jueves, 13 de diciembre de 2012

COMPETITIVOS O COMPETENTES

Es incuestionable que vivimos en una sociedad económicamente competitiva y es también incuestionable que en tiempos de crisis la competitividad es uno de los factores fundamentales para la supervivencia de una empresa. Sin embargo, esto no significa que la educación de nuestros hijos y alumnos deba basarse en la competitividad frente a sus compañeros, hermanos, vecinos o parientes varios.
Es frecuente que frente a calificaciones o actitudes de nuestros hijos pongamos siempre como ejemplo al vecino que siempre saca sobresalientes, va al conservatorio y hace deporte. Además de ser prácticamente imposible tanta perfección al mismo tiempo y de ser el vecino más odiado del barrio, es un grave error enfocar sus notas y su comportamiento como una competición “contra” otros compañeros que mejores o peores tienen otras características y aptitudes.
Para situarlo por encima: “ha sacado todo sobresalientes” o para colocarlo por debajo: “mira que notas sacaba tu hermano”, los padres y también los profesores caemos a veces en estas comparaciones que convierten la educación es una especie de “lucha” contra los demás y no en una progresivo proceso de mejora de uno mismo.
Hay que tener en cuenta que somos individuos diferentes con características y habilidades diferentes, y que hay muchos aspectos que no se evalúan ni objetivan en una calificación.
La referencia para la educación y el aprendizaje de un individuo es él mismo, con sus capacidades y sus deficiencias. Las herramientas para enfrentarse al curso escolar y a los problemas que le van surgiendo en la vida no son las de su hermana ni las de su vecino ejemplar, son las suyas. Y los progresos o retrocesos se miden en función de dónde estaba antes y en dónde está ahora. Así, cincos de unos alumnos valen mucho más que nueves de otros, y seises de algunos sería para matarlos.
La valoración que hacemos los padres tiene que estar basada en el esfuerzo, en el trabajo que realizan; en la consciencia de las posibilidades reales de nuestros hijos y en que los resultados que obtienen responden a esas posibilidades. La valoración tiene que contemplar una progresiva mejora para lo cual es primordial tener muy claro cuál es el punto de partida, y este mismo tipo de autovaloración es que el que les hará progresar con realismo y sin grandes frustraciones.
Por otra parte, con mucha frecuencia nos olvidamos de muchos aspectos que son fundamentales en el desarrollo personal, mucho más básicos -en el sentido de esenciales-, pero que como no se califican ni se dan títulos por ellos parece que no son valiosos. Aspectos unidos como tantos otros a la forma de ser de algunos pero que también se enseñan, se potencian y por supuesto se aprenden o no.
Hablo de la capacidad para resolver problemas con eficacia, de no ahogarse en un vaso de agua; de la capacidad para relacionarnos con los demás de forma fluida dando importancia a lo que realmente la tiene, del deseo de mejorar y de superarse, de ser proporcional en sus reacciones, de tener iniciativa e ideas propias, de poseer una personalidad definida pero no fundamentalista, de ser capaz de ponerse en lugar del otro y no creerse el centro del universo...
Me dirán que todo esto está muy bien pero que al final la vida es muy dura, que hay que competir por un puesto de trabajo, por ser mejor que el resto. Es verdad, pero quien es capaz de “competir contra sí mismo” y de adquirir estas cualidades no evaluadas, será una persona competente, con una visión ajustada de sí mismo, que no ha pasado la vida queriendo ser como su vecino ni se ha creído superior por tener mejores calificaciones y preparado como el que más para acceder al trabajo y a la vida.

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