Una y otra vez dando vueltas y más vueltas intentamos
aclarar los problemas relacionados con la educación. Desde la relación con los
adultos al fracaso escolar, pasando por su “adicción” a los videojuegos, su
temprana adolescencia o las dificultades que creemos no van a ser capaces de
superar, son asuntos nos inquietan. Asuntos para los que buscamos una causa y
que han generado multitud de “manuales”.
Educar en un libro o en un artículo es fácil. Elaborar
grandes teorías basadas en la sociedad, los cambios tecnológicos o la
influencia de comenzar el instituto a los doce años, relativamente sencillo.
Pero sin que estos factores dejen de tener importancia, lo realmente complicado
es estar día a día al pie del cañón. Mantener el tipo en muchas pequeñas cosas
es una misión fundamental pero ardua.
Comportamientos tan aparentemente insustanciales como que
los pequeños sean los que manejen el mando a distancia muestran que ellos son
el centro y todos los demás nos adaptamos a sus gustos y a sus deseos: si hay
dibujos no importa que los padres o los abuelos quieran ver el informativo, van
y cambian de canal.
Adquieren -les damos- horarios, tecnologías, trato… derechos de adultos pero
siguen siendo infantiles. Se enfrentan demasiado pronto a situaciones ante las
que no son capaces de actuar, situaciones que escapan a su control y a sus
posibilidades.
Al mismo tiempo y en contradicción con nosotros mismos “reconocemos” su falta
de capacidad para actuar como adultos y los seguimos protegiendo como niños.
Navegan con libertad por internet pero no les dejamos que respondan de sus
deberes: miramos la agenda, estamos pendientes de cuándo tienen examen, les
ayudamos a acabar sus ejercicios... Salen hasta tarde pero cuando tienen un
problema con un compañero del colegio vamos nosotros a solucionárselo. Y si ya
mayor alquila una habitación para vivir su vida sufrimos más que ellos, les
lavamos la ropa, les preparamos comida para llevar y les cargamos el móvil.
Educamos a nuestros hijos como “adultos prematuros”: el tiempo de juego, la infancia, se reduce a
unos pocos años. Enseguida sus modelos de conducta son los protagonistas de
series de televisión, posan como actrices en sus fotos del twenti, encuentran
en la red canciones para mayores estéticamente pensadas para “niños mayores”, y
el excesivo uso de los aparatos impiden el contacto, la actividad compartida,
potencian el aislamiento.
Son mayores demasiado pronto pero no les exponemos a las
consecuencias de serlo: los deberes son suyos, sus problemas con los compañeros
–dentro de lo aceptable- los tienen que solucionar ellos y la independencia de
los padres exige la dependencia de uno mismo.
Especialistas en la resistencia pasiva y en el desgaste
psicológico acaban consiguiendo librarse de sus “taeríllas” domésticas porque
más nos vale hacerlo que mandarlo.
Los padres estamos cansados, ocupados, estresados.
Delegar en la televisión, el ordenador o las consolas es cómodo, si además las
tienen en su cuarto mejor. Pero crearles un “microcosmos” en su habitación es -sin
darnos cuenta-, “echarlos de la familia”: pierden los vínculos, los lazos
afectivos, se vuelven egoístas, piensan en su vida al margen del resto. Comer
solos, no hacer actividades con los padres, no ocuparse nunca de su hermano
pequeño o de tareas comunes… son pequeños elementos de una mala educación.
Muchas pequeñas causas pueden ser un gran motivo.