miércoles, 14 de diciembre de 2011

ALGO MÁS QUE LA FAMILIA.

No podemos simplificar los problemas pretendiendo que un solo factor los explique; pero sí podemos centrarnos en alguna de las diversas causas que con mayor o menor relevancia influyen en una cuestión. Por ejemplo, la relación entre el contexto social y el fracaso escolar.

Decía una estadística que leí hace tiempo que en los primeros años de escolarización los hijos de maestros obtenían unos resultados significativamente mejores que el resto de sus compañeros. Sin ser tan concretos, es frecuente relacionar el nivel académico de los padres con el éxito escolar de sus hijos, se programan campañas que dicen “ellos leen si tú lees”, e incluso se relacionan las calificaciones con el número de libros que se tienen en una casa.

Todos estos estudios parecen dar por hecho la influencia que el contexto social tiene para explicar nuestras acciones. Pero aunque estudios y artículos suelen centrarse en el contexto familiar, existe un contexto social más amplio que también influye en los resultados escolares.

En torno a los años 70, los hijos de los trabajadores tuvimos la oportunidad de cursar unos estudios antes reservados a las clases medias-altas o a miembros de órdenes religiosas. Por primera vez, los hijos de un peón del campo o de un empleado con una formación básica pudimos plantearnos de forma realista estudiar incluso en la universidad.

Entonces los propios maestros establecían una división con tintes clasistas y nada acertada: una nueva división social no relacionada con la situación económica sino con la supuesta capacidad intelectual y por “valer” se entendía sacar buenas notas – o sea, ser inteligente-: el tiempo ha demostrado lo erróneo de esta “división intelectual”, la inteligencia no se establece en función de los estudios cursados.

En cualquier caso, la sociedad valoraba muy positivamente el hecho de estudiar. Pero esta situación tenía sus exigencias.

Todo tu ámbito social: padres, familiares, profesores y compañeros de clase, volcaban en ti sus expectativas y su presión para que aprobaras y acabaras los estudios. Los que estudiábamos, estábamos en una situación privilegiada con respecto a nuestros padres. No nos podíamos permitir el lujo de no aprobar, suspender no se contemplaba como posibilidad y la sociedad en general te premiaba con su reconocimiento.

Estudiar era una oportunidad. Aprobar, pasar de curso... era lo que se esperaba de ti pero también lo que querías conseguir. Suspender era un fracaso

Ahora, el contexto social ha cambiado.

Estudiar no se valora como un privilegio ni como una oportunidad única. Se tienen muchas más posibilidades económicas y legales para repetir o seguir otras vías que exigen menos esfuerzo. Entre los alumnos repetir curso está más que contemplado, el raro es el que saca buenas notas e incluso el que simplemente aprueba, se ha aceptado la normalidad del suspenso, no pasa nada por hacer en seis años unos estudios de cuatro, y todos sabemos que Einstein suspendía matemáticas.

Estudiar, aprobar, pasar de curso... es el rollo de mis padres, en mi clase sólo han aprobado todo cinco, este curso hay siete repetidores en cada grupo y llevo con orgullo coleccionar amonestaciones.

Estudiar siempre ha costado, resolver ejercicios de matemáticas o estudiar lengua ni fue ni es plato de gusto; no salir el sábado en lugar de estudiar nunca se ha hecho con alegría. Pero el contexto social en el que se realiza el esfuerzo, es un condicionante más que facilita o dificulta.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Trabajar y tener hijos.

Ya cuando en Europa se planteaba el problema de la escasez de natalidad, los diversos países optaron por dos modelos diferentes para fomentarla: un sistema de guarderías que permitiera dejar a nuestros hijos mientras se trabaja o favorecer la flexibilidad laboral promocionando la facilidad para pedir excedencias, medias jornadas o el trabajo desde casa cuando la actividad profesional así lo permitiera.

Ahora, la sociedad demanda medidas para conciliar la vida laboral y familiar es decir, para que se facilite el cuidado de los hijos al mismo tiempo que se tiene que trabajar, y como consecuencia de esta nueva necesidad se vuelven a poner sobre la mesa estos dos modelos: una red de guarderías para los más pequeños y de escuela-guardería que abran doce horas diarias durante once meses o una serie de medidas que favorezcan la “liberación” y la flexibilidad en el trabajo cuando se necesita atender a nuestros hijos.

Gobierno y familias deben optar por un modelo u otro aunque necesariamente no son modelos excluyentes: se pueden tomar medidas simultaneas en ambas direcciones y habrá que elegir la mejor en función de las circunstancias.

En primer lugar hay que tener en cuentea que no siempre se puede elegir: salarios bajos y/o hipotecas altas hacen necesaria la guardería ya que en estos casos las familias no se pueden permitir la reducción de ingresos que supone la media jornada o una excedencia. Pero en mi opinión, si es posible, la guardería debe de ser un apoyo para la familia y no al contrario, es decir, no podemos convertirnos en padres exclusivamente para recoger a los niños darles de cenar y echarlos a la cama. La prioridad, si es posible, es su atención aunque esto no excluya que asistan alguna hora a la guardería.

Hasta el final de la educación primaria estas dos opciones suelen ser factibles ya que cada vez son más las escuelas que ofrecen servicios adicionales al horario escolar: comedor, poder dejar a los niños desde las ocho de la mañana, actividades extraescolares tras el período lectivo o actividades en los períodos vacacionales. Pero a partir del comienzo de la secundaria aunque aparentemente el problema se soluciona, realmente se complica.

Por un lado podemos engañarnos al pensar que porque nuestros hijos van creciendo ya no nos necesitan como cuando eran pequeños, y por otro, la realidad es justo la contraria: están en plena adolescencia, tienen más tiempo libre, de diferente manera que en la infancia nos siguen necesitando y además, ya no disponemos de las opciones que ofrecía la escuela-guardería.

Dejar a un adolescente toda la tarde solo y pensar que va a dedicarse a estudiar o a realizar los deberes es en la inmensa mayoría de los casos una ilusión nada realista. Solo con la televisión, internet, vía libre para salir o quedar en casa con sus amigos y la consola es el mejor caldo de cultivo para el fracaso escolar y en un número considerable de casos el fracaso escolar es el menor de los problemas que se plantea.

Es verdad que las necesidades económicas o la imposibilidad de acogernos a medidas de flexibilidad pueden no dejarnos otra alternativa pero también es verdad que el afán economicista y consumista es un motivo frecuente para no renunciar a unas horas de trabajo sin darnos cuenta de que aunque por el momento nuestros hijos y nosotros mismos no seamos conscientes: las mejores deportivas, el mejor móvil, las mejores vacaciones o el mejor coche es mucho menos importante que comer con ellos, comentar como les ha ido la mañana, supervisar sus tareas y echarles la bronca por dejar el baño lleno de agua después de la ducha.

viernes, 14 de octubre de 2011

INTERROGANTES

Mucho tienen que cambiar las cosas para que a lo largo de este curso el Partido Popular no sustituya al Partido Socialista en el Gobierno. Independientemente de que unos vean en este cambio el inicio de las transformaciones necesarias en el sistema educativo u otros piensen que va a suponer una vuelta atrás, el triunfo del Partido Popular abre un buen número de interrogantes.
¿El nuevo gobierno asumirá como tema urgente la reforma del sistema educativo? ¿Se limitarán los cambios a temas ideológicos? ¿Aprobará una ley o unos decretos basados en un pacto? ¿Serán esos cambios los adecuados para mejorar nuestro sistema?
Es evidente que las circunstancias cambian y que las prioridades se alteran, pero no podemos olvidar que en las dos legislaturas que gobernó el Partido Popular presidido por J. M. Aznar, los temas educativos apenas se encararon hasta el sexto año de legislatura en el que se aprobó la LOCE (2002), ley que ni siquiera llegó a aplicarse porque dos años más tarde los populares salían del gobierno y ley, que el propio Portavoz de Educación del Grupo Popular en el Congreso ha calificado de “tímida reforma”. En esta situación de crisis, ¿centrarán sus esfuerzos exclusivamente en cuestiones económicas o también en las educativas?
¿A qué ámbito se aplicarán las reformas? Parece lógico que el Partido Popular de una respuesta urgente a las cuestiones más ideológicas defendidas por sus líderes y apoyadas por los votantes: reforma sustancial o eliminación de la materia Educación para la Ciudadanía o revisión de los conciertos con los centros privados. Pero sin menospreciar la importancia que se de a estos temas, están también las cuestiones directamente relacionadas con las carencias y problemas de nuestro sistema educativo: fracaso escolar, autoridad del profesor, esfuerzo, etc. ¿Se abordarán ambos ámbitos con la misma urgencia?
Si finalmente se afronta el tema de la educación y se propone una modificación normativa sustancial, ¿va a ser una ley con fecha de caducidad incluida o se va basar en un pacto por la educación?. Es decir, ¿se aprobará una ley sin consenso que desaparecerá cuando los populares abandonen el gobierno o tomarán la iniciativa para llegar a un acuerdo con el resto de partidos y conseguir así una norma estable que permanezca en el tiempo?
¿Cuál será el contenido de los cambios? En líneas generales todos estamos de acuerdo. No es cuestión política sino de sentido común que fracasamos con estas tasas de fracaso escolar, que no funciona un sistema en el que la titulación no garantiza conocimientos y preparación, que falta implicación de las familias en el proceso educativo y que el profesor no puede ser el último mono en el proceso de aprendizaje. La dificultad estriba en cuáles deben ser las normas concretas que consigan cambiar esta situación: ¿se va a sustituir la educación comprensiva por la diferenciada? ¿cómo se implica a las familias en el proceso educativo de sus hijos? ¿qué mecanismos se articulan para aumentar niveles sin conseguir al mismo tiempo que la bolsa de fracasos aumente?
Es indudable que la situación económica será un tema central para el nuevo ejecutivo, un gobierno que tendrá que seguir reduciendo el gasto. ¿Qué partidas van a ser recortadas? ¿se va a recortar más el gasto social –incluido el gasto en educación-?. Si es así, ¿se va a saber gestionar de forma que, reduciendo los gastos se mejoren los resultados?
Estoy seguro que ahora, los responsables populares tendrán respuesta a todas estas cuestiones. Pero lo importante no son las supuestas soluciones actuales, sino la práctica que vendrá cuando asuman el poder. Desgraciadamente, unos y otros, nos tienen demasiado acostumbrados a promesas que no llegan y a soluciones que no solucionan.

lunes, 10 de octubre de 2011

¿PREPARANDO EL CAMINO?


Sin ánimo de quitar importancia al resto de cuestiones que se han ido tocando últimamente, hay que subrayar un tema que me parece importante y que ha sido cuestionado en varias ocasiones: la atención a la diversidad.
Se ha argumentado que el que no quiere estudiar no estudia de ninguna manera independientemente del profesor que le de clase y del número de alumnos que estén en el aula; que la solución pasa por el orden, el respeto y el rigor científico; que la atención a la diversidad es un concepto abstracto y difuso, que no hay valoraciones de este recurso y que es tan cara como inoperante para los alumnos.
Parece que esas opiniones se refieren a los grupos que buscan esa atención a la diversidad reduciendo el número de alumnos por aula y olvidando, que también es atención a la diversidad la optatividad o las múltiples tareas que puede realizar el tutor. A pesar de todo, yo también me centraré en esos grupos reducidos.
En primer lugar, hay que aclarar que cuando hablamos de estas clases, no estamos hablando sólo de alumnos que no quieren estudiar, que tienen un mal comportamiento y que crean graves problemas de disciplina. El concepto de atención a la diversidad comprende también a alumnos con carencias significativas debidas por ejemplo a una falta importante de base, a sufrir determinadas enfermedades físicas o psíquicas, a presentar una diferencia significativa en sus capacidades intelectuales o todo al mismo tiempo.
Que los alumnos quieran o no quieran estudiar no es una cuestión tan simple. Uno puede no querer cuando las cosas siempre le salen mal, cuando nadie le anima, cuando no encuentra algo atractivo o cuando le parece inútil lo que hace. Por eso, es fundamental el profesor y el tiempo que puede dedicar a cada uno de sus alumnos. Es mucho más sencillo así, hacerles ver que son capaces de resolver problemas, animarles a seguir intentándolo, buscar contenidos y formas que les resulten más atractivas o relacionar los contenidos con la práctica. Esta es en muchos casos la diferencia entre querer o no querer.
En cuanto al orden, el respeto y el rigor necesario en el aula estoy totalmente de acuerdo. Pero está más que comprobado que ese orden y respeto puede conseguirse de forma mucho más efectiva en una clase reducida que en una de veinticinco alumnos.
La atención a la diversidad no es un concepto abstracto y difuso, sino muy concreto: adaptar los contenidos y la atención a las circunstancias individuales de cada alumno. Que debiera valorarse su eficacia de la forma más objetiva posible, totalmente de acuerdo. Pero ya que esa valoración no existe o la desconocemos, ¿cómo se puede afirmar de forma tajante su inoperancia con respecto a los alumnos? A mi la experiencia me dice justamente lo contrario.
Que es más costosa una clase de 12 ó 15 alumnos que una de 25, claro. También es más costoso un médico por cada 10.000 habitantes que uno por cada 100.000. La cuestión es ahorrar en los temas más innecesarios o donde sea más reducido el impacto del ahorro.
¿Realmente es la atención a la diversidad una medida tan inoperante, un recurso sin aspectos positivos?, ¿o se está preparando el camino para que pensemos que es un gasto inútil, y que por tanto no pasa nada por suprimirlo?

sábado, 10 de septiembre de 2011

EDUCACIÓN DE CALIDAD.


Ya comenzada la crisis económica el puente de una localidad, único acceso posible, fue arrastrado por una riada. Su reconstrucción suponía un considerable aumento en los ya ajustados presupuestos, por lo que decidieron acometer la imprescindible obra abaratando al máximo los costes. Para evitar las protestas vecinales, al responsable político se le ocurrió abaratar en lo que menos se veía, manteniendo al mismo tiempo el aspecto de una buena construcción: hicieron el puente con los mínimos cimientos. Ese año los presupuestos no se vieron excesivamente afectados, los vecinos quedaron contentos; al año siguiente se cayó el puente, pero ya gobernaba otro partido.
Esta situación absurda –supongo- en el terreno de las obras públicas, es la política que se aplica en el terreno de la educación.
En cuestiones puramente económicas, se está reduciendo y poniendo límite al endeudamiento del Estado para no hipotecar el futuro. Pero al mismo tiempo se está hipotecando el futuro si la formación que se da a los jóvenes no es una formación de calidad y no constituye unos cimientos consistentes; ya que sólo una alta cualificación profesional nos hará competitivos, nos permitirá superar la crisis cuanto antes y nos hará capaces de situarnos con dignidad en el mapa económico que surgirá tras ella.
El debate sobre las horas lectivas ha vuelto a poner sobre la mesa el asunto de la calidad de la enseñanza, al mismo tiempo que ha planteado también otros temas de corte laboral.
En el ámbito laboral, la reducción de plantillas con su consiguiente reducción en la contratación de interinos, es un tema importante tanto desde un punto de vista personal como sindical. Pero desde un punto de vista más global, la cuestión de una educación de calidad debe centrar nuestra atención.
Si se abre y se mantiene este debate como un problema por una hora lectiva me parece una manipulación o un error. Manipulación por parte de quien quiere trasmitir a la opinión pública la idea de que trabajamos unas pocas horas a la semana y error, porque el aumento de horas de clase por sí solas no son tan significativas, a no ser  -como es- que sea la gota que colma un vaso ya colmado hace tiempo.
En el primer tema hay que recordar o informar que la jornada laboral de un profesor es la misma que la de cualquier funcionario y que en su horario de trabajo, además de las horas lectivas también prepara esas clases, corrige, atiende a padres, se reúne en evaluaciones, con el resto de tutores, adapta currículos, etc.
En cuanto al segundo, es verdad que el aumento de horas lectivas afecta al tiempo que puede dedicarse a cada alumno y a las medidas de atención específicas, pero creo que la repercusión de una o dos horas no es tan grave y que hay que entender las reacciones que ha provocado desde un punto de vista mucho más amplio: las diversas circunstancias de muy variada índole que vienen mermando desde hace tiempo la calidad educativa al no proporcionar los recursos necesarios para afrontarlas y la situación general del profesorado.
La vida de los centros se ha ido haciendo cada vez más compleja, al profesor se le han ido exigiendo más funciones, funciones para las que no estaba preparado y funciones para las que tampoco ha tenido demasiadas ayudas ni alicientes. La escuela ha tenido que asumir buena parte del papel que ejercían las familias al mismo tiempo que frecuentemente, el profesor se ha convertido en “el malo” frente a alumnos sancionados y apoyados por sus padres. Desarrolla un papel integrador acogiendo a alumnos de múltiples nacionalidades. Atiende alumnos escolarizados hasta los 16 años pero sin ningún interés por aprender. Trabaja temas transversales relacionados con valores, educación vial, sexual, etc.
Pero al mismo tiempo que no se le ha dotado de los recursos necesarios para llevar a cabo las nuevas demandas, ha perdido su reconocimiento social para educar, buena parte de su trabajo como educador se ha convertido en trabajo como “guardador”,  en demasiadas ocasiones le resulta prácticamente imposible explicar, muchas veces se ha visto impotente ante su trabajo, se siente maltratado por unas normas que igualan el valor de su palabra a la de un niño o a la de un adolescente...
Y para rematar: menos sueldo, más alumnos y más horas.
De todo hay en la viña del Señor, pero creo que para el profesorado el tema de las horas lectivas es mucho más que el problema de añadir una hora lectiva (dos o tres). Lo que late en el fondo es mucho más profundo e importante. Creo que no me arriesgo demasiado si afirmo que los docentes asumirían con gusto más horas lectivas a cambio de unas condiciones que les permitieran desarrollar su trabajo en unas condiciones adecuadas, en unas condiciones que repercutirían directamente en una educación de calidad. 

martes, 16 de agosto de 2011

EL SÍNDROME. ¡Ya es adolescente!

Tengo un amigo preocupado que me consulta sobre una extraña patología que está sufriendo. De forma variable y sucesiva se siente fracasado, irascible, olvidado, culpable, frustrado... confuso en sus sentimientos: a veces quiere y a veces quiere echarse a correr, a veces necesita y a veces desearía no necesitar nada.

Está especialmente alarmado porque cree que es una enfermedad contagiosa, su mujer presenta los mismos síntomas. Además, esta situación repercute de forma también confusa en la pareja: unas veces les une y otras les distancia.

Han acudido a diversos especialistas, y ninguno ha sabido darles una respuesta.

Movido por la curiosidad y también –por qué no decirlo- por el miedo a un posible contagio, he buscado información entre familiares y amigos, he buscado en Internet y he acudido a algún médico. Después de intentarlo por varios caminos y combinando aportaciones de unos y otros, hemos sido capaces de dar con el síndrome.

Realmente es una afección larga, puede dejar secuelas, es difícil saber afrontarla y se va gestando de forma oculta.

Los síntomas de su presencia comienzan antes en las mujeres que en los hombres. En las mujeres lo hace normalmente en forma de vómitos y malestar general; posteriormente, hombres y mujeres comienzan a sufrir falta de sueño y una satisfacción fuera de lo normal. Son sus primeros indicios.

Tras un período de latencia, sin aviso previo y después de unos once o doce años de sus primeras señales, se manifiesta de forma virulenta. En los tratados más especializados llaman a estesíndrome, el síndrome “ya es adolescente”.

Es un síndrome complejo, sus síntomas varían en función del agente que lo causa y de los adultos que lo sufren. Es pasajero pero se hace demasiado largo, es inevitable pero se acaba superando. De cualquier forma, casi todos los casos muestran aspectos comunes.

Aunque los síntomas no siguen un orden establecido y a veces se dan varios al mismo tiempo, suelen comenzar con un hecho inesperado que provoca el síntoma llamado “estas empezando a ser un desconocido”. En este momento más o menos, comenzamos a repetir las cosas una infinidad de veces, sin que esa repetición tenga ninguna consecuencia: es el síntoma “el padre que hablaba con las paredes”. Y junto a esta alteración suele ir unida la de “¿solo en el mundo?” –uno, dos, tres... en función de las veces que padezcamos el síndrome-.

Conforme se va desarrollando, surgen diversas situaciones: llego tarde porque no pasaba el autobús; no es mío, se lo guardo a un amigo; me han echado de clase y no he hecho nada... situaciones que provocan el síntoma-duda existencial: “¿soy lo suficientemente tonto como para creérmelo?”.

En los peores momentos, cuando el síndrome “ya es adolescente” ataca con gran virulencia, surge el período autodestructivo: “¿Qué he hecho yo durante estos 12 años?. Yo que he aplicado la medicina preventiva y le enseñé a ser educado, a planificarse en los estudios, a doblar camisetas y el valor de la familia. Incluso le enseñé como se abría el lavaplatos y dónde estaba el cubo de la ropa sucia, ¿qué queda de todo eso? ¿en qué me he equivocado?.

Durante esta sintomatología se va pasando por sucesivas fases. De “anda recoge tu cuarto”, se pasa a la fase llamada “por mis santas narices que lo haces”, fase que a veces –aunque no siempre lo reconozcamos- acaba en “tiro la toalla ¡haz lo que te de la gana!” Y, en las situaciones más difíciles, nos quedamos en el sofá sufriendo el momento “¿qué pecado he cometido?"

Dicen los expertos que puede ser leve o grave, que -aunque a veces lo parezca- no es mortal, que no es crónico aunque últimamente se alarga cada vez más y que la mejor forma de afrontarlo, es una buena dosis de paciencia”.

jueves, 31 de marzo de 2011

TITULACIÓN MÁS APTITUDES.

Me decía un empresario que cualquier titulado en ingeniería, independientemente de las notas de su expediente, era capaz de aprender en seis meses todo los conocimientos y técnicas necesarias para realizar su trabajo. Sin embargo otros temas muy importantes en la cualificación para su puesto, ni eran temas específicos de sus estudios ni él los podía enseñar: capacidad para aceptar críticas, para trabajar en grupo, para mantener un buen ambiente con sus compañeros, para tener interés por aprender...

Y es que, la nueva empresa tiene nuevas exigencias; exigencias que no forman parte del clásico temario ni de las tradicionales materias. La última reforma universitaria pretende responder a estas exigencias e intenta inculcar y desarrollar estas capacidades; pero no es suficiente. Además de su aspecto académico, son necesarias unas determinadas aptitudes que va más allá de materias y cursos

Ser una persona curiosa e interesada por saber, no estar encerrada en su medio ambiente inmediato sino abierta al resto del mundo, tener capacidad de adaptación a diversas situaciones y personas, capacidad para decidir por uno mismo y para asumir sus decisiones, para arriesgarse por conseguir nuevas metas. Ser flexible en sus planteamientos y capaz de mantener una actitud crítica con los demás y consigo mismo. Ser capaz de mantener un equilibrio emocional -no cuestionarse como persona cuando cuestionan sus ideas-, tener un concepto ajustado de sí mismo. Tener capacidad para aprender no sólo de las experiencias propias sino también de las experiencias de los demás. Expresarse con claridad, saber argumentar para exponer sus ideas... Son todas ellas cualidades que responden a las exigencias de la nueva empresa.

Una persona curiosa e interesada, querrá estar al día de todos los aspectos de su trabajo: formación continua. No cerrada en su medio, verá soluciones y oportunidades más allá de lo inmediato: soluciones eficaces. Capaz de adaptarse a nuevas situaciones y personas, será capaz de trabajar en coordinación con individuos de otras culturas y por tanto con otros comportamientos y principios: internacionalización de la producción. Si es capaz de decidir, de asumir sus decisiones y de arriesgarse; será también capaz de asumir responsabilidades y de tomar iniciativas: contribuirá con nuevas ideas, innovará en el ámbito de su trabajo, será resolutivo. Flexible y crítico, será capaz de colaborar con un grupo y de aceptar las ideas ajenas: trabajo en equipo. Equilibrado emocionalmente, no se verá afectado por cuestiones intrascendentes y mantendrá su estado anímico en situaciones de estrés: buena relación con los compañeros. Capaz de aprender de la experiencia propia y de la de los demás, aportará progresos continuos: no estancamiento. Su capacidad de expresión, significa también capacidad de comunicación: facilitará el trabajo en equipo y la imagen externa de la empresa si corresponde a sus funciones.

Pero esta nueva empresa que pide a sus trabajadores una formación integral: técnica y aptitudinal; debería ser también una nueva empresa en su relación con las personas que trabajan en ella. El concepto de calidad no sólo debiera utilizarlo para hablar de sus productos o de su funcionamiento, sino también – y aunque sólo sea por el beneficio económico-, de la relación con sus empleados que como personas, no mantienen en el vacío estas cualidades ahora exigidas: iniciativa, interés, resolución... Todas estas aptitudes irán decayendo en la medida que sus protagonistas se sientan números prescindibles y no encuentren una contrapartida más allá del mínimo exigible, en la medida que no sean realmente, parte de la empresa.

miércoles, 23 de marzo de 2011

PADRES E HIJOS, ¿HABLAMOS?

El paso de la “educación ordeno y mando” a la educación “todos somos iguales” ha supuesto un desprestigio del concepto de “diálogo”, ya que esta práctica se ha relacionado con la falta del ejercicio de la autoridad, del coleguismo y de ese igualitarismo antieducativo en el que la diferencia entra padre e hijo ha desaparecido o incluso se ha invertido: el padre propone y el hijo dispone.

Por eso, quienes relacionan dialogar con no ejercer la autoridad, con dar demasiadas alas, con renunciar a ejercer la paternidad, rechazan automáticamente la propuesta de establecer un diálogo entre educadores y educados. Pero casi todo en su justa medida puede ser positivo.

Por supuesto, no podemos dejar de ejercer nuestro papel de educadores; pero si basamos la educación en imponernos por nuestra posición de superioridad o chantajear con te compro o no te compro, las consecuencias a medio plazo son más negativas que positivas. Esto no quiere decir que haya momentos en los que imponernos o premiar no sea positivo y necesario; lo que quiere decir es –sobre todo cuando van creciendo- que imponer o premiar no puede ser la base de la educación, porque el fin de todo este proceso es formar adultos libres y responsables, no adultos dependientes del chantaje o la pura coacción.

Si utilizamos nuestra posición de autoridad nos funcionará mientras nuestros hijos sean pequeños; pero si la aplicamos con demasiada frecuencia, cuando vayan creciendo se irán apartando de nosotros, perdiendo la confianza, viendo más a un opositor que a un padre.

Si abusamos del chantaje iremos ascendiendo progresivamente en la escala de premios hasta que nos demos cuenta o no podamos asumir sus demandas; con lo cual su comportamiento se nos escapará completamente de las manos y, lo que es más grave, serán incapaces de tomar decisiones correctas porque nunca han juzgado lo positivo o negativo basándose en razones, sino en el premio que iban a conseguir.

El diálogo bien entendido no consiste en ceder ante todo, sino en escuchar a nuestros hijos y en explicar las decisiones que tomamos los padres. Porque enseñar no es solo mandar, orientar no es solo reprimir y formar no es lo mismo que crear autómatas.

¿Cuándo comenzamos a dialogar? Un niño pequeño no es capaz de entender que ese jarabe horrible que le damos se lo tenga que tomar por su bien, pero tampoco tenemos que infravalorar su capacidad de comprensión.

Aunque esas razones no cambien todavía su comportamiento, conforme van creciendo y les vamos enseñando la diferencia entre lo bueno y lo malo, se van acostumbrando a escuchar argumentos y no sólo imposiciones, van siendo capaces de entender por qué hacemos una cosa y no otra;. Este proceso se desarrollará progresivamente desde la infancia hasta la madurez.

Pero no podemos olvidar que para dialogar hace falta saber de qué se habla, que los que participan en el diálogo se respeten y que además de hablar, escuchen.Una de las razones por las que la práctica del diálogo perdió su valor, fue por ser tomada erróneamente como la libre expresión de las ideas de hijos o alumnos pensando que sus ideas tenían el mismo valor que las de sus padres o profesores. Pero una cosa es comentar, conversar, criticar, preguntar sobre un tema del que mínimamente se sabe algo; y otra pensar que esos comentarios o críticas tienen el mismo valor cuando los hace un niño que cuando los hace un padre.

Dialogar exige ponernos en el lugar del otro para darles nuestras razones de forma adecuada a su edad y a su punto de vista. Cuando nuestros hijos van creciendo el diálogo se nos va complicando, porque dialogar no consiste solo en explicarnos, sino también en ser capaces de ceder ante sus argumentos.

Por otra parte, escuchar a nuestro hijo evita que acabemos conviviendo con un estraño.

martes, 22 de febrero de 2011

DEL NECESARIO CONFLICTO GENERACIONAL.

Si hiciéramos una estadística sobre las actividades a las que dedican su tiempo los padres que tienen hijos adolescentes seguramente constataríamos que pasan una buena parte de su vida discutiendo con sus hijos. Y es que el conflicto es una parte inherente a esta relación.

Existen conflictos “pequeños” y conflictos “grandes”: el corte de pelo, la ropa, los adornos forman parte de esos pequeños conflictos caseros con los que los jóvenes quieren distinguirse de los mayores. Cambios en sus costumbres sexuales, ideas políticas o morales son esos otros problemas que los padres calificamos de graves y que además nos hace sentirnos a veces un poco fracasados, un poco frustrados, ya que no hemos sido capaces de trasmitir lo que a nosotros nos parece bueno e incuestionable.

Pero el conflicto como la adolescencia y en contra de lo que pudiera parecer, no sólo hay que pasarlo sino que es bueno.

En el comportamiento del adolescente podemos distinguir dos tipos de conductas: aquellas propias de su edad, la mayoría de las cuales cambiarán cuando se vayan haciendo adultos y aquellos nuevos comportamientos o ideas que se diferencian de las de sus padres y que constituirá un cambio en la sociedad cuando les tomen el relevo.

Saltarse los límites impuestos por los adultos en forma de horarios, normas en el instituto, etc., no pensar a medio plazo y dejar la preparación de los exámenes para última hora, probar y pasarse algún día en el consumo de alcohol y de otras drogas... son comportamientos que si bien pueden ser peligrosos si no se saben controlar o encauzar, son al mismo tiempo los típicos comportamientos de muchos adolescentes con los que han desesperado a sus padres y educadores. Estos comportamientos, sobre todo los que pueden acarrear graves consecuencias, necesitan de la acción preventiva, permanente y aparentemente inútil del adulto, acción que les oriente y les corrija, a veces con la palabra pero sobre todo con el ejemplo.

Por otro lado, todo ese conjunto de conocimientos, creencias, moral, costumbres, y hábitos que trasmitimos a nuestros hijos se construye avanzando sobre lo heredado y los avances, los cambios, suelen crearnos problemas. No todo cambio es bueno o mejor que lo anterior, pero el inmovilismo impide la posibilidad de progresar: el que actúa puede acertar o equivocarse pero el que se equivoca puede aprender, rectificar y mejorar.

Es verdad que lo nuevo puede provocar un gran retroceso ético –pensemos por ejemplo en la Alemania nazi- pero también es verdad que, como ya pensaban los ilustrados, hay que ser optimista: considerar legalmente iguales al hombre y a la mujer, universalizar el derecho al voto o la educación obligatoria han sido el resultado de enfrentamientos a veces muy largos y difíciles pero que han dado lugar a un avance social que nadie puede cuestionar.

Muchos de estos avances sociales han sido en su momento conflictos generacionales, novedades de los jóvenes a pesar de sus padres y abuelos. El gran reto consiste en aportar novedades que nos favorezcan o nos hagan mejores a todos.

La tradición que recibimos en nuestro proceso educativo nos sitúa en un lugar en el mundo, en una perspectiva, en una posición desde la que juzgamos lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo... Tradición necesaria para poder avanzar y no tener que comenzar constantemente de cero, pero tradición que no es infalible, que no es inmejorable, que no es única y que debe adaptarse.

No podemos cerrarnos a los cambios ni refugiarnos en una educación puramente trasmisora y repetitiva aunque este no cerrarse nos suponga, a unas generaciones y a otras, convivir con el conflicto.

martes, 15 de febrero de 2011

HAY VIDA DESPUÉS DE LA ESCUELA

El tema de la tarea para casa, suele causar cierta polémica tanto entre padres como entre profesores.

Dar una única respuesta a tarea sí o tarea no, es una cuestión difícil. Ni entre padres ni entre docentes existe una opinión homogénea respecto al tema.

Unos padres piden su supresión o al menos su reducción para pasar más tiempo con sus hijos; otros sin embargo, piden deberes para que sus hijos estén más tiempo ocupados. Unos profesores argumentan que son necesarios para crear un hábito de trabajo y reforzar los conocimientos adquiridos en el aula; otros piensan que –sobre todo en los primeros cursos- la tarea no es necesaria y en cualquier caso, que esos argumentos deben ser matizados y no abusar de los deberes como hacen algunos colegas.

A está variedad de opiniones se suma una infinidad de situaciones diferentes en función de cada profesor, de cada clase y de cada familia. Son muchos los factores que inciden en el tema: desde los más objetivos como el nivel educativo, a los más particulares: menos tarea para jugar con los padres o menos tarea para ver más televisión; más tarea para reforzar contenidos o más tarea porque no se aprovechan las clases.

En principio, podría resumir mi postura en: hay vida después de la escuela, el trabajo obligatorio para casa debiera ser mínimo: lectura y algún ejercicio que no se ha terminado en clase. Pero, aunque en otros países es posible, parece que en nuestro contexto social y educativo no podemos permitirnos este lujo. A pesar de todo, la vida de nuestros hijos no puede quedar reducida a poco más que sus labores escolares.

Hay aspectos, aplicables a nuestras circunstancias, que me parecen muy claros. Los padres no tienen que cumplir las labores del maestro: el abecedario, la tabla del ocho o restar con llevadas se aprende en la escuela. La labor de los padres, cuando haya algún trabajo para casa, debe reducirse a actividades lúdicas con los más pequeños o a supervisar que sus hijos hagan el trabajo. Las clases particulares en absoluto deber ser necesarias para superar el curso ni para sacar buenas notas. Navidad, Semana Santa o puentes, son vacaciones: no son para no hacer nada, pero tampoco para seguir trabajando en lo mismo de siempre, son para dedicarse a lo que no se puede hacer durante los períodos lectivos. ¡Ah! y en infantil, de tarea jugar.

Pero, ¿a qué edad se comienza a crear el hábito de estudio?, ¿cuánto tiempo se considera necesario para crear este hábito: cinco horas de clase más dos de trabajo en casa? Es decir, ¿siete horas diarias frente a los libros?

Es evidente que la introducción de tareas debe ser progresiva y por tanto, no debe depender de cada profesor: uno me manda poca en 4º y otro me machaca en 5º, sino que debiera estar coordinada y figurar como un aspecto relevante en el plan de centro.

Creo que el aprendizaje necesario e imprescindible no puede reducirse al aprendizaje académico. Que actividades diferentes como deporte, teatro o baile tradicional; son también formas de aprendizaje, de otros aprendizajes también importantes. Que pasar más tiempo con los padres y con los amigos, es también una manera importante de formarse. Y que estos conocimientos extra académicos son una buena ayuda para la escuela y para la vida.