Por muy optimistas que seamos parece que “la bondad del género humano” no da como
para pensar en una convivencia en la que no existan normas.
A
estas alturas de experiencia histórica, parece también lógico que obedecer las
leyes es un imperativo incuestionable: ¿cómo podríamos mantener que las leyes
sean necesarias pero que no sea necesario su cumplimiento?.
Además, parece también necesario que los sistemas legales establezcan mecanismos de coacción para que sus normas se cumplan –servicios a la comunidad, multas, cárcel...-. Pero la realidad no es tan simple: muchas injusticias en su momento, fueron legales.
Además, parece también necesario que los sistemas legales establezcan mecanismos de coacción para que sus normas se cumplan –servicios a la comunidad, multas, cárcel...-. Pero la realidad no es tan simple: muchas injusticias en su momento, fueron legales.
Legal
fue la segregación y separación de espacios entre blancos y negros en la
américa de Martin Luther King y legal fue la imposibilidad de votar a quienes no
alcanzaban determinada renta o a quien era mujer. Legal fue también encarcelar
a las personas homosexuales por el hecho de serlo o el impedimento a las
mujeres para abrir una cuenta bancaria.
A la
vista de estas situaciones, ¿podemos afirmar la incuestionable necesidad de obediencia
a la ley establecida? ¿podemos mantener inexorablemente el “imperio de la ley”?.
O dicho de otra forma: ¿tienen las leyes algún límite superior a ellas mismas?
Esto
nos lleva a dos cuestiones que están entre lo legal y lo moral.
Cuando
en 1948 se aprueba la Declaración Universal de los Derechos Humanos su
intención es que ninguna persona en el mundo pueda ser privada de lo que se consideran
derechos fundamentales: se realicen estas privaciones al margen de la ley o bajo
la legalidad vigente en un estado –la Alemania nazi está entonces en la mente
de todos-.
Tras
la Segunda Guerra Mundial, los Derechos Humanos quieren constituirse en un
límite a la autonomía legislativa de cada país y por tanto, limitar ese
pretendido imperio de la ley.
Si
bien la formulación de estos Derechos constituye un gran avance histórico, su
aplicación posterior no lo ha sido tanto cuando por ejemplo la propia Comunidad
Económica los incumple y no existe una institución internacional capaz de
asegurar su cumplimiento.
No
hace falta rebuscar en la historia para encontrar alambradas y soldados
impidiendo la entrada en Europa de hombres, mujeres y niños que huyen de la
guerra. Ahora mismo la Comunidad Económica incumple claramente el artículo 14.1
de la Declaración Universal -“En caso de persecución, toda persona tiene
derecho a buscar asilo y a disfrutar de él en cualquier país”- y los refugiados
sirios se agolpan contra las alambradas europeas.
Junto
a este aspecto de corte más legal encontramos la vertiente moral.
Podemos
remontarnos a Séneca, Antígona o Santo
Tomás de Aquino para hablar del derecho –y la obligación- de obedecer a nuestra
propia conciencia antes que a las “leyes de la ciudad”. La conciencia
individual se constituye así en otro límite al “imperio de la ley”.
En
la reciente historia española el movimiento de insumisión al servicio militar
ha sido el más largo en el tiempo y el que más personas ha conseguido implicar.
La objeción de conciencia se ha alegado también en el ámbito sanitario, en el
pago de los impuestos dedicados a la guerra o para que no se cursara Educación
para la Ciudadanía. En estos casos, las personas han puesto su conciencia como
límite de la ley.
Es
cuestión jurídica que la propia legislación regule la posibilidad o no de la
objeción de conciencia -en la mayoría de los casos no lo hace- y no es fácil ni
cómodo oponerse a la legalidad establecida cuando el hecho de no cumplirla te
convierte en “raro”, delincuente, preso o en todo al mismo tiempo.
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Son
necesarias las leyes y hasta cierto punto su “imperio”, pero también es
necesario que autorregulen de forma efectiva sus límites y el respeto a la
variedad social que abarcan, que establezcan los mecanismos para su
modificación y que no sean una escusa para mantener la injusticia.