Ya comenzada la crisis económica
el puente de una localidad, único acceso posible, fue arrastrado por una riada.
Su reconstrucción suponía un considerable aumento en los ya ajustados
presupuestos, por lo que decidieron acometer la imprescindible obra abaratando
al máximo los costes. Para evitar las protestas vecinales, al responsable
político se le ocurrió abaratar en lo que menos se veía, manteniendo al mismo
tiempo el aspecto de una buena construcción: hicieron el puente con los mínimos
cimientos. Ese año los presupuestos no se vieron excesivamente afectados, los
vecinos quedaron contentos; al año siguiente se cayó el puente, pero ya
gobernaba otro partido.
Esta situación absurda –supongo-
en el terreno de las obras públicas, es la política que se aplica en el terreno
de la educación.
En cuestiones puramente
económicas, se está reduciendo y poniendo límite al endeudamiento del Estado
para no hipotecar el futuro. Pero al mismo tiempo se está hipotecando el futuro
si la formación que se da a los jóvenes no es una formación de calidad y no
constituye unos cimientos consistentes; ya que sólo una alta cualificación
profesional nos hará competitivos, nos permitirá superar la crisis cuanto antes
y nos hará capaces de situarnos con dignidad en el mapa económico que surgirá
tras ella.
El debate sobre las horas
lectivas ha vuelto a poner sobre la mesa el asunto de la calidad de la
enseñanza, al mismo tiempo que ha planteado también otros temas de corte
laboral.
En el ámbito laboral, la
reducción de plantillas con su consiguiente reducción en la contratación de
interinos, es un tema importante tanto desde un punto de vista personal como
sindical. Pero desde un punto de vista más global, la cuestión de una educación
de calidad debe centrar nuestra atención.
Si se abre y se mantiene este
debate como un problema por una hora lectiva me parece una manipulación o un
error. Manipulación por parte de quien quiere trasmitir a la opinión pública la
idea de que trabajamos unas pocas horas a la semana y error, porque el aumento
de horas de clase por sí solas no son tan significativas, a no ser -como es- que sea la gota que colma un vaso
ya colmado hace tiempo.
En el primer tema hay que
recordar o informar que la jornada laboral de un profesor es la misma que la de
cualquier funcionario y que en su horario de trabajo, además de las horas
lectivas también prepara esas clases, corrige, atiende a padres, se reúne en
evaluaciones, con el resto de tutores, adapta currículos, etc.
En cuanto al segundo, es verdad
que el aumento de horas lectivas afecta al tiempo que puede dedicarse a cada
alumno y a las medidas de atención específicas, pero creo que la repercusión de
una o dos horas no es tan grave y que hay que entender las reacciones que ha
provocado desde un punto de vista mucho más amplio: las diversas circunstancias
de muy variada índole que vienen mermando desde hace tiempo la calidad
educativa al no proporcionar los recursos necesarios para afrontarlas y la
situación general del profesorado.
La vida de los centros se ha ido
haciendo cada vez más compleja, al profesor se le han ido exigiendo más
funciones, funciones para las que no estaba preparado y funciones para las que
tampoco ha tenido demasiadas ayudas ni alicientes. La escuela ha tenido que
asumir buena parte del papel que ejercían las familias al mismo tiempo que
frecuentemente, el profesor se ha convertido en “el malo” frente a alumnos
sancionados y apoyados por sus padres. Desarrolla un papel integrador acogiendo
a alumnos de múltiples nacionalidades. Atiende alumnos escolarizados hasta los
16 años pero sin ningún interés por aprender. Trabaja temas transversales
relacionados con valores, educación vial, sexual, etc.
Pero al mismo tiempo que no se le
ha dotado de los recursos necesarios para llevar a cabo las nuevas demandas, ha
perdido su reconocimiento social para educar, buena parte de su trabajo como
educador se ha convertido en trabajo como “guardador”, en demasiadas ocasiones le resulta
prácticamente imposible explicar, muchas veces se ha visto impotente ante su trabajo,
se siente maltratado por unas normas que igualan el valor de su palabra a la de
un niño o a la de un adolescente...
Y para rematar: menos sueldo, más
alumnos y más horas.
De todo hay en la viña del Señor,
pero creo que para el profesorado el tema de las horas lectivas es mucho más
que el problema de añadir una hora lectiva (dos o tres). Lo que late en el
fondo es mucho más profundo e importante. Creo que no me arriesgo demasiado si
afirmo que los docentes asumirían con gusto más horas lectivas a cambio de unas
condiciones que les permitieran desarrollar su trabajo en unas condiciones
adecuadas, en unas condiciones que repercutirían directamente en una educación
de calidad.