Dicen que la experiencia es un grado, pero no es cuestión ni de exagerar
ni de menospreciarla.
Exageramos si pensamos que en nuestra experiencia podemos
encontrar respuestas a todas las preguntas y solución a todos los problemas que
nos surjan. En esta línea, la experiencia no será una ayuda sino un lastre:
seremos incapaces de resolver cuestiones nuevas que vayan apareciendo.
Pero tampoco hay que menospreciarla. Gracias a nuestros aciertos y
errores hemos ido acumulando mecanismos, estrategias, escarmientos y
satisfacciones que pueden servirnos para encarar el futuro.
Cada uno llevamos detrás nuestra vida, nuestras situaciones,
nuestros éxitos y fracasos. A partir de esa posición tenemos que afrontar el
futuro.
Creo que con este bagaje, a medio camino entre la experiencia y el
futuro, es buen momento para establecer
unos principios que elaborados con lo que hasta ahora hemos vivido, nos sirvan
para mejorar y no perder el tiempo.
A continuación detallo algunos que ni siguen un orden establecido
ni pretendo que sean universales pero que quizá puedan darles algunas pistas.
Primero: no rechazaré ninguna idea por el hecho de que sea nueva,
no dejaré que la experiencia que me han dado los años me convierta en
intolerante. No rechazaré algo porque no encaje en mis esquemas, por miedo a lo
nuevo o por incapacidad para asumirlo. No juzgaré con prejuicios sino
escuchando lo que dicen y viendo lo que hacen, porque la experiencia o la
información que recibimos nos “impone” unas valoraciones que no se corresponden
necesariamente con la realidad.
Segundo: huiré de la monotonía, me plantearé nuevos retos. Dicen
en economía que la empresa que no crece desaparece. La persona que se
automatiza en su trabajo, en su relación de pareja o en su planteamiento vital
“muere”.
Tercero: disfrutaré de mis hijos antes de que crezcan y se
independicen. Todo pasa cada vez más rápido y dura menos tiempo. Para cuando te
das cuenta son adolescentes, y como es lógico y normal poco a poco se van
organizando la vida al margen de la de sus padres.
Cuarto: manifestaré mis ideas con respeto a todos pero
independientemente de que les parezcan bien o mal. Ser como todos para ser
aceptado por el grupo es cosa de adolescentes.
Quinto: pasaré más tiempo con las personas y menos en internet. No
puedo ignorar a mi compañero de mesa porque estoy mirando el móvil.
Sexto: no desperdiciaré ninguna ocasión para pasar un buen rato.
El tiempo no pasa en balde y ya vamos viendo a coetáneos nuestros víctimas del
infarto, el ictus o el accidente. Ya no podemos permitirnos el lujo de dejarlo
para mañana.
Séptimo: aceptaré mis carencias y debilidades en función de que
dependan de mi, de su importancia y de las veces que ya he intentado superarlas
sin éxito. Dicen que las debilidades hay que vencerlas o aceptarlas.
Octavo: me arriesgaré a ir más allá de las situaciones en las que
me siento cómodo. Estamos bien en el mundo que controlamos y con la edad, cada
vez nos cuesta más salir de él para aprender, si nos quedamos aquí estaremos
cómodos pero ajenos a todo lo nuevo y diferente.
Noveno: no dejaré que salvadores, aspirantes a gurús o auto
proclamados dueños de la verdad secuestren mi identidad. Grupos sectarios,
políticos mesiánicos, oráculos del bien y la verdad buscan anular
personalidades para absorberlas y disolver su individualidad.
Y por último: me implicaré activamente en las cuestiones que creo
tienen que cambiar. No esperaré que la realidad sea como yo pienso que tiene
que ser mientras pasivamente miro desde la barrera.
“Si en la madurez conservas intacta la inocencia, la ilusión, la
alegría y la tolerancia, es porque la pureza de tu conciencia logró imponerse a
la degradación y mezquindad de este perverso y feo mundo.” José Luis Rodríguez
Jiménez.