miércoles, 1 de octubre de 2014

DIÁLOGO DE BESUGOS.

Una de las diferencias fundamentales entre el ser humano y el resto de los animales –incluidos los más evolucionados- es la utilización del lenguaje. Una cosa es unir unos pocos gestos simbólicos como hacen los chimpancés y otra la construcción de frases, la trasmisión de ideas abstractas. Un niño de dos años sólo escuchando a los adultos desarrolla un lenguaje muy superior al de los chimpancés.
Pero la utilización del lenguaje como instrumento de comunicación va más allá de la capacidad para construir frases con significado, gramaticalmente correctas y comprensibles por el interlocutor. La utilización de un lenguaje entre personas exige el compromiso de escuchar y de decir la verdad.
Un diálogo o una conversación carecen de todo sentido si no existe ese compromiso implícito de prestar atención y escuchar, asimilar lo que el otro dice y darle respuesta respondiendo a sus enunciados.  Carece de sentido si no existe el compromiso de decir la verdad: si aceptamos la mentira la comunicación humana desaparece como tal.
Por eso una entrevista, una conversación entre varias personas, una discusión entre diversos puntos de vista, se convierten en absurdas si no se respetan los presupuestos anteriores.
Desgraciadamente, estamos ya demasiado acostumbrados a que estas características del lenguaje aparentemente sencillas desaparezcan en entrevistas o tertulias entre periodistas y políticos.
Podemos distinguir al menos tres tipos de entrevistas. Aquellas en las que el entrevistado no conoce las preguntas pero aun así se trae preparadas de casa unas respuestas generales y evasivas: responde lo que ha preparado independientemente de lo que le pregunten. El entrevistador se conforma.
Aquellas en las que las preguntas están ya acordadas, hechas a la medida del entrevistado, las respuestas por supuesto preparadas, y en las que en algunos casos el entrevistador “hace la ola”. Las dora, reafirma y aplaude.
Y aquellas entrevistas en las que con preguntas acordadas o no el periodista no se conforma con vaguedades, insiste y repregunta hasta llegar a la respuesta o a poner en evidencia a un entrevistado que no quiere responder. Estos periodistas temidos, señalados, de los que muchos huyen son los verdaderos informadores, no se conforman con ser comparsa y buscan llegar al fondo independientemente de a quién se encuentren en él. Aquí se pasa de un acto de propaganda a una entrevista real.
En el ámbito de las tertulias entre informadores o de tertulias a las que también asiste un político, son frecuentes las reafirmaciones parciales o sacadas de contexto  incluso cuando el interesado está presente diciendo lo contrario. De “me parece bien la forma en la que el ayuntamiento x realiza la gestión de residuos” se pasa directamente a “está diciendo que le parece bien las actuaciones que el alcalde del ayuntamiento x cacique y corrupto realiza”. Y volvemos a empezar: “me parece bien cómo se gestionan los residuos independientemente de otros aspectos”, a lo que se responde: “qué podemos esperar de un candidato que aprueba la gestión caciquil y corrupta”.
Si pervertimos el lenguaje dejando de lado su función trasmisora, de intercambio y contraposición de ideas. Si prescindimos de la verdad convirtiéndolo en un instrumento exclusivo de propaganda más que de información, el lenguaje deja de cumplir sus funciones principales.
Hace muchos años, en el famoso TBO existía una sección “diálogo de besugos”. Conversaciones entre dos interlocutores que siempre comenzaban: - “Buenos días”. A lo que el otro interlocutor respondía: –“Buenas tardes”. Si cada uno sólo se responde a sus preguntas, si sólo conversa consigo mismo independientemente de lo que ocurra afuera, ¿para qué nos sirve conversar?