martes, 16 de agosto de 2011

EL SÍNDROME. ¡Ya es adolescente!

Tengo un amigo preocupado que me consulta sobre una extraña patología que está sufriendo. De forma variable y sucesiva se siente fracasado, irascible, olvidado, culpable, frustrado... confuso en sus sentimientos: a veces quiere y a veces quiere echarse a correr, a veces necesita y a veces desearía no necesitar nada.

Está especialmente alarmado porque cree que es una enfermedad contagiosa, su mujer presenta los mismos síntomas. Además, esta situación repercute de forma también confusa en la pareja: unas veces les une y otras les distancia.

Han acudido a diversos especialistas, y ninguno ha sabido darles una respuesta.

Movido por la curiosidad y también –por qué no decirlo- por el miedo a un posible contagio, he buscado información entre familiares y amigos, he buscado en Internet y he acudido a algún médico. Después de intentarlo por varios caminos y combinando aportaciones de unos y otros, hemos sido capaces de dar con el síndrome.

Realmente es una afección larga, puede dejar secuelas, es difícil saber afrontarla y se va gestando de forma oculta.

Los síntomas de su presencia comienzan antes en las mujeres que en los hombres. En las mujeres lo hace normalmente en forma de vómitos y malestar general; posteriormente, hombres y mujeres comienzan a sufrir falta de sueño y una satisfacción fuera de lo normal. Son sus primeros indicios.

Tras un período de latencia, sin aviso previo y después de unos once o doce años de sus primeras señales, se manifiesta de forma virulenta. En los tratados más especializados llaman a estesíndrome, el síndrome “ya es adolescente”.

Es un síndrome complejo, sus síntomas varían en función del agente que lo causa y de los adultos que lo sufren. Es pasajero pero se hace demasiado largo, es inevitable pero se acaba superando. De cualquier forma, casi todos los casos muestran aspectos comunes.

Aunque los síntomas no siguen un orden establecido y a veces se dan varios al mismo tiempo, suelen comenzar con un hecho inesperado que provoca el síntoma llamado “estas empezando a ser un desconocido”. En este momento más o menos, comenzamos a repetir las cosas una infinidad de veces, sin que esa repetición tenga ninguna consecuencia: es el síntoma “el padre que hablaba con las paredes”. Y junto a esta alteración suele ir unida la de “¿solo en el mundo?” –uno, dos, tres... en función de las veces que padezcamos el síndrome-.

Conforme se va desarrollando, surgen diversas situaciones: llego tarde porque no pasaba el autobús; no es mío, se lo guardo a un amigo; me han echado de clase y no he hecho nada... situaciones que provocan el síntoma-duda existencial: “¿soy lo suficientemente tonto como para creérmelo?”.

En los peores momentos, cuando el síndrome “ya es adolescente” ataca con gran virulencia, surge el período autodestructivo: “¿Qué he hecho yo durante estos 12 años?. Yo que he aplicado la medicina preventiva y le enseñé a ser educado, a planificarse en los estudios, a doblar camisetas y el valor de la familia. Incluso le enseñé como se abría el lavaplatos y dónde estaba el cubo de la ropa sucia, ¿qué queda de todo eso? ¿en qué me he equivocado?.

Durante esta sintomatología se va pasando por sucesivas fases. De “anda recoge tu cuarto”, se pasa a la fase llamada “por mis santas narices que lo haces”, fase que a veces –aunque no siempre lo reconozcamos- acaba en “tiro la toalla ¡haz lo que te de la gana!” Y, en las situaciones más difíciles, nos quedamos en el sofá sufriendo el momento “¿qué pecado he cometido?"

Dicen los expertos que puede ser leve o grave, que -aunque a veces lo parezca- no es mortal, que no es crónico aunque últimamente se alarga cada vez más y que la mejor forma de afrontarlo, es una buena dosis de paciencia”.