domingo, 18 de marzo de 2012

ENTRAMADOS

Dice la sabiduría popular que “dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición” lo cual parece significar que dos individuos inicialmente diferenciados acaban pareciendo uno sólo. Cuando dos individuos o dos objetos se nos presentan siempre juntos, nos suele resultar difícil diferenciarlos: ¿alguien sabe quién es Pixi y quién es Dixi? Desde un punto de vista puramente lingüístico también nos resulta confuso: ¿se dice tijera o tijeras?. Y si lo aplicamos a las personas, todavía se nos complica más el asunto: una pareja ¿es una o son dos?.
Esta paradoja de la pareja -que es una pero son dos-, es una cuestión fundamental en el desarrollo de las relaciones personales: ¿hasta dónde llega mi individualidad, mi propia personalidad, mi tiempo y dónde comienza la vida en común?, ¿hasta dónde deben llegar mis deseos personales y dónde está el límite de mis concesiones?, ¿hasta qué punto está bien que cambiemos tanto que acabemos siendo casi iguales?
Cuando se establece esta relación de pareja las variantes que pueden articularse son muchas: uno de los miembros pierde su individualidad absorbido por el otro, ambos acaban confluyendo en una única personalidad común o los dos mantienen aspectos muy diferenciados al mismo tiempo que configuran una pareja unida consiguiendo así el equilibrio entre individualidad-intimidad, pareja-vida en común.
De cualquiera de las maneras después del enamoramiento, esa fase idílica y de comportamientos un tanto estúpidos en la que idealizamos a la otra persona y nos vemos absorbido por ella, comienza el amor. Con él, comienza un conocimiento más realista de la otra persona y una necesidad ineludible de crear un entramado lo más firme posible entre lo que cada uno somos y lo que cada uno aceptamos, entre lo que cada uno ponemos y lo que cada uno pedimos, entre lo que necesitamos y lo que ofrecemos. Entramado no sólo afectivo o sentimental, sino también práctico y dinámico.
Práctico, porque la convivencia está hecha de pequeñas y cotidianas cosas y por tanto, no sólo hace falta complicidad cuando hablamos de nuestras necesidades emotivas, sino porque también es necesario e ineludible establecer una división de tareas y de responsabilidades en cuestiones tan habituales como hacer la compra o limpiar los cristales. Y dinámico porque este entramado no es definitivo, nosotros y nuestras circunstancias van a ir cambiando –hijos, trabajo, edad, padres mayores, enfermedades o que nos toque la lotería- y por ello, esa estructura compuesta de tantas piezas tiene que ir también modificándose en función tanto de las nuevas situaciones como de la necesidad de mejorar esta construcción siempre imperfecta y siempre susceptible de perder su equilibrio.
Por muy bien que lo hagamos, por muy bien que consigamos esa armonía en la que ninguno sea anulado y por muy bien que sepamos combinar lo particular y lo común; siempre quedarán y surgirán fisuras que habrá que ir reconstruyendo. La prueba de fuego serán nuestros hijos.
Si alguien es especialista en encontrar y aprovechar nuestros puntos débiles como individuos y nuestras fisuras como pareja son ellos. A los cuatro días ya sabrán a quién llorar para que les coja de la cuna, a los cuatro años serán especialistas en pedir en el momento adecuado y a la parte de la pareja adecuada las chucherías y, si no lo han conseguido ya, a los catorce provocarán enfrentamientos entre la pareja si como padres han mostrado algún resquicio en ese entramado que ha debido renovarse para dejar un hueco a la educación.
Por eso, padre y madre debemos mostrarnos unidos y de acuerdo cuando enseñamos y exigimos. Debemos educar en coordinación y con el talante necesario para apoyar las decisiones de nuestra pareja si estas no se habían hablado antes. Y los padres no estamos deacuerdo, ya los solucionaremos entre nosotros.

BECAS Y CRITERIOS.

En estos tiempos de mediocridad académica, favorecer y premiar la excelencia de los alumnos parece una decisión justa y cabal. Pero la conveniencia o no de primar la excelencia sobre los criterios de renta a la hora de adjudicar becas es ahora objeto de polémica.

No se trata de cuestionar si alguien que sobresale sobre el resto de estudiantes merece o no un reconocimiento económico y académico, creo que es incuestionable. Tampoco se trata de cuestionar si hay que establecer un criterio de mínimos para que alguien reciba una ayuda. Lo que sí se puede cuestionar es de qué forma se realiza este reconocimiento y en qué lugar ponemos la línea entre los que se merecen una beca o no.

Tal como lo ha expresado el Ministro de Educación: la excelencia será por encima de la renta el criterio principal para adjudicar una beca.

Pero desde el punto de vista de la justicia social y desde el punto de vista del mismo concepto de excelencia, ¿es una decisión correcta y ecuánime?

En primer lugar, ¿es un avance en cuanto a la justicia social o un retroceso? Entiendo por justicia social que todos los individuos que cumplan con unos mínimos de rendimiento, tengan las mismas oportunidades independientemente de la renta de la que dispongan. Los alumnos excelentes con poca o mucha renta podrán seguir estudiando. ¿Qué ocurre con el común de los mortales que no llega a la excelencia? Si pertenece a una familia con recursos, podrá seguir sus estudios a pesar de que sus calificaciones apenas lleguen al aprobado. Si no dispone de recursos, con esas mismas calificaciones no podrá estudiar.

En segundo lugar, tenemos que valorar si la referencia para calificar a un alumno como excelente presenta una objetividad incuestionable o si por el contrario estas calificaciones dependen de unas criterios aplicados en un tiempo concreto y en función de unos contenidos establecidos; contenidos establecidos en unas enseñanzas regladas, que a veces no sólo no califican aptitudes que son muy positivas para la excelencia profesional y personal, sino que incluso las penalizan.

En algún momento hay que tomar la decisión. Pero que un alumno tenga mejores calificaciones que otro al acabar por ejemplo segundo de bachillerato, no significa necesariamente que vaya a ser mejor profesional en el futuro. La excelencia no es una cualidad que no se tiene nunca o se tiene para siempre, es una cualidad que se alcanza y se mantiene a lo largo de un proceso. Por tanto, conceder becas a un abanico más amplio de alumnos aumenta considerablemente las posibilidades de que haya un mayor número de personas bien cualificadas y competentes en su trabajo, ya que un estudiante que en este momento no es excelente, puede llegar a serlo.

Por otro lado, es más que cuestionable, que las competencias evaluadas sean las únicas para valorar a una persona o a un profesional como excelente. Entendemos por estudiante excelente el que dentro del sistema de enseñanza reglada obtiene unos resultados excelentes, pero ¿se valora la imaginación, la capacidad de crítica, la capacidad de discrepar, la capacidad de salirse de lo establecido y crear algo nuevo e inovador...? Los sistemas establecidos, la situación cómoda para muchos, no sólo no valora sino que incluso penaliza al que no es sumiso. Parece razonable que esta diferencia entre excelencia académica y “Excelencia global” exija un margen de confianza para los que no alcanzan este nivel académico superior.

No es fácil encontrar el equilibrio entre establecer unas exigencias mínimas, premiar la excelencia, no cerrar puertas a un amplio sector de la sociedad y establecer un sistema lo más justo posible para que las oportunidades no pertenezcan sólo a los que más tienen. Reducir la importancia de la renta para recibir una beca, creo que desequilibra esta armonía ya de por sí difícil.

TETRAPLEJIA SOCIAL.

Alejandro Llano -catedrático de Metafísica y ex rector de la Universidad de Navarra-, publicaba hace unos meses el artículo “Indignación y política: ¿Una nueva época?”, en el que valoraba al movimiento 15-M, valoración que en general era positiva tanto en lo que se refiere a sus contenidos como a sus formas.

Para sorpresa de muchos propios y de casi todos extraños, alababa en su artículo diversos aspectos de este movimiento. Me consta que algunos se vieron sorprendidos, nunca se les había pasado por la imaginación que esos jóvenes del 15-M pudieran coincidir en sus ideas con las de un profesor y ex rector de la Universidad de Navarra. Y otros, repensaron sus planteamientos desde el prejuicio según el cual sus propuestas no podían ser avaladas por tal profesor.

Sirvió también este artículo para plantearse la imagen que algunos medios han dado de estos movimientos. En unos, los acampados del 15-M eran un grupo de “perroflautas” sin oficio ni beneficio que junto a otros grupos de jóvenes violentos colapsaban las ciudades. En otros, y coincidiendo con la Jornada Mundial de la Juventud, los creyentes eran unas cuantas monjas que junto a niñas decolegios biencoreaban consignas como si estuvieran en un concierto de Justin Bieber.

Pero con gran acierto, Alejandro Llano valoró en su justa medida propuestas como la de repensar las formas de participación política desde la conciliación, hacerlo sin eludir temas complicados, fomentar la libertad de expresión, buscar el consenso como cuestión clave, llevarlo a la práctica desde la no violencia o conseguir que los jóvenes salgan de su pasotismo y se interesen por la vida pública.

El movimiento del 15-M fue un movimiento significativo: sacaron de un largo letargo el conformismo apático de toda la sociedad, fueron capaces de concentrar en sus manifestaciones a ciudadanos de diversas edades y situaciones sociales, y se ganaron las simpatías de una parte de la ciudadanía. El artículo de Alejandro Llano, creo que es representativo del compromiso con la sociedad que muchos creyentes mantienen como exigencia de su fe.

Esta coincidencia en las ideas de grupos aparentemente tan diversos, es al mismo tiempo la coincidencia de una importante parte de la población, pero: ¿dónde se han quedado los ciudadanos que supuestamente mantienen estos principios básicos de regeneración democrática y social?

Parece que el tan manido concepto de crisis, se extiende a un ámbito todavía más importante que el económico: la sociedad civil.

La tetraplejia social se perturbó levemente, pero volvió a recaer. Con poco más que conversaciones de pasillo y de máquina de café asistimos como observadores al espectáculo de políticos mediocres, partitocracias nada democráticas, representantes que no representan, especuladores millonarios a base de recortes salariales y sociales, escasos ámbitos de participación ciudadana... No vemos esfuerzos para crear un modelo más justo y más humano, no vemos empresas que cuenten a sus trabajadores como parte de la misma, ni da la impresión que las entidades bancarias sean flexibles con los parados que no pueden pagar su hipoteca.

La oportunidad de construir una sociedad más justa asentada en principios éticos, de modificar unas estructuras políticas y económicas que nos han llevado a esta situación y de reconstruir la vida política y social se van perdiendo. La sociedad civil que cobró conciencia el 15-M, la que persigue desde su fe una sociedad mejor está -al menos aparentemente-, desaparecida.