Hablo del nacionalismo -que ahora se manifiesta como catalán
aunque puede ser también vasco, español, inglés o francés- que ha puesto en
jaque la integridad de España y de la Comunidad Europea con las repercusiones
políticas, económicas y sociales que ello conlleva.
Podemos remontarnos al proceso de creación de España como nación, a
la Transición y la Constitución del 78, a la relación de los partidos gobernantes
con los nacionalismos o a la mayoría silenciosa que sólo levanta la voz cuando ya
le han pisado el cuello.
Entre todas esas cuestiones posibles, la consideración de fobia y rechazo
a todo lo relacionado con España, el aprovechamiento que de esta situación han
hecho los nacionalismos periféricos y el papel que ha jugado la izquierda en
este proceso me parecen cuestiones especialmente cercanas a nuestra condición
de ciudadanos de a pie sin responsabilidades políticas.
Tras cuarenta años de democracia no hemos podido desligar la “una,
grande y libre” franquista de nuestro subconsciente. El concepto de España como
Estado sigue relacionado con la España facha y retrógrada de los que se
manifiestan con la bandera pre constitucional mientras cantan el “cara al sol”.
Los símbolos nacionales son interpretados como símbolos de ultraderecha.
En este contexto y con el permiso de la mayoría silenciosa, los
nacionalismos no españolistas han echado leña al fuego y han conseguido
alimentar la fobia y la regresión a esta interpretación de lo nacional español
como dictatorial y represivo.
Y entre este agua, se ha movido una izquierda en teoría
internacionalista que no ha sabido trasmitir la idea de internacionalización
como progreso y se ha dejado absorber y acomplejar por un nacionalismo
reduccionista que ha sabido convencernos de que lo contrario a independentista
es “facha”.
Ahora, cuando en el tablero se ha planteado un jaque mate, las
piezas han comenzado a recolocarse.
No hace falta volver a Rosa Luxemburgo –activista y teórica fundamental del socialismo y el
marxismo al principio del siglo XX- cuando veía en la autodeterminación
nacional un refuerzo de la burguesía y una traba para la liberación del
proletariado. Figuras actuales y muy representativas de la izquierda han puesto
por fin sobre la mesa unas ideas que ni son “fachas” ni son nacionalistas.
Nicolas Sartorius –fundador de Comisiones
Obreras, miembro del Partido Comunista de España encarcelado durante años en el
franquismo- ha escrito que en las condiciones actuales “no hay nada más
insolidario que romper un país… divide a los sindicatos; quiebra la caja única
de la Seguridad Social garantía de las pensiones; parte la unidad de los
convenios colectivos y el sistema de relaciones laborales en un espacio de
mercado único que, de quebrarse, dejaría a la intemperie a trabajadores y
empresas.”
Alberto Garzón -actual coordinador de Izquierda
Unida- ha afirmado que el independentismo no va a permitir a las clases populares
vivir mejor y que si el independentismo lo piden las partes más ricas hay que
sospechar.
Carolina Bescansa –fundadora de Podemos- ha
criticado que su partido se haya mantenido tan cerca de los independentistas y
cree que no ha explicado debidamente que no apoyarán la independencia "ni
por la vía unilateral, ni por la bilateral". Posteriormente, la dirección
nacional de su partido ha intervenido la autonomía de Podemos Cataluña por su
deriva nacionalista.
Paco Frutos –ex secretario general del PCE- ha
dicho que hablaba en "nombre de una izquierda no nacionalista, suponiendo,
permitidme la ironía, que haya una izquierda nacionalista".
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Es hora de quitarse complejos, cobardías y falsos maniqueísmos
interesados que anulan opciones de cambio.