Sonadas
ya las campanadas se abre el período de otra tradicional tarea para estas
fechas: la lista de propósitos para el nuevo año. En realidad suele ser una de
las cuestiones más sencillas sobre las que apenas hay que pensar: todos los
años nos sirve la misma lista del año pasado. Aunque esta sencillez inicial
parece una ventaja, es sólo la muestra de que una vez más sigues sin cumplir tus
propósitos, y es el inicio de las también tradicionales escusas y frustraciones
por no haberlos conseguido.
Las
escusas son una forma de justificación, pero cuando uno se justifica ante sí
mismo, las escusas son una forma de autoengaño y uno se autoengaña si se hace
el tonto –entonces además de autoengañarse se miente sobre su condición intelectual-,
o si es tonto de verdad –me engaño a mi mismo y me lo creo-.
La
frustración es el sentimiento de fracaso que aparece cuando no se ha conseguido
lo propuesto. Tener una esperanza o proponerse un fin, puede ser el inicio de
una frustración.
Por
eso este 2018 me voy a esforzar un poco y voy a renovar mis propósitos.
Mi
primer objetivo para este año va a ser no tener que hacerme el tonto, ni mucho
menos serlo, ser realista y evitar lanzarme yo mismo a la frustración. Por eso
voy a eliminar o modificar sustancialmente aquellos propósitos de años
anteriores en los que he fracasado reiteradamente durante al menos tres años.
Primero,
no me apuntaré al gimnasio. Todo son ventajas. Me voy a ahorrar dos o tres
meses de cuotas, no voy a tener que hacerme trampas al solitario estando menos
tiempo en cada aparato que el que me marque el monitor, no voy a tener que
mentir y mentirme sacando escusas para no ir, no voy a pasar varias semanas con
cargo de conciencia porque pago y no voy, y por fin no me voy a sentir decepcionado
conmigo mismo cuando allí por marzo llame para no renovar la cuota –sin contar
la vergüenza de ir a darme de baja con cara de “mire usted, soy otro de sus
socios de esos que comienzan todos los años en Navidad”-.
Segundo,
no tendré paciencia con los tóxicos. Se llama ahora “personas tóxicas” –más o
menos- a las que de toda vida han sido personas petardas, egocéntricas y
pesadas que te amargan la existencia, prefiero llamarlas directamente “tóxicos”
porque el resultado es el mismo sea una persona o una sustancia que te produce
urticaria.
Ventajas.
Eres una persona más sincera e incluso le puedes hacer un favor si tu
sinceridad le lleva a reflexionar sobre sí misma. Ganas todo el tiempo que
perdías haciéndoles caso y no te carcomes por dentro mientras aguantas sus
monólogos. –Si el tóxico soy yo espero que mis amigos hagan el favor de
decírmelo-.
Tercero,
no dejaré los caprichos si no es una cuestión de supervivencia: alguna caña, el
chocolate negro, un queso bien curado en el Roncal... La vida sana y mejor la
sanísima está muy bien. Pero cuando año tras año en vez de mejorar tu calidad
de vida supone una carga sicológica, sana para tu cuerpo pero nada
satisfactoria para tu mente, es cuestión de plantearse si quieres vivir
disfrutando de estas satisfacciones o sólo quieres que con sus ausencias la
vida se te haga más larga.
No
sé si bajar el listón es una forma de conformismo o de asumir la derrota. No sé
si es realismo. Ni siquiera sé si el realismo es mejor que el idealismo: ¿es
mejor conseguir un objetivo pequeño o fracasar en la consecución de uno grande?
No sé si rendirse a los hechos es debilidad o inteligencia. Desconozco si evitar
la frustración es una forma de ser más feliz o una manera de no serlo nunca.
Si
cumplo mis propósitos para este año, en el 2019 me propondré aclararme sobre
estas cuestiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario