domingo, 17 de abril de 2016

SI NO TIENE UNA EMPRESA EN PANAMÁ.

En prácticamente todas las formas de gobierno las minorías han sido si no maltratadas al menos olvidadas.
Si en todas estas formas no parece correcto este olvido, mucho menos lo es en un sistema democrático que, aunque evidentemente basado en la voluntad de la mayoría, no debiera funcionar como una apisonadora sobre quienes -a la vista de los medios de comunicación- somos minoría.
Por eso quiero solicitar.
Solicito que ustedes los legisladores nos tengan en cuenta a las minorías. Tengan en cuenta a los que no nos abrieron la cuenta para la paga de los domingos en una sociedad “offshore”. A los que no nos administró los regalos de comunión un testaferro en las Islas Caimán que invirtió en una empresa “Pagation Comunieition de los Abuelos” que a su vez participó en una sociedad fiduciaria que fue moviendo el dinero de paraíso en paraíso para -como todo el mundo hace- pagar menos impuestos o no pagarlos.
Tengan en cuenta a los que no hemos recibido de nuestros padres una herencia millonaria en Andorra o Bahrein. A los que si nos equivocamos en la declaración de la renta y ponemos 300€ en la casilla que no corresponde, nos imponen sanción, recargo e intereses de demora.
Se acuerden por favor de los que no hemos visto nunca un billete de 500 y no tenemos olvidados encima del armario un millón y pico de euros. De los que no nos han regalado ningún ático y no podemos pagarnos un equipo de abogados que agoten plazos y resquicios para bordear la ley.
Comprendo que no legislen contra sus intereses. Al fin y al cabo para eso controlan el poder político. Pero no nos crean tan inocentes como para pensar que legislan pensando en el bien común.
Y es que debe de haber una ley de la naturaleza según la cual el optimismo y el pensamiento positivo se agotan.
Por eso, ya somos cada vez menos lo que seguimos creyendo que los poderes del estado se controlan unos a otros. Los que seguimos pensando que en el seno de los partidos tienen realmente voluntad por acabar con los corruptos. Los que nos imaginamos la ley como una señora con los ojos tapados como símbolo de que la ley es igual para todos.
Y ustedes son responsables.
No sólo responsables por acción u omisión de todo este tipo de delitos, chanchullos y cacicadas. Sino también del desprestigio y la desconfianza en la clase política y en los organismos del estado.
La “justicia no entiende de clases” y “hacienda somos todos” copan las gracias del wassap. Las declaraciones de ministros y líderes mejoran con mucho los monólogos del club de la comedia. Y pensar en una nueva campaña electoral nos provoca urticaria.
Es verdad que también tienen sus virtudes: el descaro con el que mienten es digno de varios “oscar”, han conseguido superar con creces las tramas de la novela picaresca y han potenciado internacionalmente la marca España –al menos en todo el mundo han oído hablar de nosotros-. Su afán y su empeño ha superado todas las barreras: el suelo urbanizable, el alumbrado de la ciudad o la visita del Papa. Como bien predican han sido emprendedores, la han emprendido –con resolución y firmeza- contra todo tipo de principio ético exigible a todos, pero especialmente a los dirigentes de un país sobre todo si presumen de patriotas.
Nosotros -la minoría-, quisiéramos que nos trataran en sus leyes como se tratan a ustedes mismos. O mejor, que ustedes actuaran como nos piden que actuemos los demás. Quizá entonces cunda el ejemplo que ahora no dan.
Me dicen mis compañeros del café de la mañana que es posible que esto no nos ocurra sólo a los que nos juntamos en el bar. Que quizá haya más gente como nosotros. Pero la verdad es que viendo la tele, parece que seamos una minoría.


lunes, 11 de abril de 2016

ALGO TAN CIRCUNSTANCIAL.

Entendemos por movilidad social la situación según la cual cuando somos adultos y como consecuencia de nuestro desarrollo pertenecemos a un nivel social diferente al que pertenecían nuestros padres y en el que habíamos nacido.
La movilidad social que había aumentado en las décadas anteriores se ido reduciendo y en la actualidad podemos decir que las posibilidades de ascenso de los jóvenes actuales son menores que las que teníamos sus padres.
A partir de la industrialización que se produce en España en los años 60, los trabajadores del campo o los pequeños autónomos del momento pudieron pensar que su hijo podía ir a la universidad y no ser panadero –por ejemplo- como por tradición lo había sido su padre, su abuelo, su bisabuelo…
Y esto se produce fundamentalmente por el mayor y mejor acceso al factor más determinante en el aumento de la movilidad social: la educación.
La educación es el aspecto que más ayuda a romper el “antiguo régimen” de las herencias profesionales que para bien de algunos y para mal de muchos encasillaban al hijo del médico como médico y al hijo del jornalero como jornalero. Sin embargo no es el único factor.
Si bien el nivel educativo es condición necesaria no es condición suficiente, ya que en las mismas condiciones de formación, los hijos de quienes ya tienen un estatus superior tienen más posibilidades de acceder a ese mismo estatus gracias a los contactos, a las redes sociales que se crean entre los individuos: no es lo mismo comenzar de cero que ser “el hijo de”. Por eso, junto a la educación necesaria, es también necesario establecer un sistema de acceso que se centre en la preparación de cada candidato y no en su pedigrí.
Las medidas tomadas en Europa frente a la crisis han repercutido negativamente en esta movilidad social porque precisamente han reducido los aspectos que se consideran fundamentales para que se amplíe: fomentar la igualdad de oportunidades independientemente del punto de inicio de cada uno. O lo que lo mismo: mejorar la educación primaria para evitar que se creen desventajas en función de la familia de la que se procede, aumentar la seguridad de las familias para que no sea necesario abandonar los estudios, aumentar las becas para que nadie con capacidades y trabajo se quede sin formación.
Algunos -más prácticos que el resto- se preguntarán ¿qué necesidad tenemos de hacerlo? Pues bien, podemos hacerlo por justicia o por egoísmo.
Ya Aristóteles hablaba de lo que él llamaba justicia distributiva: la que velaba porque todas las personas pudieran disfrutar y acceder a una serie de bienes imprescindibles como podía ser la educación o la alimentación, concepto que se asume en los Derechos Humanos. Pero si aún así nos cuesta aceptar la redistribución de la renta necesaria para favorecer la movilidad, el egoísmo –peor visto, menos altruista, pero más consustancial al ser humano- puede ser otro motivo para buscar esta movilidad.
Pertenecer a una familia que por sus características formativas o económicas imposibilitan el acceso a una formación superior no significa carecer de un alto nivel de capacidades que bien encauzadas en el proceso educativo nos favorezcan en un futuro a todos. O sea, vamos a ser egoístas y no desperdiciemos las potencialidades de quien no puede acceder a los estudios por falta de medios, porque su acceso traerá un rendimiento positivo para toda la sociedad. Rendimiento positivo en contra de quien con mucha menos capacidad puede hacer tres veces el mismo curso porque se lo puede pagar  y puede trabajar no porque lo valga, sino porque su padre es…
No podemos dejar que algo tan circunstancial como nacer donde has nacido pueda determinar tu vida para siempre.