Dicen que con el pecado va la penitencia. Será por eso
que la mentira, una traba fundamental para la comunicación y las relaciones
humanas, supone al mismo tiempo una falta de confianza en la persona que
miente.
Si la persona que falta a la verdad pertenece a un grupo,
no sólo se perjudica a sí mismo sino también al grupo del que es miembro. Y
para más inri, si ese grupo no tiene los mecanismos adecuados para prevenir estos
comportamientos, la pérdida de confianza parece que tiene que ser total.
Estos últimos años estamos viviendo un continuo no ya
goteo, sino casi inundaciones, de casos de corrupción tanto individual como en
partidos e instituciones que han escapado a los mecanismos de control. Estamos
viviendo también un aluvión de comportamientos legales pero poco éticos. Además,
hemos vivido una legislatura en la que los programas electorales se han
olvidado y en la que las posiciones políticas han variado en función de los
importantes cambios que se han ido produciendo. Con todo ello, si la confianza
en los políticos ya era poca, todavía ha ido disminuyendo. Que una política sea
calificada por los ciudadanos con 5,9 se considera un éxito, la mayoría no
llega al 5.
Corrupciones e incumplimientos han provocado un mal
todavía mayor que los miles de millones que de una forma u otra se han robado,
han provocado la pérdida de confianza en los políticos como grupo dedicado a gestionar
nuestros medios y solucionar nuestros problemas.
En este contexto una nueva fuerza política –Podemos-,
supo aglutinar el descontento y la decepción de muchos ciudadanos procedentes
de distintos lugares políticos pero unidos por esta decepción. Creo que al
margen de sus posiciones políticas, hay que reconocerles el mérito de objetivar
en un partido el descontento generalizado de la sociedad civil. A este carro se
sumó la extensión a territorio nacional de Ciudadanos.
Por su parte, los partidos de siempre se han limitado a
realizar alguna cuestión de maquillaje. Leve en el Partido Popular y más
significativa con los cambios de líderes en el Partido Socialista e Izquierda
Unida, aunque estos cambios no acaben de cuajar como una regeneración de unos
partidos que se han mostrado como pesadas máquinas, como estructuras de poder
difíciles de modificar.
En este contexto nos situamos frente a una legislatura
con grades retos inmediatos, primero llegar a un acuerdo para formar gobierno y
luego la creación de empleo, que el empleo sea de calidad, reducción de la
diferencia entre las rentas más altas y las más bajas, garantizar las
necesidades básicas para todos los ciudadanos… Pero además está en la mano de
todas las fuerzas políticas una cuestión fundamental: recuperar la confianza de
los ciudadanos en los gestores públicos y volver a ilusionar con sus proyectos.
Llevamos ya varias convocatorias electorales en la que
no se vota a favor de un proyecto político sino en contra de otro. Se vota por
rechazo y no por atracción. No se vota porque más o menos me convenza una
propuesta sino para que no salga otra. Y no es un buen síntoma en un sistema
democrático que en lugar de generar ilusión los partidos generen rechazo.
Colocados cada uno en su novedad, experiencia y
propuestas. Favorecidos o perjudicados por no haber ejercido responsabilidades
políticas o por haberlo hecho, los resultados son los que son y en consecuencia
sus responsabilidades.
Pero en manos de unos y otros está una cuestión
fundamental: recuperar la confianza que los ciudadanos debiéramos tener en
nuestros representantes.