miércoles, 4 de enero de 2017

MUROS Y CONSUMISMO.

No hace tanto tiempo –desde un punto de vista histórico- que la feria de mi pueblo era centro de atracción para toda la comarca. Por su forma de vestir, por su acento o por las canciones en la taberna después de la merienda, se identificaba sin lugar a dudas a los del Roncal, los de Ochagavía o los de los pueblos de las Cinco Villas aragonesas. 
Esto ocurría, porque no hace tanto tiempo, buena parte de la identidad individual que nos diferenciaba del resto, que formaba parte de nosotros mismos y nos hacía diferentes, venía definida fundamentalmente por dos aspectos: nuestra cultura particular y nuestra conciencia de pertenecer a un 
grupo económico diferenciado. Pero en la parte del mundo que llamamos desarrollado las cosas han cambiado. 
En el primer aspecto la música, pero también la forma de vestir, expresiones y vocabulario, creencias e historias, ética y aspiraciones -diversidad cultural siempre rica-, desaparecieron como consecuencia del cambio económico y social. 
En el segundo, nuestra conciencia de formar parte de grupos económicos diferenciados también se ha 
reducido considerablemente, y con ella los intentos y demandas de un cambio en la organización social. 
A lo largo de la historia esta conciencia llevó al esclavo a conseguir la libertad y al trabajador de la revolución industrial a la regulación y progresiva mejora de sus condiciones laborales.
El sistema económico basado en el consumo se ha ido imponiendo progresivamente y ha ido cambiando esta situación, las diferencias culturales prácticamente han desaparecido y la situación en el proceso productivo ha perdido relevancia. La uniformidad se ha impuesto. 
En el ámbito cultural la forma de vestir, la música, las celebraciones… nos han hecho iguales a todos los demás: los centros comerciales y sus tiendas, papá Noel, Halloween o Lady Gaga, han borrado cualquier diferencia. 
En el ámbito económico lo primordial ya no es ni nuestra posición en el sistema productivo ni nuestras condiciones de trabajo, lo importante es nuestra capacidad de consumo aunque para eso tenga que trabajar doce horas al día.
El consumismo ha derribado los muros que dificultaban su desarrollo: las diferencias culturales eran un muro para el sistema de producción en masa de las mismas camisetas, de los mismos móviles. Las 
fronteras entre países eran muros para su sistema de producción y distribución global. Nos han simplificado. 
Sin embargo, las desigualdades en derechos fundamentales se han mantenido, este muro hay que mantenerlo porque nos interesa mantener países sin derechos básicos en los que se produzca para el resto. 
La posición de consumidor se ha convertido en mayor o menor medida en la posición universal de todos los ciudadanos de los países desarrollados, ahora todos somos ͞consumidor estándar͟. 
Desde esta posición, algunos piensan que la vuelta a la creación de fronteras políticas y/o económicas 
basadas en similitudes culturales o en cualquier otro criterio es la solución al problema. Pero si nos atenemos a las experiencias históricas, estos intentos no han contribuido a una mayor justicia, sino a la creación de otro muro dentro del cual unos se han creído superiores, con más derechos y menos obligaciones de reparto. ¿Diferentes derechos sanitarios o educativos en función de tu lugar de nacimiento o residencia? Una cosa es no perder la identidad que nos diferencia y otra hacer de ella una separación.
Avanzar no es perder nuestras diferencias, nuestra variedad es riqueza. Pero al mismo tiempo, avanzar tampoco es encerrarnos en ellas. Progreso en el sentido de mejora es extender los Derechos fundamentales sin muros, hacer que de verdad sean Humanos y por tanto establecer las estrategias para que ningún interés mantenga la separación entre quienes más o menos los tienen y quienes los desconocen.