viernes, 6 de abril de 2018

NUNCA NADIE HABLARÁ DE ELLOS.

Mihai, Oana, Sorín, Cosmina, Ionela y Costel son este año alumnos de bachillerato. Dos han cometido el delito de dormirse en los laureles en la primera evaluación, el resto ha sacado buenas notas. En general destacan de la media por su capacidad de trabajo, por no conformarse con calificaciones bajas y por saber aprovechar el tiempo. Por lo que sé de algunos de sus padres uno trabaja de mecánico, una madre en una empresa de montaje y otra como empleada del hogar. No hace mucho vino a verme Mihaela, este curso pasado acabó filosofía y está preparando el master de educación. Sus padres trabajan todas las horas del mundo en hostelería para que ella y su hermana puedan pagar el piso e ir a la universidad. Alexandra fue compañera, profesora de inglés. Habla cuatro idiomas, exigente, no lleva con paciencia que suspendan por vagos. Por amigos y compañeros tengo noticias de varias empleadas de hogar que nunca se han llevado ni una cucharilla, de albañiles muy profesionales que no trapichean ni son unos chapuzas, de chicas que además de estudiar trabajan porque tienen problemas económicos en casa… Pero nunca nadie hablará de ellos. Los medios de comunicación nunca los hará visibles y al mismo tiempo, las noticias negativas sobre algunos de sus compatriotas les colgará el sambenito -al menos- de la sospecha. Buscada o no, una de las capacidades de los medios de comunicación es hacer que un colectivo pase de la invisibilidad a la visibilidad. Salir en la tele o convertirse en viral a través de las redes sociales es pasar de la imperceptibilidad a la existencia -aunque sólo sean los famosos quince minutos de fama de Andy Warhol-. Pero las buenas noticias no atraen al público. Hace ya bastantes años hubo en televisión española un programa que se titulaba “Buenas noticias”, no era entonces momento de guerra por las audiencias, pero aun así el programa tuvo un recorrido muy corto. La información que recibimos es fundamentalmente una información de sucesos –malos-, sucesos que nos dan una visión negativa que no es un reflejo real de la realidad. A la vista de las noticias que recibimos el mundo es un caos de asesinatos, guerras y desastres naturales, sucesos reales pero que sólo son una pequeña parte de todos los acontecimientos mundiales –muchos de ellos buenos- que permanecen invisibles. Por eso, pasar de la invisibilidad a la visibilidad no suele ser positivo. Es positivo que una foto dé visibilidad a un grupo que padece la violencia sea de género, explotación sexual, niños en condiciones laborales esclavistas o refugiados muertos a las puertas de Europa. Pero es negativo que sólo se hagan visibles las acciones negativas de un colectivo que pasa así a estar presente, pero forzando una generalización que perjudica por ejemplo a sus compatriotas. Los medios de comunicación siguen en nuestro país informándonos de los delitos que cometen los extranjeros, siguen con la costumbre de poner nacionalidad al delincuente siempre que no sea español. Antes fueron gitanos o marroquíes. En los últimos años ha pasado a formar parte del imaginario colectivo la idea de rumano como sinónimo de delincuente y todo el mundo sabe que si quiere dar una paliza a alguien tiene que buscar a un par de rumanos, que los robos en los polígonos industriales los realizan ellos y que muchas empleadas domésticas rumanas roban en los pisos en los que trabajan. Por eso, por una vez, hablo de los que nunca se habla. De los que probablemente nunca hablará nadie y que para más inri sufrirán que los vean con reservas, si no ya como delincuentes.

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