viernes, 26 de agosto de 2016

TODA LA BELLEZA DEL MUNDO.

"A medida que los años van calando en mi cuerpo y en mi alma (sobre todo en mi alma) me pregunto por qué
a lo largo de mi vida he desperdiciado tantos instantes que prometían, a priori, una inmensa felicidad y belleza.Jaroslav Seifert con el título Toda la belleza del mundo, escribía en 1981 su autobiografía.
Pero la belleza va perdiendo la batalla. Si el arte como dicen distrae, habrá que preguntarse de qué. Será que ocuparnos de la belleza nos distrae de los criterios económicos con que nos medimos tanto en el plano social como en el individual.
Ahora que quizá visitemos algún museo y tenemos más tiempo para pensar en cosas “inútiles”, podemos plantearnos la cuestión del arte y de la belleza.
En la actualidad, el concepto de belleza ha quedado reducido a diseño: hacer que un objeto útil  sea también bello. Pero la belleza como característica del arte está relacionada con el gusto, no con las características del objeto, sino con el efecto que la contemplación produce en nosotros y que no se alcanza con otras experiencias.
Bellos son aquellos objetos que nos producen un placer estético: una satisfacción diferente a lo meramente sensual, que nos fascina con sus formas, que nos produce un placer, gozo y sosiego que nos atrae. En la experiencia artística el ser humano se encuentra con la belleza. En esa experiencia afloran la sensibilidad, las emociones: “Había cosas que me gustaban, que me emocionaban, que despertaban mi curiosidad y mi interés y otras, sin embargo, no lo hacían.” Diego Rasskin.
La belleza nos absorbe, nos separa del mundo, capta nuestra atención y nos introduce en el sonido de la música, en las palabras del poema, en la escena de la pintura, en el devenir de la película... Quedamos absortos y abstraídos al margen del tiempo y de los sucesos que nos rodean.
Disfrutar de la belleza no es una situación de pasividad, esa belleza que nos secuestranos convierte en recreadores de la obra.
El autor a través de su técnica convierte una experiencia en un objeto bello e “inútil”: la obra de arte. No es una experiencia que se le aparezca como una gran revelación diferente a las vivencias del resto de los humanos, pero si es un detonante que estimula su creatividad, detonante que será el comienzo del proceso creativo.
Su fin será la creación de un objeto bello en el que el autor quiere trasmitir sus vivencias. Expresarlas, pero no a través de una descripción objetiva dirigida exclusivamente al intelecto, sino a través de un lenguaje subjetivo, inventado, único, que muestra en muchos casos lo que no puede mostrarse en un discurso puramente racional.
Contemplar esa obra, no significa conocer el motivo que dio lugar a su creación. Contemplarla, es ser captado por ella, hacerla nuestra, recrearla. Activar nuestras propias vivencias y emociones, darle un nuevo significado.
Cuando contemplamos la obra de arte no vemos la alegría, el miedo, la desesperación que llevó al artista a la elaboración de ese objeto bello. Cuando la contemplamos, vemos nuestras propias alegrías, nuestros propios miedos o nuestra propia desesperación. Evocamos nuestra vida, no la del autor.
Ocuparnos de la belleza significa profundizar en nosotros mismos, volvernos a lo más íntimo, disfrutad y también sufrir con las emociones que surgen a propósito de lo bello, desconectar de la prisa y dejarnos fluir, por ejemplo, entre las notas de una sinfonía de Mozart o de un tema de Luis Eduardo Aute.
Hasta el comienzo del siglo XX belleza y arte parecían una unidad indisoluble, pero Marcel Duchamp expone en 1917 un urinario. Este urinario es el símbolo que abre la puerta al arte como alejado de la belleza y a la pregunta todavía sin respuesta: ¿qué es arte?. Algunos artistas comienzan a entenderlo como provocación, como búsqueda del rechazo y a considerar que cualquier objeto expuesto en un museo se convierte en arte. Pero ese, es otro debate.