viernes, 25 de noviembre de 2011

Trabajar y tener hijos.

Ya cuando en Europa se planteaba el problema de la escasez de natalidad, los diversos países optaron por dos modelos diferentes para fomentarla: un sistema de guarderías que permitiera dejar a nuestros hijos mientras se trabaja o favorecer la flexibilidad laboral promocionando la facilidad para pedir excedencias, medias jornadas o el trabajo desde casa cuando la actividad profesional así lo permitiera.

Ahora, la sociedad demanda medidas para conciliar la vida laboral y familiar es decir, para que se facilite el cuidado de los hijos al mismo tiempo que se tiene que trabajar, y como consecuencia de esta nueva necesidad se vuelven a poner sobre la mesa estos dos modelos: una red de guarderías para los más pequeños y de escuela-guardería que abran doce horas diarias durante once meses o una serie de medidas que favorezcan la “liberación” y la flexibilidad en el trabajo cuando se necesita atender a nuestros hijos.

Gobierno y familias deben optar por un modelo u otro aunque necesariamente no son modelos excluyentes: se pueden tomar medidas simultaneas en ambas direcciones y habrá que elegir la mejor en función de las circunstancias.

En primer lugar hay que tener en cuentea que no siempre se puede elegir: salarios bajos y/o hipotecas altas hacen necesaria la guardería ya que en estos casos las familias no se pueden permitir la reducción de ingresos que supone la media jornada o una excedencia. Pero en mi opinión, si es posible, la guardería debe de ser un apoyo para la familia y no al contrario, es decir, no podemos convertirnos en padres exclusivamente para recoger a los niños darles de cenar y echarlos a la cama. La prioridad, si es posible, es su atención aunque esto no excluya que asistan alguna hora a la guardería.

Hasta el final de la educación primaria estas dos opciones suelen ser factibles ya que cada vez son más las escuelas que ofrecen servicios adicionales al horario escolar: comedor, poder dejar a los niños desde las ocho de la mañana, actividades extraescolares tras el período lectivo o actividades en los períodos vacacionales. Pero a partir del comienzo de la secundaria aunque aparentemente el problema se soluciona, realmente se complica.

Por un lado podemos engañarnos al pensar que porque nuestros hijos van creciendo ya no nos necesitan como cuando eran pequeños, y por otro, la realidad es justo la contraria: están en plena adolescencia, tienen más tiempo libre, de diferente manera que en la infancia nos siguen necesitando y además, ya no disponemos de las opciones que ofrecía la escuela-guardería.

Dejar a un adolescente toda la tarde solo y pensar que va a dedicarse a estudiar o a realizar los deberes es en la inmensa mayoría de los casos una ilusión nada realista. Solo con la televisión, internet, vía libre para salir o quedar en casa con sus amigos y la consola es el mejor caldo de cultivo para el fracaso escolar y en un número considerable de casos el fracaso escolar es el menor de los problemas que se plantea.

Es verdad que las necesidades económicas o la imposibilidad de acogernos a medidas de flexibilidad pueden no dejarnos otra alternativa pero también es verdad que el afán economicista y consumista es un motivo frecuente para no renunciar a unas horas de trabajo sin darnos cuenta de que aunque por el momento nuestros hijos y nosotros mismos no seamos conscientes: las mejores deportivas, el mejor móvil, las mejores vacaciones o el mejor coche es mucho menos importante que comer con ellos, comentar como les ha ido la mañana, supervisar sus tareas y echarles la bronca por dejar el baño lleno de agua después de la ducha.