miércoles, 16 de mayo de 2012

EL FINAL DEL MONÓLOGO


Cuando hablamos de jóvenes y de adolescentes, estamos demasiado acostumbrados a insistir en su falta de capacidad de esfuerzo, en sus carencias para plantearse y asumir retos, en su falta de constancia y déficit de interés o en sus problemas de concentración; si yo dijera que no sólo son capaces de todo esto sino que además lo hacen de forma cotidiana, pensarían que soy tan optimista que llego a deformar la realidad de manera preocupante o que estoy contando una historia de ciencia ficción.
Sin embargo, muchos de nuestros alumnos e hijos pasan horas esforzándose, superándose, asumiendo retos, concentrados en una actividad y adquiriendo habilidades para alcanzar nuevos objetivos.
Que lo hagan, significa que no son incapaces de hacerlo. El problema es que dediquen esa capacidad exclusiva e intensivamente a unos aspectos de su vida y que no la apliquen de forma más generalizada.
Evidentemente no estoy hablando de sus estudios, sino de los videojuegos.
Aunque ya tradicionalmente esta forma de entretenimiento está  marcada como prácticamente la causa de todos los males, no podemos confundir el uso con el abuso. Su mala prensa proviene del exceso de dedicación por parte de los usuarios, pero utilizados de forma adecuada no sólo no son negativos, sino que desarrollan determinadas capacidades y destrezas como ese afán de superación o habilidades como la manipulación fina, la facilidad para elaborar estrategias, la comprensión de las consecuencias o el desarrollo de los reflejos.
Los prejuicios, hay que dejarlos por el camino: la letra no sólo con sangre entra; el ordenador, internet o la tablet no son sinónimos de falta de rigor. Entretenerse, aprender y adquirir capacidades no son incompatibles.
Aunque es verdad que no todo el aprendizaje puede convertirse en una actividad sin esfuerzo, también es verdad que no es necesario que el aprendizaje tenga que estar necesariamente relacionado con “sacrificio”. El concepto de “trabajo” no hay que tomarlo sólo en su significado de obligación que realizamos con poco menos que sufrimiento; sino como una ocupación que puede ser agradable y deseable. De la misma forma, estudiar y aprender puede convertirse en una tarea entretenida al mismo tiempo que potencia capacidades positivas que podremos utilizar cuando ese aprendizaje no sea tan atractivo.
Durante los últimos cursos se ha invertido en medios informáticos, pero aunque ya se ha conseguido un primer beneficio al utilizar en la escuela una herramienta cercana a la vida cotidiana de los alumnos se puede ir más allá, aunque esto exige un cambio más profundo.
Queda muy bien decir que se han colocado no sé cuantas pizarras digitales, pero si se utilizan como sustituto del proyector o poco más, no rentabilizamos su coste  y perdemos grandes oportunidades para llegar de otra manera a nuestros alumnos.
Un cambio didáctico de esta envergadura no es fácil. Estamos todavía demasiado cerca del “busto parlante” que daba clases en el siglo XIX, todavía pretendemos que chicos y chicas que pasan el día en constante actividad y recibiendo enormes cantidades de información en infinidad de formatos multimedia e interactivos pasen varias horas escuchando a unos señores que tiza en mano “monologuean” incansables, y esta nueva metodología no es efectiva si sólo se aplica de forma aislada por algunos profesores.
Es necesaria una planificación global que dé primero la formación necesaria a los enseñantes, que  secuencie su uso y programe también la aplicación de las habilidades obtenidas a la forma de estudio tradicional porque antes o después, en papel o en libro electrónico, habrá que ponerse ante unos contenidos y estudiarlos.
No sólo no podemos navegar contra corriente, sino que tenemos que aprovechar la dirección del viento en beneficio del aprendizaje. 

miércoles, 9 de mayo de 2012

RUEDAS DE MOLINO.

A nadie puede sorprender que un gobierno tome decisiones polémicas. Podemos mantener posturas diferentes frente a infinidad de temas e incluso es bueno que las mantengamos y las contrastemos: podemos discrepar por ejemplo sobre si es mejor endeudarse o reducir el déficit, congelar las pensiones o gravar a las grandes fortunas, recortar en educación o en gastos de defensa. Lo que si me sigue sorprendiendo, es que una vez tomada una decisión se nos intente hacer comulgar con ruedas de molino o, como se diría ahora, se nos quiera vender la moto.
No sé si se me escapa algo, pero creo que hacer dos sudokus en media hora es más difícil que hacer uno, siempre que su dificultad y mi habilidad para hacerlos permanezcan iguales. O sea, que si en una actividad intervienen un número determinado de factores y uno de esos factores se complica manteniéndose el resto igual, la actividad en su conjunto se complica.
Si un ginecólogo atiende a cuatro pacientes en una hora y los recortes en sanidad le obligan a atender a seis con el mismo ecógrafo, el mismo equipo, sus mismos conocimientos y habilidades; parece evidente que la dedicación a cada paciente no será la misma y por tanto mermará la calidad de la atención que se le presta a cada uno. De la misma manera, si un profesor de una materia de dos horas semanales atiende a un total de doscientos veinticinco alumnos en grupos de veinticinco, los atenderá mejor que si tiene a trescientos alumnos en grupos de treinta –siempre que los alumnos y los recursos utilizados, como parece que es el caso, sean los mismos-.
Es verdad que esta es una primera aproximación al tema ya que cada Comunidad Autónoma aplicará los recortes en las partidas que considere oportunas, pero creo que no es aceptable que el Gobierno con su Ministro de Educación a la cabeza, seguido de varios consejeros autónomos, de comentaristas y de tertulianos varios, argumenten que esto no supone una merma en la calidad de la enseñanza.
Los argumentos que se esgrimen son variados, algunos de lo más burdos y otros con cierta lógica pero a mi entender incompletos o al menos imprecisos.
Leo en un periódico de tirada nacional que el número de alumnos por profesor no influye en los resultados ya que en los años 70 la ratio era el doble que la actual y los resultados eran mejores. Por la misma regla de tres podemos decir que el carné por puntos es inútil porque en los años 70 no existía y había menos accidentes. ¿Pueden compararse los resultados académicos sin tener en cuenta el tipo de educación, la relaciones familiares, la consideración del profesorado? ¿Puede compararse el número de accidentes sin tener en cuenta el número de coches y las características de los coches actuales frente a las de los años 70? Evidentemente no. Muchos de los profesores actuales fuimos alumnos de clases de cuarenta, conocimos como funcionaban esas aulas y como funcionan las actuales con veinticinco o treinta alumnos; la diferencia es manifiesta.
Otros argumentos recurren al informe PISA para afirmar que según dicho informe la ratio no influye en los resultados  ya que en países con una ratio superior los resultados son mejores. Las peores mentiras son las verdades a medias.
Si tomamos exclusivamente el dato de alumno por profesor la afirmación en sí se ajusta al informe, pero es una simplificación. Junto a la consideración de la ratio habrá que tener en cuenta por ejemplo que en España, el porcentaje del producto interior bruto que se invierte en educación es inferior a la media, que la metodología didáctica es diferente a la de otros países o que el concepto de trabajo, familia, prestigio en los países o lugares que ocupan los primeros puestos – Shangai, Corea, Finlandia, Honk Kong y  Singapur- es muy diferente.
El argumento de la relación ratio-resultados en la pública y en la concertada parece en principio más consistente y en términos generales correcto. Pero como en el caso anterior habrá que hacer una consideración más detallada: el nivel académico y los resultados de un centro público que acoge el mismo tipo de población en cuanto a nivel cultural, económico, etc. ¿son proporcionalmente peores que los obtenidos en un centro concertado? ¿los recursos en cuestiones de disciplina son los mismos? ¿la valoración que padres y alumnos hacen del colegio concertado es la misma que se hace del centro público?... Si las respuestas son afirmativas habrá que replantearse la eficacia de la enseñanza pública y modificar no sólo el factor de número de alumnos. Si son negativas no podemos comparar la relación ratio-resultados entre estas redes educativas.
El sistema educativo no está para muchos trastornos sino todo lo contrario. Como en el título del famoso libro, aquí también, más es menos.