla. Reforzar una conducta significa añadir algo positivo como consecuencia de ella para que así se repita: cuando el niño comienza a hablar todos le prestamos atención y nos alegramos, reforzamos así su conducta y la repite. Castigamos una conducta cuando si se produce, añadimos algo negativo para que desaparezca: si haces el vago todo el año no irás de vacaciones. Como es más fácil saber qué es lo bueno que hacerlo, tanto jóvenes como adultos necesitamos frecuentemente sanciones para cumplir con nuestro deber: nos suspenden en los estudios o nos quitan puntos del carné, pero en niños y adolescentes es especialmente importante saber aplicar correctamente una sanción.

Sus características más importantes serían: que el fin del castigo es conseguir el cambio de conducta y no el miedo a la penalización; por eso la sanción debe ir acompañada de alternativas de comportamiento, sólo si ofrecemos otras posibilidades de acción la mala conducta puede desaparecer. Que el castigo sirve para aprender que toda acción tiene sus consecuencias. Y que para que sea efectivo debería tenerse en cuenta las siguientes propiedades: su aplicación debe ser inmediata y no a medio o largo plazo, y tiene que tener una relación directa con la falta. Los castigos lejanos no se relacionan con el acto realizado y los que se alargan en el tiempo es difícil mantenerlos. Además, son más efectivos los castigos relacionados con la reparación del daño causado que otras sanciones sin relación: pintar una pared que han ensuciado es más efectivo que no salir el sábado.

Si se abusa de los castigos, llegará un momento en el que perderán su efectividad. Y si no son adecuados, sus consecuencias pueden ser negativas: si no le dejamos salir nunca o si le castigamos sin realizar deporte estará más nervioso, irascible y por tanto más conflictivo. Si le castigamos a leer en su cuarto, a poner la mesa o amenazamos al niño con ponerle una inyección; conseguiremos que odie la lectura, las tareas domésticas y ya veremos que hacemos con el niño cuando lleguen las vacunas.

Deben ser proporcionales a la falta cometida y no arbitrarios. Por eso, para no dejarnos llevar por momentos de enfado, debe estar establecido con antelación que sanción corresponde a cada falta.

No debemos amenazar con castigos que no vamos a cumplir: “no vas a ver la tele en todo el curso”, no lo cumplimos, nos quita autoridad y lo hace inútil.

Y por último, siempre hay que dejar abierta la posibilidad de superar la sanción, estar abierto a una "recuperación", para que así nuestro hijo tenga siempre la posibilidad de encontrar salidas y de hallar otras opciones para actuar.

martes, 19 de octubre de 2010

AUTONOMÍA.

En la situación actual que se da en casa y en la escuela nos fijamos más en la falta de disciplina, de reconocimiento de la autoridad, de la necesidad de límites que en otra cuestión también fundamental en el proceso educativo: educar individuos autónomos capaces de tomar sus propias decisiones de forma consistente y siendo capaces al mismo tiempo de hacerlo desde la realidad que les ha tocado vivir. La educación debe ir encamina en último término, no a crear clones de nosotros mismos sino a crear individuos con personalidad propia.

¿Qué es la autonomía?

Autonomía es la capacidad de hacer proyectos personales en función de las decisiones que uno toma, de realizar las acciones necesarias para llevar a cabo esos proyectos y de responsabilizarse de sus acciones y de sus fines. Ser capaz de construirse a sí mismo como persona.

Autonomía es ser capaz asumir por sí mismo el concepto de deber.

Hay que saber que lo habitual no siempre es lo correcto, es decir, que tengo que replantearme lo heredado para formar mi propia opinión, que soy yo el que tengo que aceptar o negar sin manipulaciones y valorando las diferentes posibilidades. Al mismo tiempo, y aunque parezca paradójico, les engañamos si no les enseñamos que esta autonomía no puede ejercerse sin tener en cuenta unos ciertos límites.

Normalmente cuando preguntas a un joven que es la libertad te hablan de una libertad absoluta para hacer lo que te dé la gana. Pero tienen que comprender que la libertad se ejerce bajo unas condiciones; es más -aunque parece un contradicción- sólo limitando nuestra libertad, todos podemos ser libres: podemos circular con nuestro coche porque existen unas normas de circulación que me obligan a parar en rojo, si no existiera esa coacción de mi libertad no podríamos circular por la ciudad.

Mi autonomía tiene que reconocer necesariamente el derecho de los demás para ser a su vez autónomos, tiene que reconocer que principios asumidos como universales constituyen un avance para la humanidad: la igualdad de derechos y deberes de todas las personas, el respeto a la diferencia...; y que existen formas civilizadas de manifestar mis disconformidades.

Es verdad que a algunos les resulta más cómodo que los individuos no sean excesivamente autónomos, no sean capaces de mantener desde planteamientos lógicos y consistentes posturas críticas frente a las que ellos mantienen. También es verdad que muchas veces las protestas o las disconformidades se producen desde personas o grupos que lo hacen sin una base crítica consistente. En cualquier caso, son positivas para el individuo y para la sociedad estas posiciones críticas que exigen una mejor explicación, una mejor comprensión o un cambio de rumbo en decisiones que parecían correctas.

La educación de individuos autónomos comienza desde la infancia, dando un margen de decisión adecuado a cada edad al mismo tiempo que se les enseña a ser conscientes de sus límites: como decido gastar mi paga siendo consciente de que cuando se acaba se acaba, tomando decisiones sobre qué estudios cursar; exponiéndoles las diversas opciones que existen frente a un tema explicando, por qué nosotros adoptamos una postura y no otra, animándoles a que se informen antes de tomar una decisión, guiándoles en sus críticas y disconformidades para que sean ajustadas a la realidad y mantengan una lógica; enseñándoles a exponer sus ideas, a ser consecuentes con ellas y a asumir las consecuencias de sus acciones.

Ese ser racional que llamamos persona, sólo se constituye como tal cuando es capaz de ser libre, de tomar decisiones siendo el líder de sí mismo y no desapareciendo en la ideología de un grupo.

lunes, 20 de septiembre de 2010

ADMINISTRAR EL TIEMPO.

El tiempo -como el dinero- es limitado y escaso, si se pierde no se recupera pero a diferencia del dinero nos hace a todos iguales: para todo el mundo los días tienen veinticuatro horas y los años doce meses. Todos tenemos el mismo tiempo para realizar nuestras actividades, lo que nos diferencia son nuestras prioridades es decir, aquellos temas a los que nos dedicamos dejando de lado otros: algunos nunca encuentran tiempo para hacer deporte pero nunca se pierden un partido por la tele, a otros les resulta imposible leer un libro pero pasan horas frente al ordenador. Elegimos -bien o mal- a qué dedicamos el tiempo, por eso su administración es fundamental. Todas las personas y entre ellas fundamentalmente los adolescentes y jóvenes solemos caer en dos extremos igualmente malos: o perdemos el tiempo o nos estresamos por querer hacer muchas cosas, pero el estrés y las prisas no son sinónimos de aprovechar mejor el tiempo. La diferencia entre unas personas y otras es saber usarlo adecuadamente, saber administrarlo para no perderlo y para no vivir en un agobio constante que al fin y al cabo es otra forma de mal vivirlo. Por eso, igual que enseñamos a administrar el dinero, es fundamental enseñar también a administrar el tiempo. Educar a administrar el tiempo es enseñar a distinguir lo importante de lo que no lo es, enseñar que el tiempo que no se aprovecha se pierde para siempre y enseñar que el descanso o el ocio no son una perdida de tiempo pero tampoco la única actividad posible. Primero. Hay que saber establecer qué es lo importante y planificarnos para alcanzarlo o lo que es mismo, establecer los medios más adecuados para conseguirlo. Tanto en el trabajo como en el tiempo libre tendemos a dedicarnos a cuestiones menos importantes porque nos atrae lo más fácil, lo más agradable, lo que nos hace sentirnos más cómodos, lo que vamos a acabar antes o lo último que nos llega y que además parece muy urgente; pero todas estas cuestiones no son necesariamente lo prioritario. Dedicarnos a una asignatura que nos gusta y además se nos da bien es más atractivo que dedicarnos a otra que nos cuesta esfuerzo y no nos proporciona los resultados esperados, sin embargo todas -de una manera u otra- son necesarias. Segundo. El tiempo lo podemos perder o lo podemos ganar, lo ganamos cuando las actividades que realizamos quedan de alguna manera presentes para el futuro, cuando sabemos hacer del tiempo “tiempo productivo”: cinco años estudiando una carrera suponen una cualificación para toda la vida, cinco años dedicados exclusivamente a divertirme no suponen nada positivo para el futuro. Tercero. Esto no quiere decir que la diversión, el descanso, realizar actividades que me gustan y que aparentemente no me ofrecen unos rendimientos prácticos estén reñidos con administrar bien el tiempo. En su justa medida el ocio y las vacaciones son incluso necesarios para que el tiempo de trabajo sea eficiente y un justo premio al esfuerzo realizado en otras tareas: una persona dedicada exclusivamente al trabajo acaba perdiendo eficacia en sus actividades, el descanso nos proporciona una visión más clara y una práctica más efectiva.

jueves, 1 de julio de 2010

¿DÓNDE ESTÁ LA REBELDÍA?

Las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial supusieron la implantación y un gran avance en lo que llamamos “estado del bienestar”: los estados se fueron ocupando de las necesidades básicas de los ciudadanos garantizando lo que ha partir de entonces se han considerado derechos de las personas: los derechos sociales. Universalización de la educación, acceso de todos a la sanidad, sistema de pensiones, ayudas a los más necesitados para la adquisición de viviendas... se han ido convirtiendo en aspectos cotidianos de nuestras vidas.

Sin embargo, como consecuencia del aumento del poder adquisitivo y de nuestra sociedad consumista, del estado del bienestar hemos pasado a un “estado del confort”. Estamos tan confortablemente acomodados en nuestro sofá con nuestro mando a distancia, que los grupos que tradicionalmente solicitaban al poder cambios en sus políticas o aportaban nuevas ideas prácticamente han desaparecido. Tan confortablemente situados, nos hemos convertido en una sociedad apática y petrificada, incapaz de movilizarse incluso cuando no sólo el confort y el propio estado el bienestar peligran, sino muchos otros aspectos de nuestro futuro.

Históricamente los grupos de poder han tenido frente a sí otros grupos oponentes, como la sociedad civil frente a estados totalitarios... Todavía más cercanos a nosotros fueron los intelectuales, profesores de universidad y estudiantes los que opusieron resistencia, por ejemplo, al final de franquismo o en las manifestaciones del mayo del 68 francés.

Sin embargo en la actualidad, estos últimos reductos de reivindicaciones también han ido desapareciendo. La universidad actual más tecnificada que social, más burocrática que crítica, ha dejado de ser fuente de inspiración y de iniciativa –excepto honrosas excepciones-. Sus alumnos y los jóvenes en general han perdido también ese espíritu rebelde y han olvidado que los que más se la juegan son los que más futuro tienen: ellos.

Mientras los únicos actos de rebeldía sean los tradicionales y siempre bienvenidos días festivos para reclamar la desaparición de la selectividad o para protestar por las normativas antibotellón, siguen comprometiendo gravemente un futuro que día a día se presenta más oscuro.

Los famosos mileuristas de estos años anteriores se han convertido en privilegiados. Conozco ingenieros superiores con su Erasmus, hablando perfectamente inglés e iniciados en algún otro idioma que están cobrando como profesores adjuntos 600 euros mensuales.

La vivienda -derecho y necesidad básica- mantiene su precio y, o es inalcanzable o exige hipotecas a 30 ó 40 años (toda la vida). Poco a poco se van perdiendo derechos y coberturas sociales, todos los trabajos son cada vez más baratos y más inseguros.

Los jóvenes actuales todavía piensan que con estas nuevas condiciones van a poder llevar el mismo tipo de vida que ahora llevan en sus casas paternas y con el dinero de sus padres. No comprenden todavía que sus trabajos y las reformas sociales van a ser incompatibles con un tipo de vida que ofrezca cierta seguridad personal.

¿Dónde está la rebeldía? Parece que desapareció al mismo tiempo que la autonomía personal, que la capacidad para tener ideas propias y ha sido rematada por el acomodamiento de prácticamente todas las clases sociales.

Es arriesgado e incómodo ser rebelde: arriesgado porque puedo perder lo que tengo; incómodo porque me tengo que desmarcar de la mayoría, del pensamiento único y dominante. Pero sin rebeldes, sin inconformistas, sin grupos críticos con el poder puedo encontrarme cada vez menos libre y con menos posibilidades de retomar mi futuro.

“La rebeldía a los ojos de todo aquel que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre.” Oscar Wilde.

domingo, 6 de junio de 2010

INTELIGENCIA

Todavía hoy encontramos en los diccionarios un concepto anticuado de lo que ahora se entiende por inteligencia. Sigue definiéndose más o menos como una capacidad que nos permite realizar operaciones de cálculo; que nos permite conocer, comprender y explicar el exterior y a nosotros mismos como objetos de estudio. Pero es mucho mas que esto, y por supuesto, mucho más de lo que antiguamente median los llamados test de inteligencia.

El estudio de la inteligencia se ha intensificado con el desarrollo de la inteligencia artificial, estudio que ha cambiado la forma de entenderla.

La inteligencia es la capacidad de crear mi propia vida, de buscar la mejor forma de ser feliz. Y para ello es necesario pero no suficiente calcular, conocer, comprender, explicar; porque esta inteligencia fría y calculadora no puede funcionar correctamente sin contar con los sentimientos, son ellos los que nos orientan para sacar el mejor provecho a las posibilidades que nos abre el frío razonamiento lógico.

Inteligencia y emociones son componentes complementarios que nos hacer mucho más eficaces a la hora de orientar nuestras vidas. Por ello es muy importante educar ambos aspectos.

Algunos de estos recursos destacables son: la destreza social, la conciencia de uno mismo, el control personal, la automotivación y la empatía.

La destreza social es la capacidad para manejar las relaciones con los demás. Saber adaptarme a unas personas u otras, ser capaz de establecer lazos perdurables.

La conciencia de uno mismo consiste en el conocimiento de mi propio yo; reconocer mis puntos fuertes y débiles, mis estados de ánimo, mis emociones, reacciones y la influencia que estos tienen sobre los demás. Este conocimiento personal deber ser ajustado a la realidad: si me creo el más guapo, el más listo y el más enrollado actuaré como tal y mis actos me llevarán a fracasar y a tener ante los demás una imagen negativa porque ni soy el más guapo, ni el más listo, ni el más enrollado. Si por el contrario tengo una imagen negativa de mi mismo, me quedaré muy lejos de lo que puedo conseguir: mis fines serán excesivamente sencillos y mi autoestima baja.

Las personas con control personal son capaces de controlar sus impulsos, de tener reacciones proporcionales al hecho ante el cual reaccionan. La capacidad para pensar antes de actuar. Una falta de control puede llevarnos a reacciones desproporcionadas ante una situación conflictiva, un enfrentamiento o un hecho desagradable.

Automotivación es la facultad de “movernos” a nosotros mismos, de ser capaces de conseguir los objetivos que nos planteamos y de hacer frente a los problemas que nos vayan surgiendo buscando las soluciones apropiadas.

Empatía es la habilidad para ponernos en el lugar de los demás, entender sus necesidades, sentimientos y problemas; de responder adecuadamente a sus reacciones. Las personas con empatía son capaces de interpretar los gestos y expresiones de las personas con las que se relacionan, de sentirse afectadas por el dolor o la alegría de los demás. Una persona empática es buen negociador, una persona dialogante que comprende y es capaz de encontrar el punto de acuerdo entre ambas partes.

Todos estos recursos deben ser trasmitidos desde la infancia. Tenemos que transmitir que los demás son valiosos y que tengo que tratarlos no como a mi me gustaría que fueran, sino respetando como son; nuestros hijos tienen que ser conscientes de sus aspectos positivos y de sus limitaciones; de que no se puede actuar por impulsos sino que tengo que pensar, que distinguir lo importante de lo secundario y reaccionar en proporción; tienen que aprender a ser independientes, a no estar siempre subordinados a premios o a castigos externos; y tienen que saber que los demás son como ellos, que sienten afectos y tienen sus propias ideas.

miércoles, 12 de mayo de 2010

ACOSO ESCOLAR

Que no existan casos tan llamativos como para llegar a un medio de información, no significa que los casos de acoso ya no se produzcan. Quizá ya no son importantes para los informativos, pero todos los casos son importantes para las personas que los sufren. Y digo personas, porque los que lo sufren no sólo son los acosados.

Sufre por supuesto el acosado, sobre todo mientras el acoso es sólo cosa suya y de sus acosadores, mientras no se atreve a manifestar esa situación y no tiene por tanto ningún apoyo excepto el maltrecho concepto de sí mismo. Sufren sus padres cuando son conscientes de los cambios de conducta que se producen en su hijo, cambios en principio de los que desconocen las causas y que en la medida que se van conociendo siguen siendo una gran preocupación, ¿qué ocurrirá hoy en el colegio? ¿qué podemos hacer para evitarlo?... Y sufren también los padres de los acosadores cuando no llegan a comprender que su hijo o hija es como uno de esos chicos que salen en la tele y que hacen la vida imposible a alguno de sus compañeros.

Los patrones del acoso son muy comunes: un líder del grupo que por deseo de dominación o por la satisfacción que encuentra al sentirse superior comienza una campaña de hostigamiento contra algún compañero; un grupo que sin tener esa capacidad de liderazgo se sienten bien en esa posición dominante o que sigue esas pautas del líder para librarse ellos mismo del acoso; un número mayoritario de compañeros que callan porque apoyar al acosado significa pasar a ser perseguidos y, por supuesto, el acosado.

Como suele ocurrir también en los casos de violencia doméstica el acosado puede sentirse culpable de su situación, puede pensar que algo está haciendo mal, que es un “bicho raro” incapaz de mantener una relación normal con otras personas. Otras veces, se siente impotente porque no llega a adivinar cual es la causa de esa persecución que está sufriendo. Se siente mal porque la mayoría de los que creía sus amigos la van abandonando e incluso pasan a formar parte de los que de alguna manera colaboran en su acoso.

Se anula su personalidad, padece sentimiento de culpabilidad y sobre todo miedo. Miedo para contarlo y evitar así represalias; incapacidad para tomar una decisión, para dar su opinión y evidentemente para enfrentarse al grupo. Por eso el acoso siempre permanece oculto y cuando se descubre, siempre es demasiado tarde.

Sus sentimientos y su comportamiento cambian: se encierra en sí mismo, teme ir al centro y salir a la calle, tiene pensamientos depresivos, lo cotidiano se le hace cada vez más difícil y piensa -o acaba- tirando la toalla.

Desgraciadamente es difícil superar las situaciones de acoso, sobre todo cuando no sólo se dan en el centro de estudio, sino que continúan en el barrio o en el pueblo. En cualquier caso, y también desgraciadamente, tiene que ser el acosado el que para solucionar esta situación cambia de lugar y se desubica.

Encontrarse en una aula en la que es uno más, tiene amigos y puede expresarse con libertad; es una situación totalmente nueva y gratificante. Vivir sin presión, sin temer que llegue el día de clase, siendo -sin miedos- él mismo; es una nueva realidad que cambia su vida 180º.

“No tengo miedo de qué pasará mañana en clase, ni deseo desesperadamente que llegue el fin de semana para encerrarme en mi casa y no volver a ver esas caras hasta el lunes... ahora deseo que llegue el fin de semana para salir por ahí con gente.” Alumna acosada.

jueves, 22 de abril de 2010

ARTE, PARTE Y SUERTE.

Leyendo alguno de los abundantes libros o artículos sobre temas educativos, puede uno pensar que basta con conocer las técnicas o maneras de hacer que ahí se describen para ser un buen educador o, lo que es lo mismo, tener unos hijos bien educados. Pero la técnica educativa: el conocimiento de los recursos o procedimientos educativos, no es suficiente para garantizar una correcta educación.

El proceso educativo se complica porque no responde a un mecanismo causa – efecto, somos parte implicada en este proceso y existe un factor “suerte” que escapa a nuestro control.

Se puede pensar que la educación consiste en un mecanismo invariable, es decir, que si realizas una determinada acción siempre se produce el mismo efecto. Pero una de las complejidades añadidas a la hora de tratar con personas es que nuestras respuestas ante una situación, una orden o un consejo pueden variar en función de nuestro estado de ánimo o de nuestras expectativas; y esto ocurre sobre todo en el caso de la adolescencia, período en el que nuestras emociones son más variables.

Por ello no es suficiente conocer estos recursos o procedimientos educativos, sino que además tenemos que ser capaces de ajustaros correctamente a infinidad de situaciones cambiantes. Educar se convierte así en un arte.

En la educación, las decisiones que se toman para ajustar esos recursos al momento y lugar concreto son fundamentales: no puedes exigir el mismo comportamiento a primera hora del lunes que a última del viernes, no puedes pedir la misma forma de actuar a un hijo que a otro, ni esperar la misma respuesta cuando el estado emocional ha cambiado.

Los conocimientos teóricos sobre educación están al alcance de todo el mundo, la capacidad “artística” de aplicarlos exige un esfuerzo añadido.

Por otra parte, no hay mejor educador que el que no tiene hijos; incluso, nos parece muy sencillo educar a los hijos de los otros pero no tanto educar a los propios. Al fin y al cabo “nuestros hijos son nuestros” y nosotros somos parte implicada no sólo en su educación, sino en sus vidas.

Estamos emocionalmente implicados y aunque seamos capaces de dar orientaciones a los demás, quizá nos ocurra como al cirujano que ha realizado muchas intervenciones pero que no opera a un familiar cercano. No es lo mismo.

Además, por muy informados que estemos de las teorías educativas; también llegamos cansados, tenemos días mejores y peores, se nos complican las cosas o perdemos la paciencia.

Somos juez y parte, y a veces no es sencillo combinar los dos aspectos.

Finalmente -como en tantos otros casos- están todas aquellas circunstancias que escapan a nuestro control pero que tienen un papel relevante en sus vidas. Todas aquellas circunstancias que por no elegirlas dependen en cierta medida de la suerte, el azar, la casualidad.

No elegimos el temperamento de nuestros hijos, ni a los profesores, ni a sus compañeros de clase. No elegimos cómo les afecta un determinado suceso: si le puede impresionar, causar un trauma o favorecer una conducta positiva. Escapan a nuestro control sus relaciones con los amigos, la influencia del entorno en el que se mueve fuera de casa y sus cambios emocionales...

A pesar de todas estas circunstancias mantener una tendencia, una misma dirección; es un factor positivo.

La teoría es fácil de aprender, la capacidad artística y manejar nuestra implicación directa no tanto, la suerte... quién sabe.

martes, 6 de abril de 2010

EN CONFLICTO CON EL MUNDO.

Los problemas que se nos plantean en la edad adulta con frecuencia hacen que veamos como intrascendentes las dificultades y dudas que tuvimos en la adolescencia y, como ya he comentado en alguna ocasión, la memoria no es una reproducción exacta de los hechos o circunstancias que nos ocurrieron, sino que a menudo es un recuerdo parcial o una interpretación de lo que en realidad ocurrió.

Olvidar estas situaciones nos lleva a minimizar todas las dificultades y problemas que se viven en la adolescencia; período en el que con seguridad es el momento que más cambios se producen, más rápidamente se suceden y más conflictos nos crean. Cambios y conflictos, internos y externos, simultáneos en múltiples campos, que dificultan la convivencia con los más cercanos, pero también la convivencia con uno mismo.

Los más evidentes son los cambios corporales: aparece el vello, salen granos, se desarrolla la masa muscular, los genitales en los chicos y los pechos en la chicas... el cuerpo de niño va cambiando y no siempre responde a las expectativas que se tenían: no soy tan alto, ni tan guapo, ni tan fuerte como me esperaba o no respondo a los cánones de belleza que se imponen; desarrollo antes o más tarde que la media de mis compañeros o parece que el cuerpo se desarrolla sin coordinación pasando alguna etapa un tanto desgarbado. Los cambios corporales pueden causar complejos cuando son rápidos o descoordinados, cuando se producen demasiado pronto o demasiado tarde en relación a la mayoría; pueden ser causa de descontento cuando no se acepta el nuevo cuerpo, convertirle en objeto de risas o acoso en la escuela y en otros casos pueden causar problemas alimenticios más o menos graves.

Las hormonas están a pleno rendimiento, los cambios de humor son frecuentes, drásticos y rápidos. Emociones y sentimientos crean confusión y dificultan las relaciones con los demás y malestar individual. La mentalidad infantil se alterna y confunde con la mentalidad de un incipiente adulto: “pelean” por salir tarde, por no estar controlados, por comportarse como mayores; pero al mismo tiempo, continúan viendo las series de dibujos animados o jugando con sus muñecos de toda la vida. Rechazan las muestras de afecto de sus padres pero también suelen sentirse poco atendidos y, demandan atención, aunque a los padres nos cueste acertar cómo dársela. Rechazan las críticas paternas al mismo tiempo que a su pesar, y al menos al principio de la pubertad, los padres continúan siendo un referente en sus vidas.

La libertad que tanto solicitan, les puede crear una cierta “crisis de responsabilidad”; buscan libertad pero no acaba de gustarles sus consecuencias: sólo ellos son los responsables de sus actos. Esta libertad que sienten necesaria; al mismo tiempo les causa miedo, incertidumbre, inseguridad. No quieren límites, pero si no los tienen se sienten perdidos y abandonados por sus padres.

Los amigos van cambiando en función de la evolución física y psíquica de cada uno, sufren las primeras decepciones importantes. Están buscando su identidad, su estilo, su forma de vestir... tienen múltiples opciones para construir su identidad y pocos criterios para elegirla: prueban, dudan, se equivocan. Surgen los primeros amores y sus primeras crisis, sus primeras frustraciones cuando contrastan lo ideal y lo real.

Y entre todo este alboroto físico y emocional, entre todos los conflictos individuales y sociales, entre todas las seguridades inseguras, entre todos los miedos y afectos rechazados, estamos los profesores y padres: a veces desconcertados, a veces impotentes, a veces enfadados... pero siempre, intentando poner un poco de calma.

domingo, 21 de marzo de 2010

Vida y muerte.

Hay llamadas de teléfono que nunca debieran hacerse. Mensajes que nunca debieran llegar. Pero ni es el teléfono ni son los mensajes. Es la vida: la amistad, la alegría, la vitalidad, el futuro, la impotencia, la fuerza, el deseo... todo frustrado. Porque nadie sabrá nunca enseñarnos a no sufrir.

Ayer era ya tarde cuando me llamaron, un compañero del centro me dice que dos alumnas mías, Elena y Leyre, han tenido un accidente de tráfico. Elena ha muerto y Leyre, probablemente, lo hará en unos pocos días.

Me quedo sentado. Llueven los mensajes.

Vino a mi mente la simpatía, la extroversión, la risa, el entusiasmo, la pasión que ponía Elena en los debates, el carácter con que defendía sus ideas. Esta misma mañana, manifestaba su impresión ante un video que mostraba el asesinato de una niña.

Vino a mi mente Leyre, más silenciosa y tímida. Más anónima, aunque también ocasionalmente apasionada. Me vinieron sus familias, sus novios, todo lo que esperaban, sus dudas, su miedo a la selectividad.

Esta mañana el centro estaba silencioso, quien más o quien menos susurraba en los pasillos sin atreverse a levantar la voz. Era como un luto improvisado por jóvenes que de repente se han topado con algo muy lejano, algo que siempre les pasa a los demás cuando son mayores.

Me he ido acercando a su clase. Desde ayer estoy pensando qué puedo decir: tengo que seguir explicando la ética tomista, tengo que hablar o tengo que sentarme y aguantar mis lágrimas mientras veo sus mesas vacías. Estoy ya llegando y todavía no sé que debiera hacer.

Quizá como profesor de filosofía debiera aprovechar la ocasión para reflexionar sobre la vida, sobre la religión o la aceptación de que el hombre es un ser para la muerte. Quizá tendría que enseñarles las fases por las que van a pasar, la inevitabilidad del duelo, el papel del tiempo, cómo superar pensamientos negativos. Quizá como adulto debiera mostrar mi entereza ante la adversidad, ante la pérdida definitiva.... quizá.

Entro en clase, la mayoría de los chicos tienen la mirada perdida, a duras penas aguantan las lágrimas, alguno llora. Las chicas, sobre todo las más amigas -sus compañeras de mesa-, lloran desconsoladas mientras otras les arropan.

Quizá debiera dar una lección de racionalidad. Pero ni como profesor, ni como adulto, ni como persona puedo ocultar que junto a esa racionalidad, o incluso por encima de ella, están las emociones. Emociones que necesitan salir, expresarse, compartirse.

Ni yo mismo me acuerdo ahora de aquel tema sobre la razón y las pasiones: si buenas unas, si malas otras. La teoría es inútil cuando los sentimientos reciben la realidad como un sunami que nos invade hasta los más profundo.

Como profesor, como adulto, pero sobre todo como persona; me siento en mi mesa y rompo a llorar, por Elena y por Leyre. Soy incapaz de pronunciar una palabra. Miro las caras llenas de vida y pienso que ojalá fuera capaz de enseñarles a vivir con la muerte, con su dolor, con su sufrimiento. No me lo enseñaron en la facultad.

Más adelante hablaremos de la fe, del materialismo, de la angustia existencialista. Racionalizaremos sobre la muerte y la encerraremos en conceptos fríos y lejanos, esos que manejamos cada día sin saber de verdad qué significan. Mataremos la realidad desde libros que ya se escribieron muertos. Sólo este año, entenderemos un poco mejor, esas palabras que normalmente nos resultan vacías.

Más tranquilos, todos en silencio, dejamos pasar el tiempo mirando al infinito como si esa fuera la solución. Suena el timbre.

Apenas he dicho ni alguna palabra, pero me da la impresión de que ha sido la clase más importante de toda mi vida.

viernes, 5 de marzo de 2010

FALSA REALIDAD

Érase una vez unas familias que creaban alrededor de sus hijos un mundo sin problemas, lleno de ropa y deportivas de marca, de los últimos juegos del mercado, y en el que siempre encontraban unos brazos protectores que los mantenía en el mundo de la inocencia, de la irresponsabilidad y del más absoluto de los limbos. Unas familias en las que los hijos creían vivir en una comedia americana.

Érase una vez unos hijos que no conocían el más mínimo esfuerzo, que no sabían lo que les costaba a sus padres ganarse la vida y mantener una familia, unos hijos que apenas en alguna ocasión se habían visto en la necesidad de solucionar sus problemas por sí mismos porque sus “padres colchón” se encargaban de parar todos los golpes, de poner la cara donde fuera para evitarles la responsabilidad, de subirlos siempre sobre sus hombros para que no se lastimaran en el esfuerzo, de buscar culpables que liberaran a sus hijos de sus responsabilidades. Niños y adolescentes dueños del mando a distancia esté quien esté viendo la tele, centros del universo creado a su alrededor y para su servicio. Veinteañeros que confunden la felicidad con una noche de marcha, que necesitan vacaciones pagadas y coche aunque no trabajen o no hayan aprobado ninguna.

Pero después de tanto paraíso ficticio y fabricado, después de tanta dosis de brazos protectores y ajenos: llega la realidad.

Una realidad que los desborda y los paraliza, que les hace sentirse impotentes o incapaces, que les hace sufrir porque esa falsa realidad vivida hasta ahora no se corresponde con el auténtico mundo. Un mundo en el que nadie regala un sueldo, en el que no se puede replicar al jefe, en el que en muchas ocasiones no puedes quejarte, en el que obtener malos resultados supone el despido, en el que los compañeros son los primeros que te exigen porque tu falta de competencia supone más trabajo para ellos.

Realidad en la que cuesta llegar a fin de mes y pagar la hipoteca, en la que no llega para las marcas y en la que los problemas te los solucionas tú o no se solucionan. Adultos que no aciertan a convivir porque convivir supone ceder y renunciar a su “yo-centrismo”.

Falsa realidad que no prepara para la vida, que forma adultos a los que resulta difícil alcanzar la felicidad, a los que ese afán sobreprotector los acaba maltratando.

A pesar de todo; érase una vez familias que progresivamente iban dando responsabilidades y recompensas, iban enseñando que las cosas cuestan y que existen límites, actitudes que harán posible que sus hijos se enfrenten a ese mundo real que les espera.

martes, 16 de febrero de 2010

Mayorías ocultas.

Me voy acercando a la puerta de 1º, al llegar un alumno en tono de broma me dice “podías llegar un poco más tarde”, mientras saco mis libros Verónica y Kike son como siempre los últimos en sentarse. El resto de alumnos, también como siempre, sacan sus libros y los ejercicios... ¿cuántas clases como ésta se darán hoy? cientos o miles, ninguna ocupará la más breve nota en un periódico: “La clase de 1º se impartió con normalidad”.

Quizá aparezca que en un Instituto se le ha agredido a un alumno ecuatoriano pero nadie dará la noticia de que Diego y Vanesa –llegada hace un año de Perú- son novios, nadie dirá que Ignacio se sienta al lado de un alumno brasileño que apenas entiende el castellano y así le ayuda durante las clases. Se informará de los últimos asaltos a chalés realizados por bandas de rumanos pero nadie se acordará de Mihai y su hermana que están aprendiendo castellano a marchas forzadas para poder comenzar el próximo año un curso de iniciación profesional. Nadie hablará de Xenia que llegó a España con 15 años y en segundo de bachillerato está sacando todo sobresalientes. Saldrán los jóvenes del botellón pero no Blanca y Javier que entrenan cuatro días a la semana y se levantan los sábados a las siete y media para acudir a sus competiciones, nunca será noticia Jorge que en vacaciones se va sacar el carné de socorrista para conseguir unos euros en el verano, ni Elba que tiene el record de libros de la biblioteca leídos.

Todos ellos -con otros muchos- forman ese grupo que no crea una imagen de su generación: de ese grupo que no sale en la televisión porque nunca se les ocurriría agredir a un conserje, bajarle los pantalones a un profesor ni mucho menos quemar a un indigente; de ese grupo, de esa mayoría oculta que con mejores o peores notas, con los problemas normales de su edad, van al colegio o al instituto, chatean en Internet y salen los fines de semana.

Sin embargo los medios de comunicación, los que escribimos de vez en cuando, seguiremos siendo injustos. Seguiremos hablando mucho más de los violentos, de los acosadores, de los que abandonan sus estudios, de los que beben demasiado y de los que graban gamberradas para colgarlas en la red. Porque por un lado, ni lo normal ni lo bueno son noticia y por otro, la denuncia -sacar a la luz lo que no funciona- es una forma de manifestar la necesidad de mejora. Por el camino, seguiremos siendo injustos y nos seguiremos olvidando de los “Diegos”, de los “Ignacios”, de las “Kikes”, de los “Mihai” y de sus padres, que han sentado las bases de su educación.

Quizá dentro de unos años cuando el técnico de la lavadora sea eficiente y educado, cuando el enfermero nos trate de forma agradable y el médico sea competente comentemos: “Dónde está aquella generación del botellón y de la violencia”.

Mientras tanto, sin quererlo, sin darnos a veces ni cuenta, seguiremos ocultando a la mayoría. Valga esta breve reseña como reconocimiento.


miércoles, 3 de febrero de 2010

AYÚDALES EN SUS ESTUDIOS.

Enseñarles a ser autónomos en su trabajo, disponer de un lugar adecuado, planificar el tiempo, tener un hábito de estudio, descansar el tiempo necesario..., son pilares fundamentales para el éxito escolar. Pilares fundamentales pero no exclusivos ya que existen otros factores que en mayor o menor medida pueden afectar el rendimiento escolar.

Elogiar sus éxitos, valorar su esfuerzo y sus cualidades. Solemos caer en los dos extremos: o todo en nuestros hijos nos parece maravilloso o somos excesivamente críticos, la virtud está en el término medio. Tenemos que valorar lo que hacen bien, hacérselo ver, premiarles con nuestro reconocimiento y censurar aquello en lo que se equivocan. Nuestro juicio debe ser proporcional a sus capacidades: a veces sacar un cinco en una materia tiene más mérito que un diez en otra y nuestra valoración se tiene que ajustar al esfuerzo y a sus cualidades, no exclusivamente al resultado.

No ocultar información al tutor. Puede haber problemas en las familias o en los propios alumnos que da cierto pudor contar o que se consideran irrelevantes para el rendimiento escolar. El tutor y el conjunto de sus profesores no pueden tratar correctamente a un alumno que está sufriendo algún tipo de problema importante que desconocen.

“El hermano mayor que siempre sacaba sobresalientes”. Una de las cosas que más molesta a un chico o a una chica es que constantemente le estén recordando a ese familiar o vecino que todos tenemos y que es maravilloso en todos los aspectos de su vida. Primero no es verdad, nadie es perfecto, y segundo cada uno somos diferentes y habrá que exigir a cada individuo por su trabajo y sus cualidades.

Plantear objetivos alcanzables. Cuando nos enfrentamos a algún problema de malos resultados o de mal comportamiento no podemos exigir de la noche a la mañana o de una evaluación para otra un cambio radical. Además de ofrecer los recursos para superar el problema; debemos plantear objetivos concretos, alcanzables en un período corto y comprobables: he sacado un dos en matemáticas, pondremos unas clases de apoyo o estudiaremos todos los días media hora extra de matemáticas y en el siguiente examen como mínimo habrá que llegar al cuatro y progresivamente llegar al aprobado.

No proyectar en mi hijo mis deseos. A veces nos cuesta aceptar que nuestros hijos cuando van creciendo forjan su propia personalidad y que normalmente esta personalidad no coincide con la nuestra y mucho menos con deseos que no pudimos cumplir. Ellos no tienen porque cursar aquellos estudios de música que nosotros tuvimos que abandonar o aquella ingeniería que siempre quisimos hacer.

Imagen del centro y de los profesores. Uno de los principios fundamentales de la educación es que yo no aprendo nada si creo que mi profesor no tiene nada que enseñarme. Por ello, la imagen que demos ante nuestros hijos del centro y de sus profesores va a influir directamente en lo que va a aprender y en sus resultados: comentarios despectivos o críticas frecuentes les perjudican. Esto no quiere decir que no existan problemas reales, errores, etc. pero estas cuestiones habrá que solucionarlas entre los adultos intentando mantener a los alumnos al.

Aunque todos estos aspectos no son una garantía segura de éxito, pasarlos por alto es con mucha frecuencia una garantía de fracaso.


viernes, 29 de enero de 2010

COMENZAR POR EL TEJADO.

Hace ya tiempo que ronda por los centros la idea de que sería necesario aumentar los cursos de bachillerato para mejorar el nivel de conocimientos de estos alumnos. Ahora, tras una primera propuesta del Partido Popular, el Ministro de Educación parece recoger el guante en lo que quizá sería el comienzo del famoso e inexistente Pacto por la Educación.

Con toda seguridad esta propuesta será bien acogida tanto por los profesores que imparten clase en este nivel como por las universidades; ya que a pesar de las constantes llamadas de atención de los profesores sobre los niveles de los alumnos, sólo cuando este problema ha sido constatado en los primeros cursos universitarios se ha comenzado a tomar más en serio.

Sin embargo, este nuevo planteamiento abre algunos interrogantes: ¿Existe otro tipo de cambio mejor que el planteado? Evidentemente sí.

Alargar el bachillerato para mejorar el nivel de acceso a la universidad no soluciona los verdaderos problema de la educación. El problema fundamental no está en los cursos superiores sino en la base: en mejorar la calidad de la enseñanza obligatoria, mejorando así no sólo el nivel de los alumnos que acceden a bachiller, sino el de toda la población: estudien posteriormente o no lo hagan.

Comenzar por el bachillerato es comenzar por el tejado manteniendo unos cimientos de barro: deficiencias en lectura, en expresión, en cuestiones matemáticas básicas, etc.

Si sólo se toman medidas en este nivel superior el resto de la población queda al margen, y se establece así una desigualdad condenando a este resto de alumnos a unos niveles académicos similares a los actuales que como todos sabemos necesitan una mejora sustancial.

Debe reforzarse considerablemente la educación obligatoria y mejorar su calidad para lo cual, y a mi entender, se debería: reducir los alumnos por aula, reducir el número de profesores que imparte clase en cada grupo de secundaria y dar al profesorado una formación práctica y realista para poder enfrentarse con éxito a los problemas que se le plantean.

viernes, 22 de enero de 2010

INTERNET: UN MUNDO DE POSIBILIDADES Y PELIGROS.

La generalización del uso doméstico de Internet ha venido a complicar todavía más la difícil tarea de ejercer de padres. La red ha abierto un mundo de posibilidades en el que al alcance de unos pocos “clics” lo mismo puedes acceder al Diccionario de la Real Academia, a la clasificación de la liga de fútbol que a una asociación que fomenta la violencia o a otra con las más extrañas prácticas sexuales.
La cuestión se complica porque los jóvenes suelen aventajar con creces los conocimientos de los padres, pero nuestra función no puede reducirse a enchufarles el ordenador para que “naveguen”: si los dejamos navegar solos en este mar tan complejo es muy posible que se ahoguen.
El primer problema que suele surgir es “cuándo es conveniente que comiencen a utilizar el ordenador”. Si ya lo tenemos en casa la respuesta es sencilla: cuanto antes mejor. Existen programas para los más pequeños en los que al mismo tiempo que aprenden los colores, las formas, los animales... van adquiriendo soltura en el manejo del ratón y del ordenador en general. Con el descubrimiento de los juegos y los mensajes llegarán las reivindicaciones para comprarlo y, aunque no se puede fijar una edad, si que debemos favorecer y potenciar el acceso a las nuevas tecnologías ya que el uso de la informática junto con los conocimientos de inglés son ya instrumentos necesarios en la sociedad del siglo XXI, requisitos cada vez más imprescindibles para el trabajo y recursos cada vez más indispensables en la vida cotidiana.
Cuando "nos enfrentamos" a Internet, nuestras principales responsabilidades son: orientarles y controlar los contenidos a los que se puede tener acceso y enseñarles que la red no es exclusivamente un instrumento de ocio, sino que además de constituir un recurso importante para sus estudios y su futuro trabajo, como fuente de información o como forma de comunicación, es también una posibilidad para que ellos sean agentes activos participando por ejemplo en campañas para denunciar la violencia de género o los delitos ecológicos -http://www.es.amnesty.org/ o http://www.greenpeace.org/espana/- e incluso creando ellos sus propios materiales o páginas web para expresar sus ideas, denuncias, etc.
La red es un mundo complejo, de fácil acceso, que presenta nuevos problemas, que es inevitable, al que no hay que temer pero frente al que hay que tomar algunas precauciones.
En el caso de los niños es necesario no sólo comenzar a navegar con ellos, sino también utilizar programas de navegación y de control adaptados a su edad. Es fácil encontrar en la red navegadores pensados para los más pequeños que además de ofrecerles contenidos interesantes limitan el acceso exclusivamente a aquellas páginas apropiadas a su edad. Para los más mayores que ya van navegando solos existen programas que evitan el acceso a páginas de tipo violento, sexual, etc.
En el caso de los contactos a través de la red, a los que son tan aficionados, no es conveniente el acceso a chats libres en los no se puede ejercer un control de las personas que participan, es mejor utilizar programas de mensajería –el más popular es el Messenger- en los que se pueden filtrar los contactos con los que conversar o jugar, por ejemplo dejar exclusivamente a los compañeros de clase.
El control de la actividad a través de la red puede hacerse controlando el historial del navegador para ver en qué páginas han estado o incluso instalando un programa que registra toda la actividad del ordenador.
Los navegadores adaptados para niños, los programas de control y registro de la actividad del ordenador, son programas que se pueden encontrar en Internet de forma gratuita y legal. Desde un buscador o en páginas específicas de descarga de software pueden encontrarse con relativa facilidad.
Cuando la edad, la prudencia o el derecho a la intimidad de nuestros hijos lo aconsejen, tendremos que ir eliminando estos programas. Será entonces el momento de confiar en que todas esas orientaciones que tantas veces hemos repetido y que aparentemente se han perdido en el espacio infinito afloren, y sean ellos mismos quienes se autocontrolen. Vamos...como en el resto de facetas de la vida.