sábado, 19 de noviembre de 2016

EL ESPACIO SOCIALDEMÓCRATA.

No hace mucha falta que  nos expliquen la capacidad del Partido Socialista para autodestruirse sin ayuda externa cuando en algunas comunidades ha conseguido situarse en cuarto lugar, ridícula posición para un partido de su envergadura e importancia. Es verdad que no podemos caer en esta lectura olvidando que dos nuevos partidos han surgido con fuerza, pero su evolución y sus intrigas palaciegas lo han dividido y debilitado reduciendo su voto prácticamente a los incondicionales.
Esta situación es preocupante no porque uno sea socialista o deje de serlo, sino por la situación general que esta circunstancia deja en el panorama político: una parte del espectro político queda sin un partido que la ocupe y consecuentemente muchos votantes quedan “huérfanos” sin una fuerza que represente sus ideas.
La posición en la que en último término se han visto abocados lo socialistas, no daba opción entre una decisión mala y otra peor sino que las dos eran peores. Y como era de esperar se tomara una decisión u otra, iban a ser muchos los que vieran las ventajas de la contraria.
En cualquier caso, el espectáculo dado ha sido penoso y ha situado al partido no sólo en una difícil situación actual sino en una difícil situación que remontar.
Durante la legislatura puede tomar dos opciones: o llegar a acuerdos con los populares o erigirse en una fuerte oposición para marcar las diferencias, ambas opciones malas de nuevo.
Si el motivo de la abstención ha sido asumir la responsabilidad para evitar unas terceras elecciones, esa misma responsabilidad le tendrá que llevar a mantener un gobierno estable llegando a acuerdos con el PP. Pero si llega a acuerdos, su margen de exigencia a los populares es escaso y una legislatura en la que no muestre una fuerte oposición al Partido Popular lo va a convertir en mera comparsa del gobierno conservador y va a mantener esa percepción de “gran coalición” que lo inhabilita como opción al PP en futuros comicios.
Por otra parte, si ejerce de fuerte oposición, la situación será de ingobernabilidad y por tanto dará lugar a nuevas elecciones en las que previsiblemente bajarán sus votos en favor de los populares.
A su favor juega la situación de Podemos, grupo que en principio pretende ocupar el espacio socialdemócrata pero al que su composición, sus decisiones y las formas que mantiene no le están acercando a este fin.
Podemos, internamente es un conglomerado formado por muchos grupos con ideas o intereses que no siempre coindicen y que lastran y condicionan sus decisiones. Decisiones que le han llevado por ejemplo en Navarra a gobernar en coalición con Geroa Bai –PNV- y Bildu,  confundiendo así sus reivindicaciones sociales con un PNV “tirando a la derecha” y con un independentismo poco compatible con una visión socialdemócrata, visión profundamente internacionalista. Por su parte, las formas de tinte revolucionario y de asamblea universitaria, si bien son aplaudidas por una gran parte de su electorado no se entienden desde sectores del centro izquierda de más edad o por votantes indecisos que aún estando de acuerdo con sus contenidos los perciben como más extremistas. Es evidente que para ganar unas elecciones hay que captar el voto más centrado.

¿Posibilidades? O algún grupo recupera el espacio socialdemócrata o dejara de ser una alternativa real dejando paso al pensamiento único, a una única opción, la neoliberal.

viernes, 28 de octubre de 2016

EDUCACIÓN: SERVICIO PÚBLICO Y SOCIAL.

Una madre comenta en el patio del colegio que su hijo va a tener dificultades este año: a ellos se les escapa ya el nivel de matemáticas, física e inglés y tampoco pueden permitirse academias después de las clases. 
Esta situación, supone un fracaso del sistema educativo. Fracaso no en el sentido de informes PISA o similares, sino fracaso del sistema educativo como servicio social.
Entre los muchos servicios que pedimos a un estado del bienestar parecen básicos la sanidad y la educación: la salud del cuerpo y de la mente –entendida mente como formación y cultura-. En ambos casos, el fin de estos servicios es dotar a todos los individuos de unos niveles mínimos que aseguren la no discriminación por su renta o por la formación de sus familias.
Cuando la escuela no es capaz de garantizar que en el horario escolar todos los alumnos alcancen estos mínimos no está cumpliendo con esta función inseparable de su ser como servicio social sino que está contribuyendo justo a lo contrario: a que quienes no puedan tener acceso a una enseñanza extra se queden por debajo de lo que se considera básico en el proceso formativo.
No podemos confundir “niveles mínimos” con igualar a los alumnos por abajo, con rebajar las exigencias hasta un mínimo asequible a todos. No es solución establecer unos mínimos tan mínimos que aunque alcanzables por casi todos sean inútiles en la práctica. 
Son “niveles mínimos” aquellos que se consideran necesarios para seguir formándose, desarrollar un trabajo y tener una vida digna, aquellos que ofrecen una formación necesaria para “moverse” en el momento que nos ha tocado vivir. Aunque los llamemos mínimos, estos niveles tienen que ser lo más altos posibles. Esta situación es inalcanzable si no consideramos la educación como un servicio, si por salvar las estadísticas regalamos calificaciones, si los medios no son suficientes o si la distribución de estos medios no está relacionada directamente con las necesidades de alumnos y de centros. 
Si encerramos la educación en estadísticas –considerada una ciencia pero también la forma de mentir con números si tenemos en cuenta las posibles interpretaciones de sus resultados-, es muy difícil realizar una valoración objetiva y exacta del servicio que constituye la educación: podemos valorar el coste por alumno, pero ¿podemos valorar objetivamente los beneficios de una escuela rural con una docena de alumnos?, ¿podemos valorar del mismo modo el beneficio que supone la inversión en centros con alumnos marginales en peligro de exclusión y delincuencia? ¿podemos establecer que cantidad de euros es rentable en cada caso?. 
El servicio no puede convertirse en negocio ni económico ni ideológico.Un reparto de recursos buscando una supuesta igualdad no es justo: a diferentes situaciones diferentes soluciones.Puede parecer ecuánime que dos centros del mismo nivel con el mismo número de alumnos reciban los mismos recursos, pero si consideramos las características específicas de esos centros y por ejemplo en uno de ellos hay un 5% de alumnos cuya lengua materna no es el castellano y en el otro son el 30% los alumnos en esta situación, ¿es equitativo que haya el mismo número de alumnos por aula y profesor?
Un Estado social y democrático de Derecho tiene que gestionar sus servicios buscado la libertad, la justicia, la igualdad. Estos objetivos deben de ser prioritarios y por tanto también su gestión, gestión que no puede estar condicionada por ideologías puntuales y que no puede estar supeditada a otros fines, fines que además pervierten su principal sentido social.

lunes, 10 de octubre de 2016

SOBRE LA ESTUPIDEZ Y SU REPERCUSIÓN SOCIAL.

Científicos y pensadores de muy diversas disciplinas dedican con frecuencia sus esfuerzos a temas que sólo interesan a un reducido grupo de compañeros que estudian la misma materia. En ocasiones, algunos abandonan estos “inútiles” trabajos para dedicarse a temas más mayoritarios pero no por ello menos interesantes.
Es el caso del italiano Carlo M. Cipolla (1922-2000), reconocido historiador dedicado a la historia de la economía, tecnología, alfabetización y sistemas sanitarios, que en 1988 publicó su obra “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”, obra  dedicada a esta “habilidad”.
La primera cuestión que tendremos que planearnos será establecer que entendemos por estupidez o estúpido.
Solemos pensar en estupidez como sinónimo de tonto, persona con dificultades o incapacidad para entender algo pero Don Carlo define la estupidez en términos de beneficios propios y ajenos.
Sería estúpido el que causa pérdidas a otros perjudicándose a la vez a sí mismo, en contraposición al inteligente que se beneficia a sí mismo beneficiando al mismo tiempo a los demás. Como eslabón intermedio estaría el bandido, que se beneficia a sí mismo perjudicando al resto.
El número de estúpidos en circulación siempre se subestima. Es decir, que por muy elevado que pienses que es ese número, siempre aparece un individuo considerado razonable que pasa a comportarse de manera estúpida. Por lo cual, el número de estúpidos siempre es mayor que el que inicialmente pensabas.
Por otro lado, la estupidez es independiente de cualquier otra característica de la persona. O sea, ni la raza ni el sexo ni la nacionalidad ni la profesión condicionan que haya más o menos estúpidos en cada grupo.
Es especialmente importante señalar -por la extensión de esta creencia- que la estupidez no está ligada al nivel de estudios de una persona: una cosa es la ignorancia o el desconocimiento y otra la estupidez. Encontramos estúpidos entre trabajadores no cualificados, administrativos, estudiantes o profesores de universidad. Dice el señor Don Carlo que él los ha encontrado incluso entre los Premios Nobel.
La mayoría de individuos no actúa constantemente de manera estúpida, pero existen personas estúpidas que en cualquier situación se comportan estúpidamente.
Los estúpidos son peligrosos -además de por la cantidad que ya hemos señalado-, porque su comportamiento es imprevisible, porque no son conscientes de su estupidez y por la buena fe del resto.
El estúpido es imprevisible porque actúa sin ningún plan –el bandido planea sus actos con lógica y puede ser descubierto-. El estúpido actúa sin racionalidad, sin lógica, sin previsión. Sus “ataques”  cogen siempre por sorpresa.
El inteligente sabe que es inteligente y  el bandido sabe que es bandido, pero el estúpido no sabe que es estúpido. Actúa con fuerza y decisión sin conciencia de su estupidez.
Inteligentes y bandidos desde su buena fe, no son siempre conscientes del poder del estúpido, piensan que no pueden perjudicarles y  bajan la guardia. Pero aunque parece que el número de estúpidos es constante a lo largo de la historia, su posición en la sociedad puede convertirla en una sociedad próspera o en una sociedad en decadencia.
Si las personas inteligentes ocupan los puestos de gobierno, la sociedad se verá beneficiada: el inteligente se beneficia a sí mismo al mismo tiempo que beneficia al resto. Pero si esos puestos están ocupados por bandidos y estúpidos: los primeros se beneficiarán a sí mismos, los segundos ni siquiera eso, pero ambos perjudicarán al resto. Resto que tendrá que ser lo suficientemente incauto –Don Carlo los llama desgraciados- para dejar el poder en manos de estos bandidos y estúpidos.
Apliquémonos el cuento. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

Y UNO APRENDE QUE REALMENTE ES FUERTE.

Para los que contamos los años por cursos septiembre es el equivalente al comienzo del año natural, ese comienzo de año -pospuesto hasta después de reyes- que tan dado es a propósitos y cambios.
Con el ánimo de que estos propósitos de septiembre no sean tan vanos como suelen ser los de enero, es ahora momento de plantearnos nuevos retos, novedosas formas de actuar que sustituyan a las que parece no nos llevan por muy buen camino.
Hay muchos posibles cambios tanto generales como particulares, pero me parece especialmente importante fijarme en  aquellos en los que estamos cayendo desde hace ya demasiados años y que están dando muestras de las graves equivocaciones que venimos cometiendo.
No soy muy partidario de ir cambiando de nombres para hablar siempre de lo mismo, pero lo daré por bueno si sirve para poner sobre la mesa los problemas que persisten.
Se habla ahora de “padres helicóptero”, “padres apisonadora” y “padres guardaespaldas”, aunque los tres tipos vienen a resumirse en lo mismo: padres que sobrevuelan constantemente sobre sus hijos, van por delante allanando el camino o se convierten en su sombra con la intención de evitar cualquier dificultad o daño que puedan ir encontrando sus vástagos.
Esta conducta prolongada en el tiempo nos ha llevado a situaciones que nos parecen ficción, pero que son verídicas: padres que acompañan a su hijo a una entrevista de trabajo y a su salida preguntan al entrevistador cómo le ha ido, que acuden a la universidad para hablar con los profesores sobre exámenes y pruebas mientras el interesado está “a lo suyo”: en casa o de vacaciones, progenitores de universitarios encargados de matrícula y papeleo en general.
Esta situación que va llegando a lo más alto de la pirámide, tiene su base en el miedo y error del que partimos los padres y  en la infravaloración de nuestros hijos, aspectos que marcan la educación que les damos desde su infancia.
Tenemos miedo a que no puedan alcanzar las exigencias de una sociedad cada vez más exigente, nos parece que les hacemos un favor evitándoles cualquier dificultad y pensamos que ellos por sus medios son incapaces de solucionar sus problemas. Como consecuencia, les sustituimos en los asuntos que son suyos cuando nuestra función –adaptada a cada edad- no es sustituir, sino acompañar y orientar. Estamos maleducando cuando anulamos su independencia y su autonomía para solucionar sus problemas.
Estamos creando –teniendo en cuenta que toda generalización es injusta- una generación que se queda inmóvil ante las dificultades porque no tiene recursos para solucionarlas. Y no tienen recursos porque nosotros, sus padres, nos les hemos dejado que los adquieran.
Ahora que comienza el curso podemos aprovechar para replantearnos qué tipo de adulto estamos educando, podemos aprovechar para modificar nuestros hábitos –y los suyos- y podemos ser conscientes de algunos comportamientos cada vez más generalizados, realizados con toda la buena voluntad del mundo, pero perjudiciales.
A partir de septiembre los padres no comenzamos el curso, ni tenemos tareas, ni nos ponen exámenes: los tienen nuestros hijos, es su responsabilidad y su trabajo. Una cosa es la ayuda puntual y otra sentarse todos los días con ellos o ponerles profesores a jornada completa.
Las notas no califican a nuestros hijos, califican fundamentalmente sus conocimientos y sus actitudes escolares.  Como individuo no está menos capacitado ni es peor quien saca peores notas: hay alumnos de sobresaliente incapaces de moverse por el mundo.
Las calificaciones no son una competición entre alumnos ni mucho menos entre padres. Vale mucho más un seis conseguido por el alumno, que un nueve en el trabajo que tan bien le ha salido a su padre.
“Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y con cada adiós uno aprende.”  José Luis Borges.

viernes, 26 de agosto de 2016

TODA LA BELLEZA DEL MUNDO.

"A medida que los años van calando en mi cuerpo y en mi alma (sobre todo en mi alma) me pregunto por qué
a lo largo de mi vida he desperdiciado tantos instantes que prometían, a priori, una inmensa felicidad y belleza.Jaroslav Seifert con el título Toda la belleza del mundo, escribía en 1981 su autobiografía.
Pero la belleza va perdiendo la batalla. Si el arte como dicen distrae, habrá que preguntarse de qué. Será que ocuparnos de la belleza nos distrae de los criterios económicos con que nos medimos tanto en el plano social como en el individual.
Ahora que quizá visitemos algún museo y tenemos más tiempo para pensar en cosas “inútiles”, podemos plantearnos la cuestión del arte y de la belleza.
En la actualidad, el concepto de belleza ha quedado reducido a diseño: hacer que un objeto útil  sea también bello. Pero la belleza como característica del arte está relacionada con el gusto, no con las características del objeto, sino con el efecto que la contemplación produce en nosotros y que no se alcanza con otras experiencias.
Bellos son aquellos objetos que nos producen un placer estético: una satisfacción diferente a lo meramente sensual, que nos fascina con sus formas, que nos produce un placer, gozo y sosiego que nos atrae. En la experiencia artística el ser humano se encuentra con la belleza. En esa experiencia afloran la sensibilidad, las emociones: “Había cosas que me gustaban, que me emocionaban, que despertaban mi curiosidad y mi interés y otras, sin embargo, no lo hacían.” Diego Rasskin.
La belleza nos absorbe, nos separa del mundo, capta nuestra atención y nos introduce en el sonido de la música, en las palabras del poema, en la escena de la pintura, en el devenir de la película... Quedamos absortos y abstraídos al margen del tiempo y de los sucesos que nos rodean.
Disfrutar de la belleza no es una situación de pasividad, esa belleza que nos secuestranos convierte en recreadores de la obra.
El autor a través de su técnica convierte una experiencia en un objeto bello e “inútil”: la obra de arte. No es una experiencia que se le aparezca como una gran revelación diferente a las vivencias del resto de los humanos, pero si es un detonante que estimula su creatividad, detonante que será el comienzo del proceso creativo.
Su fin será la creación de un objeto bello en el que el autor quiere trasmitir sus vivencias. Expresarlas, pero no a través de una descripción objetiva dirigida exclusivamente al intelecto, sino a través de un lenguaje subjetivo, inventado, único, que muestra en muchos casos lo que no puede mostrarse en un discurso puramente racional.
Contemplar esa obra, no significa conocer el motivo que dio lugar a su creación. Contemplarla, es ser captado por ella, hacerla nuestra, recrearla. Activar nuestras propias vivencias y emociones, darle un nuevo significado.
Cuando contemplamos la obra de arte no vemos la alegría, el miedo, la desesperación que llevó al artista a la elaboración de ese objeto bello. Cuando la contemplamos, vemos nuestras propias alegrías, nuestros propios miedos o nuestra propia desesperación. Evocamos nuestra vida, no la del autor.
Ocuparnos de la belleza significa profundizar en nosotros mismos, volvernos a lo más íntimo, disfrutad y también sufrir con las emociones que surgen a propósito de lo bello, desconectar de la prisa y dejarnos fluir, por ejemplo, entre las notas de una sinfonía de Mozart o de un tema de Luis Eduardo Aute.
Hasta el comienzo del siglo XX belleza y arte parecían una unidad indisoluble, pero Marcel Duchamp expone en 1917 un urinario. Este urinario es el símbolo que abre la puerta al arte como alejado de la belleza y a la pregunta todavía sin respuesta: ¿qué es arte?. Algunos artistas comienzan a entenderlo como provocación, como búsqueda del rechazo y a considerar que cualquier objeto expuesto en un museo se convierte en arte. Pero ese, es otro debate.

sábado, 25 de junio de 2016

RAZONES, EMOCIONES Y ELECCIONES.

Hace ya tiempo sabemos que la escueta definición de ser humano como “animal racional” se queda muy corta. Que en el comportamiento de los humanos las emociones juegan un papel fundamental, incluso en muchas ocasiones más importante que la racionalidad.
Este par razón-emoción, que explica la toma de nuestras decisiones, influye también en nuestra decisión a la hora de votar.
Les propongo un pequeño “experimento”: tarareen la sintonía que acompaña al Partido Popular. Ahora hagan lo mismo con la del PSOE, Podemos o Ciudadanos.
Una mayoría considerable -independientemente de su afinidad política- somos capaces de tararear la primera, pero no la del resto de partidos. Un pequeño éxito –cada partido tiene los suyos-, que unido a otras estrategias que poco o nada tienen que ver con su programa electoral, suponen unos votos quizá fundamentales.
Seguridad o miedo, atracción o rechazo –físico, estético, formal..-, confianza o desconfianza, familiaridad, son algunas de las emociones que condicionan el voto de muchos ciudadanos. Este hecho no es nada despreciable cuando el triunfo de un partido u otro depende de los indecisos y de quienes no son incondicionales de uno de ellos.
Unas de las emociones fundamentales para el ser humano son la seguridad o el miedo. De ahí el interés de cada grupo por infundir miedo si es el otro partido el que gana: unos dicen que nos seguirán gobernando los de siempre con sus amiguismos y corrupciones en favor de los mismos y a costa de nuestro estado del bienestar, otros afirman que nos llevarán a una Venezuela pobre y dictatorial en la que la oposición está encarcelada.
Frente al miedo, trasmitir seguridad: argumentar con convicción y sin titubeos en los debates y entrevistas, responder con ideas claras sobre las decisiones a tomar.
No menos importante es la atracción o rechazo que generan, de ahí la importancia por ejemplo, de la indumentaria.
En las pasadas y demasiado recientes elecciones unas señoras conversaban: “Yo voy a votar a uno de esos partidos nuevos, ya es hora que los de siempre se vayan. Votaré a ese chico de Ciudadanos que parece más aseado que el de la coleta”.
Llevar corbata o no llevarla, americana o sólo camisa, ser joven o no serlo, parecer un chico bueno en esos programas no estrictamente políticos en los que hacen deporte con sus amigos, son –desgraciadamente- algunos de los pilares de nuestra democracia.
El “antídoto” más efectivo contra lo que puede considerarse una cierta manipulación emocional es la información, el conocimiento de las propuestas que cada partido hace, la racionalidad basada en contenidos. Pero este aspecto racional queda tocado de muerte si no podemos tener confianza ni en las ideas que nos proponen ni en la capacidad e integridad de las personas que tienen que llevarlas a cabo.
Si la idea general es que estos programas son exclusivamente electorales, es decir, programas para ganar las elecciones y no contenidos que piensan llevarse a la práctica, el conocimiento –lo racional- pierde todo su valor.
Si el programa no genera ninguna confianza ya que sistemáticamente se incumple y la confianza en las personas que van a llevar a la práctica esas ideas, ha mermado considerablemente porque estamos saturados de casos de corrupción e incumplimientos, sólo nos queda la parte emocional.
El componente emocional es inseparable de la conducta humana, otra cosa es que deba ser el único o más importante en la toma de nuestras decisiones. Por eso, tomarnos nuestro tiempo para pensar y no dejarnos llevar por impresiones inmediatas y poco razonadas, creo que no es una mala actitud antes de ir a las urnas.

sábado, 4 de junio de 2016

Apuntes: madurez, autocrítica, manipulación.

La verdad es que no sé si es cuestión de madurez, de honestidad, de seguridad o de miedo; pero muchas personas e instituciones confunden crítica con persecución, creen que cualquier cuestionamiento es fobia o intolerancia.
Las personas o grupos que no son críticos consigo mismos suelen estar equivocados porque se instalaron en su momento en verdades "inmutables" que son incapaces de modificar. Pero la realidad cambia, la observación de hechos se perfecciona, surgen nuevos problemas que piden nuevas soluciones. Surgen planteamientos que cuestionan sus principios, principios que no son incuestionables.
Los medios de comunicación que ocultan estos nuevos problemas, su incapacidad para darles respuesta, que consagran la crítica como persecución, que piden actitud crítica "contra" los demás pero que son incapaces de aceptarla en su filas, manipulan la opinión de su público ocultando esta nueva realidad que les cuestiona.

domingo, 29 de mayo de 2016

ETIQUETAS. TAN CERCA, TAN LEJOS.

Vivimos tiempos de análisis, de estadísticas y contra estadísticas, de miedos y revoluciones, de críticas y asuntos menores elevados a la enésima potencia, de enemigos de nuestro estatus y de realismo político incuestionable. Tiempo de etiquetas que encaminan opiniones.
Leo con interés algún artículo y entrevista al Sr. Mora con el que coincido en algunas ideas.
Nuestra sociedad ha sufrido un proceso de empobrecimiento en el que la pobreza es más extensa, más intensa y más crónica, en la que la desigualdad es cada vez mayor. Cada vez más hogares y personas son pobres, cada vez es mayor la dificultad para acceder a derechos básicos y cada vez cuesta más años salir de la pobreza.
Esta situación nos lleva a una sociedad en la que la diferencia entre ricos y pobres aumenta y no como consecuencia de una crisis puntual, sino de una crisis de modelo económico que hará -según las previsiones- que la desigualdad vaya aumentando de forma alarmante. El problema no es de escasez, sino de un reparto más justo y de prioridades políticas: una persona está mucho menos protegida que hace siete años, el sistema de protección básica es débil y escaso.
Pero éste no es el único problema estructural. El mundo no resiste el tipo de desarrollo que estamos llevando. No lo hace ni en el ámbito ecológico, ni económico, ni social.
Además, no podemos centrarnos en una sociedad asistencial que aporta recursos a los más necesitados, necesitamos políticas activas que desarrollen políticas de inclusión y de participación ciudadana. No podemos dar como caridad lo que en realidad es justicia. Hay que defender a los inmigrantes y a las personas sin hogar, hay que denunciar la situación de los Centros de Internamiento de Extranjeros, los recortes en Cooperación Internacional o la retirada de la tarjeta sanitaria a determinados colectivos.
Nos intentan convencer de que las cosas son así y no se pueden cambiar pero no es verdad. La sociedad puede cambiar y para eso debe movilizarse, generar nuevas experiencias que abran nuevos caminos.
El reto es político: sustituir esta política más económica que social, esta política que está abandonando el espacio público de protección legislando a favor de una economía liberal basada en la acumulación privada.
Las políticas sociales debieran centrarse en la adhesión a la Carta Social Europea que vela por la defensa de los Derechos Humanos, establecer una renta mínima garantizada en todo el Estado y una política migratoria y de cooperación internacional.
Las organizaciones sociales tienen que hacer ver -entre otras funciones- que fuera de los márgenes del sistema hay otras cosas que se pueden hacer, tienen que ensayar otro tipo de economía y estos cambios nos acercarían a la justicia social.
Como estamos acostumbrados a ponernos etiquetas, a buscar lo que nos separa y no lo que nos une, quizá algunos rechacen estas ideas por sonarles demasiado revolucionarias y quizá otros que hasta aquí venían aceptándolas, comiencen a dudar porque el señor con el que coincido, el Sr. Mora -Sebastián Mora Rosado-, es presidente de Cáritas España.
En ningún momento niego la existencia de documentos que confirman "la opción por los pobres" de la Iglesia,  mucho menos la labor de Cáritas y otras organizaciones religiosas en este tema pero me surgen dudas: reformas estructurales, redistribución más justa, aumento de la protección social, desarrollo sostenible, cambio social, sustituir la forma de hacer política, cambiar el modelo económico liberal ¿son afirmaciones en papel mojado?, ¿por qué estas ideas no se perciben como prioritarias en el seno de la Iglesia?, ¿por qué cuando hablamos de Cáritas no lo relacionamos con cambios en el  sistema económico?, ¿por qué los partidos que se adueñan del voto creyente no practican estas políticas?, ¿por qué estos conceptos sólo suenan a partido de izquierda?, ¿están tan lejos unos de otros o sólo es cuestión de etiquetas?. 

domingo, 17 de abril de 2016

SI NO TIENE UNA EMPRESA EN PANAMÁ.

En prácticamente todas las formas de gobierno las minorías han sido si no maltratadas al menos olvidadas.
Si en todas estas formas no parece correcto este olvido, mucho menos lo es en un sistema democrático que, aunque evidentemente basado en la voluntad de la mayoría, no debiera funcionar como una apisonadora sobre quienes -a la vista de los medios de comunicación- somos minoría.
Por eso quiero solicitar.
Solicito que ustedes los legisladores nos tengan en cuenta a las minorías. Tengan en cuenta a los que no nos abrieron la cuenta para la paga de los domingos en una sociedad “offshore”. A los que no nos administró los regalos de comunión un testaferro en las Islas Caimán que invirtió en una empresa “Pagation Comunieition de los Abuelos” que a su vez participó en una sociedad fiduciaria que fue moviendo el dinero de paraíso en paraíso para -como todo el mundo hace- pagar menos impuestos o no pagarlos.
Tengan en cuenta a los que no hemos recibido de nuestros padres una herencia millonaria en Andorra o Bahrein. A los que si nos equivocamos en la declaración de la renta y ponemos 300€ en la casilla que no corresponde, nos imponen sanción, recargo e intereses de demora.
Se acuerden por favor de los que no hemos visto nunca un billete de 500 y no tenemos olvidados encima del armario un millón y pico de euros. De los que no nos han regalado ningún ático y no podemos pagarnos un equipo de abogados que agoten plazos y resquicios para bordear la ley.
Comprendo que no legislen contra sus intereses. Al fin y al cabo para eso controlan el poder político. Pero no nos crean tan inocentes como para pensar que legislan pensando en el bien común.
Y es que debe de haber una ley de la naturaleza según la cual el optimismo y el pensamiento positivo se agotan.
Por eso, ya somos cada vez menos lo que seguimos creyendo que los poderes del estado se controlan unos a otros. Los que seguimos pensando que en el seno de los partidos tienen realmente voluntad por acabar con los corruptos. Los que nos imaginamos la ley como una señora con los ojos tapados como símbolo de que la ley es igual para todos.
Y ustedes son responsables.
No sólo responsables por acción u omisión de todo este tipo de delitos, chanchullos y cacicadas. Sino también del desprestigio y la desconfianza en la clase política y en los organismos del estado.
La “justicia no entiende de clases” y “hacienda somos todos” copan las gracias del wassap. Las declaraciones de ministros y líderes mejoran con mucho los monólogos del club de la comedia. Y pensar en una nueva campaña electoral nos provoca urticaria.
Es verdad que también tienen sus virtudes: el descaro con el que mienten es digno de varios “oscar”, han conseguido superar con creces las tramas de la novela picaresca y han potenciado internacionalmente la marca España –al menos en todo el mundo han oído hablar de nosotros-. Su afán y su empeño ha superado todas las barreras: el suelo urbanizable, el alumbrado de la ciudad o la visita del Papa. Como bien predican han sido emprendedores, la han emprendido –con resolución y firmeza- contra todo tipo de principio ético exigible a todos, pero especialmente a los dirigentes de un país sobre todo si presumen de patriotas.
Nosotros -la minoría-, quisiéramos que nos trataran en sus leyes como se tratan a ustedes mismos. O mejor, que ustedes actuaran como nos piden que actuemos los demás. Quizá entonces cunda el ejemplo que ahora no dan.
Me dicen mis compañeros del café de la mañana que es posible que esto no nos ocurra sólo a los que nos juntamos en el bar. Que quizá haya más gente como nosotros. Pero la verdad es que viendo la tele, parece que seamos una minoría.


lunes, 11 de abril de 2016

ALGO TAN CIRCUNSTANCIAL.

Entendemos por movilidad social la situación según la cual cuando somos adultos y como consecuencia de nuestro desarrollo pertenecemos a un nivel social diferente al que pertenecían nuestros padres y en el que habíamos nacido.
La movilidad social que había aumentado en las décadas anteriores se ido reduciendo y en la actualidad podemos decir que las posibilidades de ascenso de los jóvenes actuales son menores que las que teníamos sus padres.
A partir de la industrialización que se produce en España en los años 60, los trabajadores del campo o los pequeños autónomos del momento pudieron pensar que su hijo podía ir a la universidad y no ser panadero –por ejemplo- como por tradición lo había sido su padre, su abuelo, su bisabuelo…
Y esto se produce fundamentalmente por el mayor y mejor acceso al factor más determinante en el aumento de la movilidad social: la educación.
La educación es el aspecto que más ayuda a romper el “antiguo régimen” de las herencias profesionales que para bien de algunos y para mal de muchos encasillaban al hijo del médico como médico y al hijo del jornalero como jornalero. Sin embargo no es el único factor.
Si bien el nivel educativo es condición necesaria no es condición suficiente, ya que en las mismas condiciones de formación, los hijos de quienes ya tienen un estatus superior tienen más posibilidades de acceder a ese mismo estatus gracias a los contactos, a las redes sociales que se crean entre los individuos: no es lo mismo comenzar de cero que ser “el hijo de”. Por eso, junto a la educación necesaria, es también necesario establecer un sistema de acceso que se centre en la preparación de cada candidato y no en su pedigrí.
Las medidas tomadas en Europa frente a la crisis han repercutido negativamente en esta movilidad social porque precisamente han reducido los aspectos que se consideran fundamentales para que se amplíe: fomentar la igualdad de oportunidades independientemente del punto de inicio de cada uno. O lo que lo mismo: mejorar la educación primaria para evitar que se creen desventajas en función de la familia de la que se procede, aumentar la seguridad de las familias para que no sea necesario abandonar los estudios, aumentar las becas para que nadie con capacidades y trabajo se quede sin formación.
Algunos -más prácticos que el resto- se preguntarán ¿qué necesidad tenemos de hacerlo? Pues bien, podemos hacerlo por justicia o por egoísmo.
Ya Aristóteles hablaba de lo que él llamaba justicia distributiva: la que velaba porque todas las personas pudieran disfrutar y acceder a una serie de bienes imprescindibles como podía ser la educación o la alimentación, concepto que se asume en los Derechos Humanos. Pero si aún así nos cuesta aceptar la redistribución de la renta necesaria para favorecer la movilidad, el egoísmo –peor visto, menos altruista, pero más consustancial al ser humano- puede ser otro motivo para buscar esta movilidad.
Pertenecer a una familia que por sus características formativas o económicas imposibilitan el acceso a una formación superior no significa carecer de un alto nivel de capacidades que bien encauzadas en el proceso educativo nos favorezcan en un futuro a todos. O sea, vamos a ser egoístas y no desperdiciemos las potencialidades de quien no puede acceder a los estudios por falta de medios, porque su acceso traerá un rendimiento positivo para toda la sociedad. Rendimiento positivo en contra de quien con mucha menos capacidad puede hacer tres veces el mismo curso porque se lo puede pagar  y puede trabajar no porque lo valga, sino porque su padre es…
No podemos dejar que algo tan circunstancial como nacer donde has nacido pueda determinar tu vida para siempre. 

jueves, 3 de marzo de 2016

MALOS TRATOS.

Tras mi papel como compañero de trabajo, como profesional, como vecino o como cliente del bar queda siempre un yo más profundo, más oculto.
Tras mi papel, queda un “más allá” escondido por esas máscaras, por esa apariencia que a veces también como hipocresía pero con más frecuencia como dosis de buena voluntad, buena educación o necesidad de convivir, deja atrás el rostro que me muestra con total sinceridad.
Detrás, está ese prisma de infinidad de caras que somos cada uno de nosotros, caras imposible de ser contempladas simultáneamente.
Pero al llegar a casa, a los que me quieren, cae una buena parte de los personajes que manejo en el teatro del mundo. Muestro mi persona sin tapujos, porque los que me quieren no necesitan ver mis máscaras sino a mi -dentro de los límites que exige la convivencia , el respeto mutuo y la igualdad-.
Hay malos tratos fácilmente observables y cuantificables. Se miden en número de marcas en el cuello, roturas, moratones en los brazos o incluso puñaladas.
Otros son más ocultos y subjetivos. Me siento culpable, mi autoestima está por los suelos, él o ella es mi controlador y mi conciencia, yo soy la responsable de todo lo malo, su servidora o el proveedor de efectivo. Aquí, valorar la línea entre maltrato y normalidad es más etérea, más inconcreta, más parcial.
Unas lo soportan porque todavía no ha llegado a las manos, otros porque es ocasional, otras porque cuando no está le van buscando la vuelta o porque es ya tal su dependencia que les resulta imposible romper y comenzar de nuevo.
Desde fuera nos resulta relativamente fácil  valorar lo que desde dentro resulta invalorable, afirmar “qué haría yo” en decisiones que yo no tengo que tomar.
Por eso sólo me atrevo a sugerir –es una forma de hablar-.
Sugiero que si las ideas tienen que estar acalladas; los deseos, ocultos; las dudas, íntimas; las emociones, rechazadas. Que sí te hacen dudar de quien eres, que si tienes que seguir utilizando máscaras o interpretando papeles; es hora de reconstruir o de abandonar. Porque nadie que te quiere te oculta ni te reprime. Nadie que te quiere evita que te muestres. Nadie que te quiere te prohíbe el espacio para ser tú, ni te convierte en personaje.
Digo reconstruir o abandonar porque aunque difícil, dependiendo del grado y de la voluntad de cambiar, quizá todo no esté perdido.
En nuestra complejidad, desde ese punto de vista en el que la educación y la experiencia nos han colocado es difícil ver las cosas de otra manera. Por eso aunque cuesta, es necesario y positivo la intervención de una tercera persona.
No del pariente o del amigo que necesariamente tiene una posición en este conflicto, sino de un profesional que desde sus conocimientos, experiencia y neutralidad sea capaz de abrirnos los ojos, de ponernos en otra perspectiva y de dilucidar hasta qué punto el causante del problema está dispuesto a cambiar o no.
Necesitamos a ese tercero que amplíe nuestra visión y nuestra subjetividad, que ayude a descubrir como anormal lo que se tomaba como normal.
Que me ayude a reconocerme como soy y a olvidar esa imagen triste y patética que esa otra persona ha hecho que me crea y que si es necesario descubra también conmigo la fuerza necesaria para después de la ruptura, volver a empezar.
Sólo en casa puedo estar con ese pijama desgastado, repantingado en el sofá. Sólo en casa echo una cabezada después de comer y sólo en casa me acurruco debajo de la manta de cuadros.
Sólo en casa de los que me quieren puedo estar de vez en cuando y con confianza insoportable. Sólo allí soportan que detrás de todas las máscaras sea mis ideas, mis deseos, mis dudas y mis emociones.