viernes, 6 de abril de 2018

REFORMA CONSTITUCIONAL.

Da la impresión de que la problemática que ha planteado el independentismo catalán se ha movido exclusivamente en el ámbito del constitucionalismo o anticonstitucionalismo. Sin embargo, hace pocas fechas se ha hecho más visible, se ha puesto clara y expresamente sobre la mesa una cuestión que hasta ahora había quedado en segundo plano: una reforma constitucional.
Hasta el 11 de octubre -día en el que el Partido Popular se compromete con el Partido Socialista para realizar esta reforma- el llamado “constitucionalismo” del Partido Popular había defendido como posición inamovible el marco legal actual. Pero tras varios años en los que este partido ha considerado que era un error cambiar la Constitución, que no era una cuestión prioritaria o que no iba a solucionar el problema catalán, ha aceptado la propuesta de reforma constitucional hecha por el Partido Socialista.
Es verdad –como atacan algunos- que la Constitución del 78 es una legislación aprobada en unas circunstancias históricas vinculadas con el pasado y con el presente en el que fue aprobada. Meridianamente claro: ni más ni menos que cualquier otra circunstancia histórica o que cualquier otra decisión personal, nada ni nadie comienza desde cero. Pero esto no quiere decir que tenga menos valor del que se le atribuye ni que la Transición no sea un período ejemplar en la historia. El llamado despectivamente “régimen del 78” tiene sus luces y sus sombras y es muy fácil verlas cuarenta años después, pero ya quisiéramos ahora el talante y la visión de Estado que por unas circunstancias u otras aportaron los políticos del momento.
Ahora que parece se ha superado el miedo a la reforma constitucional será hora de que los encargados de acordar esta reforma y la sociedad a la que representan muestren un talante similar al que tuvieron los constituyentes cuando pactaron con los que los habían encarcelado o perseguido durante décadas.
A la vista de los últimos acontecimientos resulta complicado imaginar el cambio de actitud necesario para que quienes se han colocado durante años en polos tan opuestos se puedan encontrar en un punto de acuerdo. Hay elementos para dudar de su capacidad de acuerdo y concesión.
Aunque por otra parte, las circunstancias obligan.
Será hora de asumir decepciones y de resolver dificultades.
Tanto los líderes como la sociedad civil que se ha movilizado en un sentido u en otro tendrán que ser capaces de gestionar las decepciones que les esperan cuando comparen sus aspiraciones con lo conseguido. Decepciones, porque una cosa es realizar una reforma y otra alcanzar todo lo que se pretendía.
Dificultades fundamentales, como si van a existir límites previos a la reforma. Dificultades centrales, como la reforma de la ley electoral o la continuidad o no de una monarquía parlamentaria, el encaje de las demandas de unas comunidades con las de las otras, la separación de poderes. Dificultades formales, como si cada artículo debe ser refrendado individualmente por los ciudadanos, se votará la Constitución en su conjunto o se votarán individualmente los artículos que se consideren más importantes.
Habrá que establecer qué cuestiones han “envejecido” y han quedado fuera de la realidad actual, cuáles son los cambios importantes que la sociedad demanda y qué nivel de cambios se puede afrontar, qué temas quedaron en su momento demasiado vagos o imprecisos, cuáles fueron consecuencia directa de la presión franquista y cuáles han sido meramente decorativos y por tanto hay que  potenciar.
Si también la queremos llamar “transición” no será desde luego como su hermana mayor “la del 78”, pero no por ello dejará de ser necesaria y podrá ser muy positiva si sabe elegir y encajar las piezas importantes que ahora están desperdigadas por la mesa.

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