jueves, 13 de diciembre de 2012

EL TEMARIO OCULTO

Hace unos días una alumna de cuarto de primaria conversaba con una amiga de tercero, le preguntaba si sabía que era la Constitución, le contaba que la estaban estudiando en clase y que a ella le daba risa. Que según su profesor, la Constitución decía que todos teníamos derecho al trabajo y a una vivienda pero que luego salía en la tele que la policía echaba a la gente de sus casas.
Por una parte creo que desde hace ya un tiempo, la capacidad educativa de la escuela se ha sobrevalorado en detrimento de la familia y de la sociedad en su conjunto, y creo que la escuela se ha convertido en una especie de islote al margen de una realidad muy diferente e incluso contraria a lo que en ella se enseña: solidaridad, ecología, educación para la paz, educación para la salud, etc.. Pero ahora hemos dado otra vuelta de tuerca y lo que se enseña en la escuela además, da risa.
En cuanto a lo más concreto, que a una niña de diez años la Constitución le de risa puede ser el caldo de cultivo para que se convierta en una adolescente que piense que la Constitución es innecesaria, sustituible por un grupo que garantice  la ley y el orden. Y que lo que en la escuela le enseñan le parezca ridículo en relación a la realidad que vive, le quita a la escuela todo el poder educativo que pudiera tener.
Quizá ahora tengamos que tener más en cuenta que nunca el famoso proverbio africano: “Para educar a un niño es necesaria la tribu entera”-la sociedad en su totalidad-. Porque ahora, estos niños que parecen no enterarse de lo que ocurre a su alrededor, están recibiendo de la tribu mensajes especialmente negativos.
Sería conveniente poner sobre la mesa el temario oculto que "nuestra tribu" está trasmitiendo en este proceso educativo.
Tema 1. En caso de amenaza hay que sacrificar a los más débiles.
De la misma forma que en el mundo animal cuando una manada de antílopes es atacada por un león, los antílopes más viejos o enfermos quedan atrás y son devorados por los leones salvándose así los más fuertes. Cuando la sociedad es atacada por una fiera –llámese crisis- también se sacrifica a los más débiles para que los más fuertes sobrevivan.
Tema 2. Los valores y principios, la dignidad humana, son poses políticamente correctas pero supeditadas al beneficio económico.
Muchos de los que antes se consideraban y autoproclamaban defensores y portavoces de los principios fundamentales que constituían la base de nuestra cultura, denunciaban la grave crisis de valores que estaba dinamitando nuestra sociedad y reclamaban la recuperación de los valores cristianos, son los mismos que ahora niegan por ejemplo la asistencia sanitaria a quienes por “puro placer” han llegado en pateras para no morirse de hambre en sus países. Atender a los necesitados ya no debe ser tan valioso.
Tema 3. Nunca hay que asumir responsabilidades, la culpa siempre es de otro.
Inversiones suicidas, gestiones desastrosas, corrupciones a diestro y siniestro... nadie dimite, nadie se va por voluntad propia, nadie asume las culpas, las responsabilidades se van pasando de unos a otros hasta que se les pierde la pista.
Tema 4. Nunca se participa en movimientos sociales o reivindicativos.
Con casi seis millones de parados, el 29,5 de los pensionistas cobrando menos de 600 euros, los salarios bajando, la precariedad laboral subiendo, toda una generación sin futuro, familias jóvenes volviendo a vivir con los abuelos, cada vez más niños cuya única comida es la del comedor escolar... y los movimientos sociales siguen siendo minoritarios, mirados con recelo y tachados de marginales.
Quizá tengamos suerte y estos niños educados en nuestra tribu se conviertan en jóvenes objetores, insumisos frente a estos contenidos que les estamos transmitiendo.

COMPETITIVOS O COMPETENTES

Es incuestionable que vivimos en una sociedad económicamente competitiva y es también incuestionable que en tiempos de crisis la competitividad es uno de los factores fundamentales para la supervivencia de una empresa. Sin embargo, esto no significa que la educación de nuestros hijos y alumnos deba basarse en la competitividad frente a sus compañeros, hermanos, vecinos o parientes varios.
Es frecuente que frente a calificaciones o actitudes de nuestros hijos pongamos siempre como ejemplo al vecino que siempre saca sobresalientes, va al conservatorio y hace deporte. Además de ser prácticamente imposible tanta perfección al mismo tiempo y de ser el vecino más odiado del barrio, es un grave error enfocar sus notas y su comportamiento como una competición “contra” otros compañeros que mejores o peores tienen otras características y aptitudes.
Para situarlo por encima: “ha sacado todo sobresalientes” o para colocarlo por debajo: “mira que notas sacaba tu hermano”, los padres y también los profesores caemos a veces en estas comparaciones que convierten la educación es una especie de “lucha” contra los demás y no en una progresivo proceso de mejora de uno mismo.
Hay que tener en cuenta que somos individuos diferentes con características y habilidades diferentes, y que hay muchos aspectos que no se evalúan ni objetivan en una calificación.
La referencia para la educación y el aprendizaje de un individuo es él mismo, con sus capacidades y sus deficiencias. Las herramientas para enfrentarse al curso escolar y a los problemas que le van surgiendo en la vida no son las de su hermana ni las de su vecino ejemplar, son las suyas. Y los progresos o retrocesos se miden en función de dónde estaba antes y en dónde está ahora. Así, cincos de unos alumnos valen mucho más que nueves de otros, y seises de algunos sería para matarlos.
La valoración que hacemos los padres tiene que estar basada en el esfuerzo, en el trabajo que realizan; en la consciencia de las posibilidades reales de nuestros hijos y en que los resultados que obtienen responden a esas posibilidades. La valoración tiene que contemplar una progresiva mejora para lo cual es primordial tener muy claro cuál es el punto de partida, y este mismo tipo de autovaloración es que el que les hará progresar con realismo y sin grandes frustraciones.
Por otra parte, con mucha frecuencia nos olvidamos de muchos aspectos que son fundamentales en el desarrollo personal, mucho más básicos -en el sentido de esenciales-, pero que como no se califican ni se dan títulos por ellos parece que no son valiosos. Aspectos unidos como tantos otros a la forma de ser de algunos pero que también se enseñan, se potencian y por supuesto se aprenden o no.
Hablo de la capacidad para resolver problemas con eficacia, de no ahogarse en un vaso de agua; de la capacidad para relacionarnos con los demás de forma fluida dando importancia a lo que realmente la tiene, del deseo de mejorar y de superarse, de ser proporcional en sus reacciones, de tener iniciativa e ideas propias, de poseer una personalidad definida pero no fundamentalista, de ser capaz de ponerse en lugar del otro y no creerse el centro del universo...
Me dirán que todo esto está muy bien pero que al final la vida es muy dura, que hay que competir por un puesto de trabajo, por ser mejor que el resto. Es verdad, pero quien es capaz de “competir contra sí mismo” y de adquirir estas cualidades no evaluadas, será una persona competente, con una visión ajustada de sí mismo, que no ha pasado la vida queriendo ser como su vecino ni se ha creído superior por tener mejores calificaciones y preparado como el que más para acceder al trabajo y a la vida.

CHARLATANES

Tanto en el ámbito privado como en el público han estado siempre presentes los charlatanes. Hábiles manipuladores que utilizando como instrumento la palabra han engañado y confundido a su público con sagaces argumentos que aunque parecían correctos eran falacias: argumentos falsos con apariencia de verdaderos. Personas y situaciones han sido manipuladas y manejadas recurriendo a estos tipos de discursos tipificados algunos desde la Grecia clásica. El argumento ad baculum (argumento al bastón) es el que implica algún tipo de amenazada o trasmite algún tipo de miedo como si fuera una razón que refuerza una opinión o una norma. Una falacia de este tipo y muy frecuente es la que utilizan los partidos políticos cuando anticipan calamidades o desastres si ellos no ganan las elecciones o no se apoya sus decisiones: “No congelar las pensiones significa poner en peligro el sistema público de protección social”. De tipo opuesto sería el argumento que apela a los sentimientos que puede llamarse también “chataje emocional”. Se provoca el entusiasmo o cualquier otro sentimiento de adhesión como la piedad o la solidaridad para apoyar decisiones no porque el argumento sea correcto sino porque esos sentimientos llevan a que se acepte: “Las tropas no participarán en una guerra sino en acciones humanitarias”. El argumento ex populo, es una argumento al que tanto a él como a su contrario estamos bastante habituados. El argumento ex populo recurre a que una afirmación es verdad o mentira, buena o mala, porque todo el mundo la admite o la rechaza: “En todos los países de la Unión Europea se aplica este impuesto” o “Ningún país europeo admite determinada situación”. Pero cuando conviene, se utiliza una argumentación justamente opuesta: “Somos pioneros en Europa al establecer esta ley”. Argumento de autoridad. Consiste en aportar como justificación de nuestros argumentos o como apoyo de nuestras acciones afirmaciones de algún experto en la materia, dando por hecho que son afirmaciones infalibles o absolutamente imparciales que no pueden discutirse: “El Banco Federal Alemán afirma que los recortes establecidos son insuficientes”. Presuposiciones implícitas. “Demostraremos cómo blanqueo el dinero el concejal de urbanismo”. Es decir, damos por hecho que el concejal se dejó sobornar o cobró una comisión. Lo demostraremos o no podremos hacerlo, pero ya hemos afirmado que es corrupto. Si en lugar de rebatir el argumento atacamos a la persona que lo formula estamos utilizando el llamado argumento ad hominem. El argumento frecuentemente utilizado: “Como puede usted decir que en mi partido hay corrupción si en el suyo fulatino se subvencionó con comisiones ilegales”. Una cosa no quita la otra: que en mi partido haya habido corrupción no tiene nada que ver con que en el suyo también la haya. En este mismo grupo de argumentos falaces estaría el siempre socorrido “como me puede decir que deje de fumar si él que es médico fuma más que yo”. Entre los más extendidos está la generalización apresurada: consiste en hacer afirmaciones universales desde casos particulares. Se pasa por ejemplo de ver imágenes de disturbios en una manifestación, a afirmar que todos los participantes de esa manifestación son violentos. El arte del diálogo, del convencimiento por la palabra, de su utilización para persuadir, de hacerlo además con corrección, eficacia y de forma bella; ha sido desde el origen de la cultura una de las artes cultivadas por los humanos. Pero unida a ella, surgió también su degeneración: el engaño y la manipulación, la picaresca y la charlatanería, el embaucador y la farsa. Desgraciadamente en la actualidad, nos sentimos más víctimas de una manipulación que protagonistas de un arte.