lunes, 24 de junio de 2013

PEQUEÑAS CAUSAS DE UNA MALA EDUCACIÓN.

Una y otra vez dando vueltas y más vueltas intentamos aclarar los problemas relacionados con la educación. Desde la relación con los adultos al fracaso escolar, pasando por su “adicción” a los videojuegos, su temprana adolescencia o las dificultades que creemos no van a ser capaces de superar, son asuntos nos inquietan. Asuntos para los que buscamos una causa y que han generado multitud de “manuales”.
Educar en un libro o en un artículo es fácil. Elaborar grandes teorías basadas en la sociedad, los cambios tecnológicos o la influencia de comenzar el instituto a los doce años, relativamente sencillo. Pero sin que estos factores dejen de tener importancia, lo realmente complicado es estar día a día al pie del cañón. Mantener el tipo en muchas pequeñas cosas es una misión fundamental pero ardua.
Comportamientos tan aparentemente insustanciales como que los pequeños sean los que manejen el mando a distancia muestran que ellos son el centro y todos los demás nos adaptamos a sus gustos y a sus deseos: si hay dibujos no importa que los padres o los abuelos quieran ver el informativo, van y cambian de canal.
Adquieren -les damos- horarios, tecnologías, trato… derechos de adultos pero siguen siendo infantiles. Se enfrentan demasiado pronto a situaciones ante las que no son capaces de actuar, situaciones que escapan a su control y a sus posibilidades.
Al mismo tiempo y en contradicción con nosotros mismos “reconocemos” su falta de capacidad para actuar como adultos y los seguimos protegiendo como niños. Navegan con libertad por internet pero no les dejamos que respondan de sus deberes: miramos la agenda, estamos pendientes de cuándo tienen examen, les ayudamos a acabar sus ejercicios... Salen hasta tarde pero cuando tienen un problema con un compañero del colegio vamos nosotros a solucionárselo. Y si ya mayor alquila una habitación para vivir su vida sufrimos más que ellos, les lavamos la ropa, les preparamos comida para llevar  y les cargamos el móvil.
Educamos a nuestros hijos como “adultos prematuros”:  el tiempo de juego, la infancia, se reduce a unos pocos años. Enseguida sus modelos de conducta son los protagonistas de series de televisión, posan como actrices en sus fotos del twenti, encuentran en la red canciones para mayores estéticamente pensadas para “niños mayores”, y el excesivo uso de los aparatos impiden el contacto, la actividad compartida, potencian el aislamiento.
Son mayores demasiado pronto pero no les exponemos a las consecuencias de serlo: los deberes son suyos, sus problemas con los compañeros –dentro de lo aceptable- los tienen que solucionar ellos y la independencia de los padres exige la dependencia de uno mismo.
Especialistas en la resistencia pasiva y en el desgaste psicológico acaban consiguiendo librarse de sus “taeríllas” domésticas porque más nos vale hacerlo que mandarlo.
Los padres estamos cansados, ocupados, estresados. Delegar en la televisión, el ordenador o las consolas es cómodo, si además las tienen en su cuarto mejor. Pero crearles un “microcosmos” en su habitación es -sin darnos cuenta-, “echarlos de la familia”: pierden los vínculos, los lazos afectivos, se vuelven egoístas, piensan en su vida al margen del resto. Comer solos, no hacer actividades con los padres, no ocuparse nunca de su hermano pequeño o de tareas comunes… son pequeños elementos de una mala educación.
Muchas pequeñas causas pueden ser un gran motivo.

miércoles, 12 de junio de 2013

EL LENGUAJE DE LA CRISIS.

Cuando inventamos algo, le ponemos nombre. Cuando descubrimos un lugar, una partícula, un planeta... también lo nombramos, porque aunque estaba allí, nombrarlo significa darle existencia para nosotros. Comenzamos a superar un problema cuando somos capaces de hablar de él y los temas tabú son innombrables. El lenguaje crea y nos crea, con él descubrimos, nos liberamos pero también nos encerramos y nos encadenamos. 
Controlar la entonación, la expresividad, los matices, los silencios, las sugerencias, los gestos... puede significar también controlar a las personas. Porque el lenguaje saca a la luz la realidad pero también puede ocultarla, enmascararla, manipularla o falsearla. 
Falseamos la realidad cuando nombramos como real lo irreal, cuando en lugar de manifestar el significado lo ocultamos. Venderle a alguien que "las fuerzas cósmicas canalizan la energía que le llevará a la felicidad" pretende a través de las palabras convertir lo irreal en real, y hablar de "daños colaterales" para referirnos a la muerte de civiles en bombardeos militares es ocultar con palabras la verdad. 
La crisis económica y las soluciones adoptadas para superarla han hecho que políticos, asesores y jefes de prensa hayan agudizado su ingenio para decirnos al mismo tiempo que nos ocultan, para nombrar lo innombrable sin nombrarlo. La crisis ha creado su propio lenguaje. 
Tomar "medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas" o un “afloramiento de bases” no son tecnicismos económicos incompresibles para el común de los mortales, es enmascarar una amnistía fiscal que puede causar rechazo entre los ciudadanos. Aplicar “procedimientos de ejecución hipotecaria” nos deja impávidos, cosa que no ocurre si sabemos que es lo mismo que ejecutar desahucios.
Se falsea la realidad creando imposibles cuando se llama “tasa negativa de crecimiento económico” a la recesión económica: ¿se puede crecer hacia abajo? 
Se oculta, cuando a la subida del IVA se le denomina “gravamen adicional” o “reducción de la imposición sobre el trabajo, aumentando la del consumo”. Cuando abaratar el despido se convierte en “flexibilizar el mercado laboral”, cuando “mejorar la competitividad” es reducir los salarios. 
Se enmascara cuando a la emigración de los jóvenes se le llama “movilidad exterior” o cuando los recortes se transforman en “reformas estructurales necesarias”. Cuando el rescate bancario es un “préstamo favorable”, un “apoyo financiero” o “una línea de crédito”. 
Congelar el salario mínimo es “mejorar la competitividad”, establecer un “ticket moderador” es el copago farmaceútico, el empleo precario es ahora un “minijob” y hablar de “reequilibrio fiscal ponderado” o “reorganización tributaria optimizada” es hablar de impuestos. 
Al mismo tiempo y también utilizando el lenguaje se descalifica o demoniza a quienes son críticos. Los profesores y sanitarios que hacen huelga son ahora “irresponsables” porque ese día dejan abandonados a alumnos y enfermos, pero liminar profesores y sanitarios de las plantillas o lo que es lo mismo atender peor a los alumnos durante todo el curso o alargar las listas de espera es un “acto de responsabilidad”. Los desahuciados que se manifiestan son nazis y terroristas. Los que cuestionan a los políticos y sus decisiones “antisistema” y “desestabilizadores”. 
Las palabras las carga el diablo. No son inocentes. Cambiar el lenguaje es cambiar la forma de entender la vida. Pero aunque en lugar de estar gordos padezcamos sobrepeso, seguimos pesando lo mismo.

sábado, 1 de junio de 2013

¿EDUCAR PARA PENSAR?

Metieron en una jaula a cinco chimpancés, en el centro una escalera y en lo alto de la escalera unos plátanos. Cuando uno de los chimpancés comenzaba a subir por la escalera para coger los plátanos, duchaban al resto con agua fría. Tras varias duchas, cada vez que uno de ellos intentaba acercarse a la escalera los demás lo cogían, le impedían subir y le golpeaban. Tenían hambre, los plátanos estaban a su alcance, pero el grupo no dejaba que uno comiera a cambio de la ducha fría del resto. Con esta situación en la jaula se sustituyó a uno de esos chimpancés por otro que jamás había sido duchado, pero al ver que cuando uno de los otros se acercaba a la escalera el resto le golpeaba, él también lo hizo. Poco a poco todos chimpancés del principio fueron sustituidos por otros que nunca habían sufrido el castigo del agua fría, pero todos seguían golpeando al que se acercaba a la escalera.
Si alguno de estos chimpancés hubiese sido capaz de decir al resto “¿por qué pasamos hambre y agredimos al que se acerca a la escalera teniendo allí los plátanos?”, ninguno hubiera sido capaz de dar una explicación pero casi todos o todos habrían pensado cosas del tipo: siempre ha sido un tipo raro, poniendo pegas a todo, la cosa llevar la contraria, siempre se ha hecho así. Cuestionar las conductas que se dan por aceptadas, las costumbres, las formas; ir más allá de lo que la mayoría no cuestiona; incordiar con el eterno “por qué” sin conformarse nunca, intentar llegar al fondo, a la última cuestión… es el ejercicio más profundo del pensamiento. El que a lo largo de la historia ha tenido la osadía de preguntar ha sido calificado de loco, raro o endemoniado, ha sido víctima de la burla de sus contemporáneos e incluso condenado a muerte. El resto, en su mayor parte, ha permanecido fiel a esa base inculcada aunque sin saber si sus pies eran de barro. Y es que cuestionar lo que se considera obvio e incuestionable es problemático e incómodo, tanto para el grupo como para el individuo.
Los grupos se configuran como sistemas: conjunto de individuos organizados entre sí, sistemas en los que siempre hay individuos con mayores privilegios que otros. Cuestionar la legitimidad, la justicia, el fundamento de su organización es rechazado por estos privilegiados y también por la mayoría que aunque con deficiencias, encuentra en el grupo cierta protección y estabilidad. Tampoco como individuo es fácil enfrentarse. Cuestionar el suelo sobre el que nos levantamos, dudar de lo que damos por seguro, asumir la inseguridad, la incertidumbre y el miedo que nos producen, es una actitud vital contraria a una de las necesidades fundamentales del ser humano: la seguridad.
Si nos atenemos a estas dos formas de “estar en la existencia” podemos establecer dos formas de educación: la que va encaminada a educar personas que basen su vida en la aceptación y la comodidad que esto conlleva o la que va encaminada a educar personas que ejerzan su pensamiento asumiendo la incomprensión social, la crítica de la mayoría, quizá sus burlas y la incertidumbre de buscar sin saber a dónde le llevan sus preguntas.
La primera es sencilla, lo establecido premia las réplicas y demoniza al resto. La segunda es más complicada, ¿cómo formamos personas preparadas para la duda y el cuestionamiento en un sistema educativo que como tal tiene que mantener una organización, una jerarquía, unos principios establecidos y de obligado cumplimiento? Lo mejor no es lo más fácil, pero sobre todo ahora que tanto se invoca la iniciativa y la innovación, no podemos olvidar una base de contenidos sobre la que construir pero tampoco establecer una educación basada en una actitud replicante, en la escucha pasiva, en la repetición memorística o en la aceptación acrítica.