Da la impresión de que la problemática que ha planteado el
independentismo catalán se ha movido exclusivamente en el ámbito del
constitucionalismo o anticonstitucionalismo. Sin embargo, hace pocas fechas se
ha hecho más visible, se ha puesto clara y expresamente sobre la mesa una
cuestión que hasta ahora había quedado en segundo plano: una reforma
constitucional.
Hasta el 11 de octubre -día en el que el Partido Popular se
compromete con el Partido Socialista para realizar esta reforma- el llamado
“constitucionalismo” del Partido Popular había defendido como posición
inamovible el marco legal actual. Pero tras varios años en los que este partido
ha considerado que era un error cambiar la Constitución, que no era una
cuestión prioritaria o que no iba a solucionar el problema catalán, ha aceptado
la propuesta de reforma constitucional hecha por el Partido Socialista.
Es verdad –como atacan algunos- que la Constitución del 78 es una
legislación aprobada en unas circunstancias históricas vinculadas con el pasado
y con el presente en el que fue aprobada. Meridianamente claro: ni más ni menos
que cualquier otra circunstancia histórica o que cualquier otra decisión personal,
nada ni nadie comienza desde cero. Pero esto no quiere decir que tenga menos
valor del que se le atribuye ni que la Transición no sea un período ejemplar en
la historia. El llamado despectivamente “régimen del 78” tiene sus luces y sus
sombras y es muy fácil verlas cuarenta años después, pero ya quisiéramos ahora el
talante y la visión de Estado que por unas circunstancias u otras aportaron los
políticos del momento.
Ahora que parece se ha superado el miedo a la reforma
constitucional será hora de que los encargados de acordar esta reforma y la
sociedad a la que representan muestren un talante similar al que tuvieron los constituyentes
cuando pactaron con los que los habían encarcelado o perseguido durante
décadas.
A la vista de los últimos acontecimientos resulta complicado
imaginar el cambio de actitud necesario para que quienes se han colocado
durante años en polos tan opuestos se puedan encontrar en un punto de acuerdo. Hay
elementos para dudar de su capacidad de acuerdo y concesión.
Aunque por otra parte, las circunstancias obligan.
Será hora de asumir decepciones y de resolver dificultades.
Tanto los líderes como la sociedad civil que se ha movilizado en
un sentido u en otro tendrán que ser capaces de gestionar las decepciones que
les esperan cuando comparen sus aspiraciones con lo conseguido. Decepciones,
porque una cosa es realizar una reforma y otra alcanzar todo lo que se
pretendía.
Dificultades fundamentales, como si van a existir límites previos
a la reforma. Dificultades centrales, como la reforma de la ley electoral o la
continuidad o no de una monarquía parlamentaria, el encaje de las demandas de
unas comunidades con las de las otras, la separación de poderes. Dificultades formales,
como si cada artículo debe ser refrendado individualmente por los ciudadanos, se
votará la Constitución en su conjunto o se votarán individualmente los
artículos que se consideren más importantes.
Habrá que establecer qué cuestiones han “envejecido” y han quedado
fuera de la realidad actual, cuáles son los cambios importantes que la sociedad
demanda y qué nivel de cambios se puede afrontar, qué temas quedaron en su
momento demasiado vagos o imprecisos, cuáles fueron consecuencia directa de la
presión franquista y cuáles han sido meramente decorativos y por tanto hay
que potenciar.
Si también la queremos llamar “transición” no será desde luego como
su hermana mayor “la del 78”, pero no por ello dejará de ser necesaria y podrá
ser muy positiva si sabe elegir y encajar las piezas importantes que ahora
están desperdigadas por la mesa.
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