viernes, 13 de noviembre de 2009

DESDE EL PRINCIPIO.

A mediados de la adolescencia, cuando los chavales comienzan a salir y a volver más tarde, los padres comienzan a preocuparse especialmente por lo que harán fuera de casa. ¿Dónde estará? ¿Beberá? ¿Fumará porros? ¿Probará otras drogas? ¿Tendrá novia o ligues ocasionales?
A pesar de su importancia, la cuestión más relevante no es qué se va a encontrar en la calle sino cómo va a reaccionar ante lo que encuentre. Cuando esté en una situación comprometida en la que va a tener que elegir, es cuando se juega el acierto o la equivocación.
En cualquier caso, el proceso de preparación para estas elecciones -que tanto nos preocupan en la adolescencia y que antes o después son inevitables- comienza los primeros años de sus vidas: al principio, con nuestra supervisión y orientaciones, y poco a poco cuando les vamos dando esa “libertad condicional y vigilada” en los pequeños o grandes retos que nos van surgiendo: tener ordenado su cuarto, responsabilizarse de sus estudios, quedarse solos jugando en el parque, salir con la bici, ir solos a la escuela... constituirá todo un proceso que acabará en volver a las tantas de la madrugada conduciendo.



Nuestra máxima garantía es saber que nuestros hijos están preparados para tomar buenas decisiones y para ello la formación que les damos o no damos es fundamental. No “salen” vagos, gamberros o irresponsables sino que se hacen de una manera u otra en buena parte por las múltiples circunstancias que les rodean desde que son niños y entre las que se encuentra de forma principal la familia.
Que tengan criterio, personalidad, ideas claras de lo bueno y lo malo, que sean autónomos, capaces de resolver problemas, de decir “no”, son condiciones importantes para que sus elecciones sean correctas. Sin embargo estas características son el resultado de un largo proceso educativo largo y difícil, que no puede darse de forma intensiva a los quince años.
La mejor educación imaginable no es garantía de las mejores consecuencias, pero lo que está claro es que quien siembra es muy posible que recoja pero quien no siembra es prácticamente imposible que obtenga ningún fruto. Como dice la publicidad de la DGT “No podemos conducir por ti”, pero si que podemos intentar dotarles de los mejores recursos para que se conduzcan solos de la mejor forma posible.