Algo de responsabilidad tendremos los que nos dedicamos a esta
materia cuando su nombre: filosofía, es sinónimo de rollo y aburrimiento.
Es verdad que existen libros cuasi ininteligibles dirigidos a
expertos –como en todas las disciplinas-, pero también es verdad que algunos,
detrás de en un lenguaje incomprensible que les hace aparecer como eminentes
pensadores, ocultan que no dicen nada.
Decía uno de mis profesores que “la filosofía es decir de forma
que nadie entienda lo que todo el mundo entiende”, ayudándose para eso de
largas y complicadas disquisiciones.
Seguramente por deformación profesional les tengo a ustedes
leyendo ya unas cuantas líneas para decirles algo que podía haber dicho en una
frase: la filosofía se vive, comienza y a menudo termina en la vida cotidiana.
Sin darse cuenta usted la practica y la utiliza incluso cuando discute sobre
donde meter a tanto corrupto.
Aristóteles murió en el año 322 a.C., pero ahora con total
actualidad podría exponer sus pensamientos sobre la crisis y la situación
política que a todos nos afecta.
Cuando Aristóteles se dedicó a pensar sobre la mejor forma de
gobierno no hizo como su maestro Platón quien había afirmado que buena, buena,
sólo había una forma de gobernar. Aristóteles decía que lo importante no era que
la forma de gobierno fuera monarquía, aristocracia o democracia, sino que lo
importante era que los gobernantes lo hicieran buscando el bien común y no el
beneficio personal o de una parte de la sociedad, y que además lo hicieran con
eficacia.
El problema para Aristóteles no era la forma, sino la intención
del que gobernaba: el monarca que sólo piensa en sus intereses se convierte en
tirano, la aristocracia que sólo busca su beneficio se convierte en oligarquía
y la democracia –república para Aristóteles- si degenera, se convierte en
demagogia.
Es una cuestión de principios o de modernidad ser partidario de la
monarquía o de la república, pero lo importante e inmediato no es bajo qué
forma, sino quién nos gobierna y con qué intención.
Estado centralizado o autonómico, más o menos ayuntamientos,
independentismo, subida del IVA… son sólo cuestiones secundarias y subordinadas
a una fundamental: administradores públicos honrados que no trabajen como
dueños de una estructura política al servicio de ellos mismos, sino como
gestores de la voluntad política de los ciudadanos, ciudadanos que somos -al
fin y al cabo- los verdaderos sujetos en los que reside el poder político.
Vamos, que estamos escasos de buena gente y sobrados de quien toma
las decisiones pensando en cuánto se va a embolsar, en cómo va a beneficiar a
su hijo o en como se va a asegurar la jubilación como consejero de una
eléctrica. Todas las decisiones estarán viciadas si no se toman pensando en el
bien común.
Nos han fallado los cimientos, nos ha traicionado la confianza,
nos han deslumbrado las luces de feria que durante estos últimos años nos han
hecho creer que todos los días eran fiesta.
Aquello que muchos teníamos: la confianza en la mayoría de
nuestros representantes y en las Instituciones del Estado, se ha derrumbado
cuando las luces de feria se han apagado y hemos sido conscientes de decisiones
y maneras de funcionar en las que faltaba honradez y sobraban intereses.
“Venir con filosofías” no es venir de un planeta exclusivo para
unos pocos. Ni siquiera hay que venir.
La filosofía es el “arte” de ir llevando esta vida cotidiana. De darse
cuenta por ejemplo, que la solución y la prevención para las crisis es un
comportamiento ético que no se adquiere en master carísimos ni en universidades
americanas, que no depende de ideologías ni de creencias.
No hay que venir con filosofías, porque como también decía
Aristóteles: “todo hombre por naturaleza filosofa”.
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