Hace
ya tiempo sabemos que la escueta definición de ser humano como “animal
racional” se queda muy corta. Que en el comportamiento de los humanos las
emociones juegan un papel fundamental, incluso en muchas ocasiones más importante
que la racionalidad.
Este
par razón-emoción, que explica la toma de nuestras decisiones, influye también
en nuestra decisión a la hora de votar.
Les
propongo un pequeño “experimento”: tarareen la sintonía que acompaña al Partido
Popular. Ahora hagan lo mismo con la del PSOE, Podemos o Ciudadanos.
Una
mayoría considerable -independientemente de su afinidad política- somos capaces
de tararear la primera, pero no la del resto de partidos. Un pequeño éxito
–cada partido tiene los suyos-, que unido a otras estrategias que poco o nada
tienen que ver con su programa electoral, suponen unos votos quizá
fundamentales.
Seguridad
o miedo, atracción o rechazo –físico, estético, formal..-, confianza o
desconfianza, familiaridad, son algunas de las emociones que condicionan el
voto de muchos ciudadanos. Este hecho no es nada despreciable cuando el triunfo
de un partido u otro depende de los indecisos y de quienes no son
incondicionales de uno de ellos.
Unas
de las emociones fundamentales para el ser humano son la seguridad o el miedo.
De ahí el interés de cada grupo por infundir miedo si es el otro partido el que
gana: unos dicen que nos seguirán gobernando los de siempre con sus amiguismos
y corrupciones en favor de los mismos y a costa de nuestro estado del bienestar,
otros afirman que nos llevarán a una Venezuela pobre y dictatorial en la que la
oposición está encarcelada.
Frente
al miedo, trasmitir seguridad: argumentar con convicción y sin titubeos en los
debates y entrevistas, responder con ideas claras sobre las decisiones a tomar.
No menos
importante es la atracción o rechazo que generan, de ahí la importancia por
ejemplo, de la indumentaria.
En
las pasadas y demasiado recientes elecciones unas señoras conversaban: “Yo voy
a votar a uno de esos partidos nuevos, ya es hora que los de siempre se vayan.
Votaré a ese chico de Ciudadanos que parece más aseado que el de la coleta”.
Llevar
corbata o no llevarla, americana o sólo camisa, ser joven o no serlo, parecer
un chico bueno en esos programas no estrictamente políticos en los que hacen
deporte con sus amigos, son –desgraciadamente- algunos de los pilares de
nuestra democracia.
El
“antídoto” más efectivo contra lo que puede considerarse una cierta
manipulación emocional es la información, el conocimiento de las propuestas que
cada partido hace, la racionalidad basada en contenidos. Pero este aspecto
racional queda tocado de muerte si no podemos tener confianza ni en las ideas
que nos proponen ni en la capacidad e integridad de las personas que tienen que
llevarlas a cabo.
Si
la idea general es que estos programas son exclusivamente electorales, es
decir, programas para ganar las elecciones y no contenidos que piensan llevarse
a la práctica, el conocimiento –lo racional- pierde todo su valor.
Si
el programa no genera ninguna confianza ya que sistemáticamente se incumple y
la confianza en las personas que van a llevar a la práctica esas ideas, ha
mermado considerablemente porque estamos saturados de casos de corrupción e
incumplimientos, sólo nos queda la parte emocional.
El
componente emocional es inseparable de la conducta humana, otra cosa es que
deba ser el único o más importante en la toma de nuestras decisiones. Por eso,
tomarnos nuestro tiempo para pensar y no dejarnos llevar por impresiones
inmediatas y poco razonadas, creo que no es una mala actitud antes de ir a las
urnas.