jueves, 23 de enero de 2014

LOMCE, LUCES O SOMBRAS.

Después de tanta ley orgánica de educación -haya tenido el apellido que haya tenido- y a la vista de los resultados obtenidos parece que una reforma del sistema educativo es necesaria. Una reforma que constituya una base estable en la que no primen ideologías sino educación. Una base sobre la que se puedan desarrollar proyectos a largo plazo que sean realmente evaluables.
Parece incomprensible el empeño de unos por mantener un sistema que no funciona sin tan siquiera plantearse un cambio de rumbo, al menos importantes reformas. Pero también parece incomprensible que el mal funcionamiento de este sistema sea la excusa para pensar que cualquier cambio será para mejor; y es incomprensible que estas modificaciones se hagan sabiendo que la ley será derogada o al menos transformada cuando se pierda la mayoría.
Como en casi todo, la aceptación o rechazo de la LOMCE no es una cuestión de blanco o negro, de sí o no sin matices. No estar de acuerdo en algunos aspectos o pensar que son mejorables no significa rechazarla en su conjunto, y a la inversa: considerar que tiene aspectos positivos no significa aceptarla en su totalidad.
Los partidos mayoritarios se cierran en su aceptación global o en su rechazo integral poniendo por delante del bien común sus intereses particulares. Su aparente preocupación por el tema o sus estériles debates no pueden ser sino poses ante las cámaras: sus actos en poco se parecen a su aparente preocupación. Pero después de gobiernos de unos y de otros la pelota va, viene y vuelve a ir.
Aprobada en el Parlamento con los votos del Partido Popular, partidarios y detractores han aprovechado para manifestar sus posturas subrayando lo que para cada uno de ellos es más importante.
Sus partidarios han destacado que la LOMCE viene a recuperar el rigor académico y el esfuerzo, a superar ese igualitarismo que no ha hecho sino degradar los conocimientos. Afirman que hasta ahora se ha impedido a los alumnos más capaces alcanzar unos niveles acorde a sus capacidades al mismo tiempo que los alumnos con dificultades se han visto obligados a cursar los mismos estudios que el resto, lastrando así a los mejores y no consiguiendo que se integren en el sistema educativo. La LOMCE conseguirá a su juicio que los alumnos con capacidad intelectual y de esfuerzo no se vean arrastrados a la mediocridad.
Para sus detractores, una de las peores consecuencias de la nueva ley es la exclusión de los menos favorecidos. La segregación temprana puede ser el instrumento para que, manteniéndolos oficialmente en el sistema y no computando como fracaso escolar, se cree una vía marginal con todos aquellos que presentan alguna dificultad en el aprendizaje y que no puedan costearse un apoyo extraescolar. Esta postura viene respaldada por medidas que ya se han tomado: aumento de alumnos por aula y aumento total de alumnos por profesor o lo que es lo mismo, menos atención por parte de los profesores a aquellos alumnos que más lo necesitan o a aquellos que estando al borde de la mitad de la tabla pudieran superar cursos y reválidas con un sistema más personalizado.
Defensores y críticos muestran también su acuerdo y desacuerdo en cuanto a la consideración de la formación profesional, a la mayor centralización sobre todo en cuanto al tema de las lenguas propias y al trato que se da a los centros concertados. ¿Es una recuperación de la Formación Profesional o la Formación Profesional ya había sido beneficiada al convertirse en Ciclos Formativos y ahora va a volver a ser la salida de “los que no valen”? ¿Apoya las lenguas propias al darles por primera vez el mismo tratamiento que al castellano o pretende acabar con ellas? ¿El tratamiento a los centros concertados es la respuesta lógica a la demanda social o es una forma de convertir la enseñanza pública en marginal o de acabar con ella?
Los hechos darán o quitarán razones pero quizá haya que pensar una tercera vía. Teniendo en cuenta que los cambios sociales suelen darse de forma pendular –vamos de un extremo a otro- y que la disposición de los políticos para invertir en educación no es precisamente buena, es probable que se pase de una situación de excesivo igualitarismo a una de excesiva diferenciación entre los “buenos” y el resto. Ni una ni otra son la mejor opción.
En líneas generales y en este sentido los fines de un sistema educativo debieran dar posibilidad a los mejores de desarrollar sus capacidades, atender al resto con los medios y formas necesarias para que alcancen el mejor nivel posible, evitar por todos los medios salvar el sistema “expulsando” o buscando puertas traseras para los rezagados, no permitir que ningún alumno deje de alcanzar el máximo de sus posibilidades por su situación económica o social. Y todo esto, si puede ser, educando ciudadanos libres y no individuos adoctrinados.

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