jueves, 7 de junio de 2012

PARA JUGAR AL TRIVIAL


La relación de los alumnos de ciencias con las materias consideradas “de letras” no suele ser muy fluida. Entre otras cosas porque a un alumno de ciencias le cuesta entender para qué sirven estas asignaturas.
Ya en la ESO, un alumno que se negaba a hacer actividades en la clase de música me preguntaba si cuando fuera a buscar trabajo le iban a hacer tocar la flauta. En esta etapa educativa, no resulta especialmente difícil explicarles por qué en educación obligatoria es positivo estudiar asignaturas tan diversas como tecnología, música o física: si no conoces un poco de las diversas materias no puedes saber qué te gusta, si no lees una novela nunca sabrás si te gusta leer, si no haces dibujo nunca conocerás tus habilidades o tus limitaciones para dedicarte a esa tarea y si no las conoces no podrás hacer una buena elección en el futuro.
Explicar a un alumno de segundo de bachillerato por qué tiene que estudiar historia, lengua o filosofía, resulta más complicado. Explicar por qué su acceso a ingeniería depende de cuánto sepa de Platón bastante difícil y que entienda la respuesta a la eterna pregunta “y esto, ¿para qué sirve?” casi imposible. 
El concepto actual de servir es un concepto eminentemente práctico. Ya no se entiende lo de saber por curiosidad, menos lo de saber para tener cultura y nada lo de saber por saber. Y si todo esto lo colocamos en el contexto de una Prueba de Acceso a la Universidad y de unas notas de corte para acceder a los estudios que quieres cursar, la comprensión de este “servir” en sentido amplio les resulta inalcanzable.
Tanto la organización del propio sistema educativo como la forma de impartir estas materias tienen buena parte de responsabilidad en esta falta de comprensión de las materias humanas y sociales.
La separación entre historia, literatura, filosofía o tecnología, incluso la separación entre ciencias y letras; es una separación forzada. Práctica desde el punto de vista académico, pero poco realista e incluso deformadora de la realidad. En cada ser humano y en cada momento histórico todo depende de todo: no podemos separar el desarrollo tecnológico de los intereses políticos ni el movimiento de capitales de la estabilidad de los países, no podemos separar el rendimiento laboral de nuestra situación psicológica ni el comportamiento como empresario del concepto de persona que se tenga. Si vemos la realidad como compartimentos independientes nunca entenderemos la necesidad de saber nada ajeno a nuestra especialidad.
Al mismo tiempo, si la enseñanza de la historia o la filosofía se limita a aprender de memoria fechas, batallas, obras, ideas y argumentos, todos -los de ciencias y los de letras- nos podemos preguntar: y esto ¿para qué sirve?.
Es necesario aprender datos. Pero si no vamos más allá, si no somos capaces de enseñar a pensar en las implicaciones, causas, consecuencias, influencia en el mundo actual o paralelismo con nuestra propia realidad de estos hechos; si no somos capaces de mostrar al futuro ingeniero, arquitecto o médico que también viven en una sociedad con su historia, su arte y  sus ideas, en una realidad diferente pero también íntimamente relacionada con su vida y en muchos casos también con sus profesiones; estas materias -como también dice una alumna mía- solo servirán para jugar al trivial.
El momento de la especialización va llegando poco a poco y se consolidará como tal en los Ciclos y en los Estudio de Grado. Pero mientras tanto -en Educación Secundaria Obligatoria y en Bachillerato- la formación no es todavía una formación estrictamente especializada, vamos avanzando en especialización pero sin olvidar el concepto más amplio de ser humano y por tanto cultural: con su historia, su literatura, su filosofía...

lunes, 4 de junio de 2012

¿QUÉ QUIERES SER DE MAYOR?


El tiempo pasa sin darnos cuenta y sin darnos cuenta van llegando etapas en las que tenemos que tomar decisiones.
Comenzamos en infantil eligiendo el centro para nuestros hijos y acabamos –o mejor dicho, acaban- eligiendo el trabajo al que se quieren dedicar y los estudios correspondientes para llegar a alcanzarlo.
Mientras el propio sistema nos va llevando de primero a segundo y así progresivamente no hay problema. Pero rondando el final de la ESO las decisiones ya van siendo vinculantes, ya nos van llevando en una dirección u otra y ya no nos vienen dadas.
Alguna optativa en tercero, los itinerarios de cuarto, ciclo medio o bachillerato, qué bachillerato, qué optativas, qué opciones en selectividad, qué estudios superiores...
Aunque el ideal sería comenzar por el final, saber a dónde se quiere llegar no es lo habitual. Es la época del desconocimiento, de las dudas, de las valoraciones y también de los errores: los padres tenemos que aconsejar pero no decidir, no hay que centrarse en unos estudios muy concretos sino en un ámbito, no hay que escoger por eliminación o porque mis amigos toman esa opción.
Conforme vamos avanzando en el sistema educativo, las decisiones nos van encarrilando más y por tanto son más importantes. Ya 4º de la ESO exige una decisión que nos llevará en principio a un ciclo medio, a un bachillerato u a otro. Ninguna decisión es irrevocable, pero mejor acertar que no hacerlo.
Algunos alumnos lo tienen más o menos claro, pero aún así ciclos medios hay muchos y opciones en bachillerato también: cambiar de opinión cada quince días suele ser habitual y desesperante para hijos y padres. Información hay mucha, pero como tantas decisiones en la vida es un salto hasta cierto punto controlado pero también desde el desconocimiento de muchos factores.
Llegados a esta altura –4º, bachillerato, ciclos- la decisión tiene que ser del alumno. Escucharán al orientador de su centro, opiniones varias y el consejo de sus padres; pero cursar por ejemplo bachillerato por obligación y sin ganas de estudiar es muy complicado, duro y con grandes posibilidades de acabar en fracaso. Si vemos que su decisión está tomada por pura vaguedad o por continuar con sus amigos tendremos que jugar entre el consejo y el convencimiento, el imperativo si no lo utilizamos mejor.
Tan malo puede ser que no nos atraiga nada como que nos centremos en un único grado. Es mejor tener un campo más amplio -sanidad por ejemplo-, que cerrarse sólo en uno: si no consigo la plaza en fisioterapia y no quiero hacer otros estudios vinculados con el bachillerato que he cursado me quedo sin opciones.
Si se escoge por eliminación o por seguir con los amigos se puede acabar en un callejón en el que la única salida son unos estudios que no me gustan y un trabajo que tampoco quiero. En todas las vías que tome y por mucho que me guste la que elijo, va a haber alguna materia que no me atraiga o que se me de mal; por eso, si me interesan los estudios sanitarios no puedo renunciar a ellos por quitarme las matemáticas, si lo hago ¿qué estudios cursaré cuando acabe este bachillerato? Si escojo por no separarme de mis amigos ¿estudiaré lo mismo que ellos aunque no me guste?
La elección debiera ser el combinado de tres factores: qué me gusta, qué se me da bien y qué posibilidades de trabajo tengo. Hoy por hoy parece que lo del trabajo está más o menos igual en todas las opciones aunque siempre hay estudios que también en tiempo de crisis tienen más salidas que otros. El equilibrio no es fácil, hay que buscar la mejor opción para que haga lo que haga, en mi campo sea lo mejor posible; y difícilmente lo seré sin trabajo, esfuerzo y constancia.