miércoles, 23 de diciembre de 2015

CONFIANZA.

Dicen que con el pecado va la penitencia. Será por eso que la mentira, una traba fundamental para la comunicación y las relaciones humanas, supone al mismo tiempo una falta de confianza en la persona que miente.
Si la persona que falta a la verdad pertenece a un grupo, no sólo se perjudica a sí mismo sino también al grupo del que es miembro. Y para más inri, si ese grupo no tiene los mecanismos adecuados para prevenir estos comportamientos, la pérdida de confianza parece que tiene que ser total.
Estos últimos años estamos viviendo un continuo no ya goteo, sino casi inundaciones, de casos de corrupción tanto individual como en partidos e instituciones que han escapado a los mecanismos de control. Estamos viviendo también un aluvión de comportamientos legales pero poco éticos. Además, hemos vivido una legislatura en la que los programas electorales se han olvidado y en la que las posiciones políticas han variado en función de los importantes cambios que se han ido produciendo. Con todo ello, si la confianza en los políticos ya era poca, todavía ha ido disminuyendo. Que una política sea calificada por los ciudadanos con 5,9 se considera un éxito, la mayoría no llega al 5.
Corrupciones e incumplimientos han provocado un mal todavía mayor que los miles de millones que de una forma u otra se han robado, han provocado la pérdida de confianza en los políticos como grupo dedicado a gestionar nuestros medios y solucionar nuestros problemas.
En este contexto una nueva fuerza política –Podemos-, supo aglutinar el descontento y la decepción de muchos ciudadanos procedentes de distintos lugares políticos pero unidos por esta decepción. Creo que al margen de sus posiciones políticas, hay que reconocerles el mérito de objetivar en un partido el descontento generalizado de la sociedad civil. A este carro se sumó la extensión a territorio nacional de Ciudadanos.
Por su parte, los partidos de siempre se han limitado a realizar alguna cuestión de maquillaje. Leve en el Partido Popular y más significativa con los cambios de líderes en el Partido Socialista e Izquierda Unida, aunque estos cambios no acaben de cuajar como una regeneración de unos partidos que se han mostrado como pesadas máquinas, como estructuras de poder difíciles de modificar.
En este contexto nos situamos frente a una legislatura con grades retos inmediatos, primero llegar a un acuerdo para formar gobierno y luego la creación de empleo, que el empleo sea de calidad, reducción de la diferencia entre las rentas más altas y las más bajas, garantizar las necesidades básicas para todos los ciudadanos… Pero además está en la mano de todas las fuerzas políticas una cuestión fundamental: recuperar la confianza de los ciudadanos en los gestores públicos y volver a ilusionar con sus proyectos.
Llevamos ya varias convocatorias electorales en la que no se vota a favor de un proyecto político sino en contra de otro. Se vota por rechazo y no por atracción. No se vota porque más o menos me convenza una propuesta sino para que no salga otra. Y no es un buen síntoma en un sistema democrático que en lugar de generar ilusión los partidos generen rechazo.
Colocados cada uno en su novedad, experiencia y propuestas. Favorecidos o perjudicados por no haber ejercido responsabilidades políticas o por haberlo hecho, los resultados son los que son y en consecuencia sus responsabilidades.

Pero en manos de unos y otros está una cuestión fundamental: recuperar la confianza que los ciudadanos debiéramos tener en nuestros representantes.