lunes, 10 de octubre de 2016

SOBRE LA ESTUPIDEZ Y SU REPERCUSIÓN SOCIAL.

Científicos y pensadores de muy diversas disciplinas dedican con frecuencia sus esfuerzos a temas que sólo interesan a un reducido grupo de compañeros que estudian la misma materia. En ocasiones, algunos abandonan estos “inútiles” trabajos para dedicarse a temas más mayoritarios pero no por ello menos interesantes.
Es el caso del italiano Carlo M. Cipolla (1922-2000), reconocido historiador dedicado a la historia de la economía, tecnología, alfabetización y sistemas sanitarios, que en 1988 publicó su obra “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”, obra  dedicada a esta “habilidad”.
La primera cuestión que tendremos que planearnos será establecer que entendemos por estupidez o estúpido.
Solemos pensar en estupidez como sinónimo de tonto, persona con dificultades o incapacidad para entender algo pero Don Carlo define la estupidez en términos de beneficios propios y ajenos.
Sería estúpido el que causa pérdidas a otros perjudicándose a la vez a sí mismo, en contraposición al inteligente que se beneficia a sí mismo beneficiando al mismo tiempo a los demás. Como eslabón intermedio estaría el bandido, que se beneficia a sí mismo perjudicando al resto.
El número de estúpidos en circulación siempre se subestima. Es decir, que por muy elevado que pienses que es ese número, siempre aparece un individuo considerado razonable que pasa a comportarse de manera estúpida. Por lo cual, el número de estúpidos siempre es mayor que el que inicialmente pensabas.
Por otro lado, la estupidez es independiente de cualquier otra característica de la persona. O sea, ni la raza ni el sexo ni la nacionalidad ni la profesión condicionan que haya más o menos estúpidos en cada grupo.
Es especialmente importante señalar -por la extensión de esta creencia- que la estupidez no está ligada al nivel de estudios de una persona: una cosa es la ignorancia o el desconocimiento y otra la estupidez. Encontramos estúpidos entre trabajadores no cualificados, administrativos, estudiantes o profesores de universidad. Dice el señor Don Carlo que él los ha encontrado incluso entre los Premios Nobel.
La mayoría de individuos no actúa constantemente de manera estúpida, pero existen personas estúpidas que en cualquier situación se comportan estúpidamente.
Los estúpidos son peligrosos -además de por la cantidad que ya hemos señalado-, porque su comportamiento es imprevisible, porque no son conscientes de su estupidez y por la buena fe del resto.
El estúpido es imprevisible porque actúa sin ningún plan –el bandido planea sus actos con lógica y puede ser descubierto-. El estúpido actúa sin racionalidad, sin lógica, sin previsión. Sus “ataques”  cogen siempre por sorpresa.
El inteligente sabe que es inteligente y  el bandido sabe que es bandido, pero el estúpido no sabe que es estúpido. Actúa con fuerza y decisión sin conciencia de su estupidez.
Inteligentes y bandidos desde su buena fe, no son siempre conscientes del poder del estúpido, piensan que no pueden perjudicarles y  bajan la guardia. Pero aunque parece que el número de estúpidos es constante a lo largo de la historia, su posición en la sociedad puede convertirla en una sociedad próspera o en una sociedad en decadencia.
Si las personas inteligentes ocupan los puestos de gobierno, la sociedad se verá beneficiada: el inteligente se beneficia a sí mismo al mismo tiempo que beneficia al resto. Pero si esos puestos están ocupados por bandidos y estúpidos: los primeros se beneficiarán a sí mismos, los segundos ni siquiera eso, pero ambos perjudicarán al resto. Resto que tendrá que ser lo suficientemente incauto –Don Carlo los llama desgraciados- para dejar el poder en manos de estos bandidos y estúpidos.
Apliquémonos el cuento. 

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