sábado, 20 de julio de 2013

UN MAL COMIENZO.

Que lo que bien empieza bien acaba es una afirmación popularmente aceptada pero que con frecuencia ignoramos. Sí entendemos que más vale acertar desde el principio que tener que rectificar –si se puede- a medio camino, pero con frecuencia no caemos en la cuenta de que algunos de “nuestros inicios” son un mal comienzo para solucionar los problemas. 
Comenzamos mal si para solucionar la dificultad necesitamos el apoyo de todos, si damos por hecho que no tenemos que hacer nada para encontrar su solución o si pensamos que volviendo al pasado la cuestión se resuelve. 
 En una reunión sobre la prevención del acoso escolar una de las madres aportó su solución: si todos en nuestras casas enseñamos que tienen que respetarse, que si no les gusta ser rechazados tampoco deben rechazar a los demás, evitaremos que se produzcan estas situaciones de acoso. Los asistentes asintieron, pero como en el anuncio de la tele: “¡¡error!!”. Si la solución al problema pasa porque todos los miembros de un colectivo más o menos amplio desarrollen un determinado tipo de actividad o mantengan una actitud, no es un buen comienzo. 
¿En cuántas ocasiones “todos” hemos hecho algo al mismo tiempo? Pensemos en convocatorias de huelga, manifestaciones contra el terrorismo o denunciar una injusticia manifiesta. Por muy evidentes que sean los motivos para que “todos” nos movilicemos o cambiemos nuestro comportamiento; el miedo, la comodidad, la sumisión, el egoísmo… hace que un buen grupo de personas se quede fuera del “todos”. Es más bien a la inversa. Son pequeños grupos los que con su persistencia y dedicación consiguen cambios importantes, pequeños grupos que a veces puntualmente consiguen un apoyo más generalizado, pero que se mantienen constantes siendo una minoría. 
Esperar los cambios sin hacer nada, desahogarnos sin comprometernos, tampoco es un buen comienzo para llegar a una solución. “Ya cambiarán las cosas”, “ya se darán cuenta”... Las cosas no cambian solas y pocas veces alguien se da cuenta si no se lo hacen ver. 
Bares, pasillos, el corrillo de fumadores… son los espacios en los que quejas, injusticias, reclamaciones o abusos se ponen sobre la mesa. Pero si hay que firmar con nombre y apellidos, unos cuantos desaparecen. Y si hay que dar la cara, el que habla mira a su espalda y prácticamente se ha quedado solo. Sin compromiso y acción las cosas no cambian, todo sigue igual. 
El remedio, tampoco está en volver: “antes sí que respetábamos a los padres” o “siempre se había hecho así”. Para algunos la solución está en reproducir formas, situaciones o modelos que un día funcionaron; pero la vuelta es imposible. Esto no significa que tengamos que partir de cero, que tengamos que olvidar principios fundamentales. Pero la solución no está en reproducir lo que un día funcionó, porque aquel día ya ha pasado. Hay que mirar al futuro, a lo que está por hacer, a lo que todavía hay que inventar. La solución no es copiar, sino reinventar. Las circunstancias cambian y con ellas el “antes hacíamos…”, “antes hablábamos…”, quedan desfasados. 
No podemos pedir la misma actitud a quien partía de poco y si estudiaba se le prometía mucho, que a quien ya lo tiene todo sin haber hecho casi nada. Sería muy sencillo tener un catálogo de soluciones para aplicar en cada caso, una especie de plantillas que colocar en cada ocasión. Pero lo que antes fue una solución, hoy no encaja. 
Replantear, imaginar, ingeniárselas para llegar a la raíz de un problema tal como hoy se plantea es mucho más complejo. Investigar caminos, equivocarse y aprender es necesario. Añorar, inútil. Un punto de partida consistente y una planificación realista, nos dan cierta garantía para alcanzar una solución acertada. Esperar la participación de todos, que las soluciones lleguen solas o por la reproducción mecánica de un modelo, no es un buen principio.

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