Vayan por delante mi enhorabuena y mis aplausos para Amaia por sus
canciones.
He escuchado sus temas, sus entrevistas y sus directos infinidad
de veces. Es lo que tiene tener una adolescente en casa-: yo creo que mi
televisión se sintoniza automáticamente en el canal en el que ella está y pocas
veces me han puesto tan nervioso en una línea de salida como para coger esas
entradas que si se hubieran agotado sin conseguirlas, hubiera tenido que pedir
asilo político.
Mi casa es como la de los demás y ese es el impacto que Amaia –y
también sus compañeros- han causado en jóvenes y en muchos que ya no lo somos
tanto.
No quisiera ser aguafiestas. Bueno, un poco sí.
Un poco sí, porque si ya veo el subidón que supone a mis alumnos
sacar la selectividad y entrar en los estudios que les gusta, no alcanzo a
comprender el impacto que para una chica más o menos de su edad tiene que
suponer pasar del anonimato de Mendillorri,
del instituto, del conservatorio, a ser -de la noche a la mañana- no
sólo ganadora de un concurso de televisión, sino a convertirse en portada de
revistas, a acumular miles de seguidores, a estrella de programas de radio y
televisión, a giras internacionales y lo más importante: a “tirar el cohete” en
febrero, mientras miles de personas corean su nombre.
No quiero trasmitir pesimismo, sólo prudencia que mantenga sus
pies en el suelo.
Empezar desde lo mas alto no es fácil. No sólo por esa subida a
velocidad de fórmula uno. Sino porque desde allí arriba cualquier pequeño
descenso puede parecer un fracaso, mantenerse siempre en la cumbre es prácticamente
imposible y entre lo más probable está descender. Desde la cima del Everest
cualquier otra cima parece pequeña y cualquier descenso puede convertirse en
frustración.
Por si esto fuera poco, las cadenas de televisión, los medios en
general y el público somos muy volubles, nos vendemos al mejor postor. Y seguro
que alguien habrá que haga todo lo posible por llevarla a otros terrenos que no
sean ni el de la canción ni el de su forma de ser.
Espero que sepa librarse de los políticos, especialistas en
arrimarse al árbol con la sombra que mejor cobija y a abandonarlo cuando ya no
les es útil. De los que con motivo o sin
él le busquen novios o novias. Y que tenga en cuenta que si alguna vez sale en
un programa del corazón hablando de su vida privada, en Pamplona habrá un
suicidio colectivo.
No sé si al salir de la academia la productora de OT se dedica
sólo a los conciertos, pero no estaría de más que una vez acabado el concurso
siguiera aconsejando a sus alumnos para que el éxito no los absorba y
desaparezcan en el intento.
Amaia ha tenido la suerte de triunfar –entiéndase por suerte ese
pequeño factor que ha llegado tras los estudios, el tiempo, la dedicación, la
educación que ha recibido… -, pero con esa suerte ha llegado también la
responsabilidad de ser una chica que con sus compañeros de academia ha dado una
imagen de la juventud que siempre olvidamos porque sólo nos fijamos en lo malo.
Ha llegado la responsabilidad de ser modelo para muchos que seguirán no sólo
sus canciones, también su forma de ser y de comportarse.
Dejo aquí de usurpar el papel de padre.
Con su interpretación de la canción de Víctor Jara “Te recuerdo
Amanda”, Amaia tuvo el detalle de volvernos a los más maduritos a la juventud. Queremos
escucharla y disfrutarla durante muchos años, queremos tararear sin darnos
cuenta sus temas y que no se pierda por el camino para que nunca tengamos que
entonar una versión titulada “Te recuerdo Amaia”.
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