Del “Black Friday” a las rebajas
pasando por el puente foral, las compras navideñas, que si me toca la lotería,
que lo importante es la salud, la campaña electoral catalana, las elecciones y
sus resultados, el partido Madrid – Barça, Nochebuena y Navidad, Nochevieja y
Año Nuevo, más compras para Reyes y por fin, la vida normal tras peregrinar
buscando el mejor descuento. Este fin de año se nos presenta especialmente
denso.
Además este 2017, como dice una de
esas frases que circulan por la red, entre la campaña y las elecciones
catalanas, el Madrid – Barça del día 23 y
la cena con los cuñados, el que no discuta será porque no quiera. Las reuniones
familiares van a ser especialmente intensas.
Alguien tuvo la feliz idea de poner
las elecciones catalanas en fechas tan señaladas, no se si por las circunstancias
políticas o por esperar que el espíritu de la Navidad de serie americana invada
la campaña, quizá esperando celebrar los resultados en Nochebuena o que si se
declara la independencia resulte un rollo tener que hacer otra comida de
celebración entre Nochebuena y Nochevieja.
Mientras tanto, ver los resúmenes
televisivos y los programas especiales -especialmente empalagosos- de estos
días, escandalizarnos por la escenografía del discurso real de Nochebuena y
considerar si sus palabras han sido las adecuadas, elegir en qué cadena vemos
las campanadas, debatir sobre si el rey negro tiene que ser negro o pintado,
lamentarnos de que los pobres Reyes Magos siguen perdiendo la partida frente a
Papá Noel y el Olentzero, ir a patinar dondequiera que esté la pista de
patinaje, tal vez hasta ver belenes y si en algún momento nos despistamos preguntarnos
dónde quedó la Navidad original, sean tareas ineludibles para estos días.
Cuestión importante es establecer la
palabra del año. En 2016 aquí decidimos que fuera “populismo” –antes fueron
“refugiado”, “selfi” o “escrache”-, el Diccionario Oxford decidió que fuera
“posverdad”. Este 2017 en Estados Unidos ya han decidido que esa palabra sea
“cómplice”. En Inglaterra “noticia falsa”. Y en España -aún por decidir- se
habla de “despacito”, “millennial” o “resilencia”. Yo creo que debiera ser
“Cataluña”, aunque sea una redundancia.
Como estos días todos somos buenos,
donaremos alimentos y juguetes, habrá cenas para indigentes y en los
informativos, los centros de acogida serán noticia porque los más
desfavorecidos comerán turrón. El resto
del año se supone que algo irán comiendo.
Nuestros soldados en misiones de paz
se comerán las uvas con un ministro y unos periodistas, y algún aguerrido
reportero nos mostrará la Navidad en lugares de guerra. Lugares bombardeados
durante todo el año de los que hasta ahora desconocíamos su existencia y que
volverán a desaparecer tras las fiestas.
Quizá incluso, entre vino del bueno y
el asado, nos lamentemos de los más de 2800 migrantes muertos en el
Mediterráneo o de los miles de rescatados que para nosotros son sólo unas
mantas naranjas con rostros de africano. Algún desahuciado agradecerá que no lo
desahucian hasta que pasen las fiestas y en algún programa de televisión se
batirá el record de donaciones.
Volveremos a casa por Navidad y retornaremos
con algún kilo de más, unos regalos que no usaremos nunca y ganas de volver a
la ensalada. Con muy buena voluntad haremos una inversión a fondo perdido en la
matrícula del gimnasio y en la primera mensualidad. Y entre bajar las cajas al
contenedor, despejar la casa de juguetes, quitar el belén y el árbol,
volveremos por fin a la tranquilidad de la vida habitual. Sólo tendremos que reencontrarnos
con nuestro jefe, con los clientes que lo quieren todo para ayer, con llevarlos
al cole y a extraescolares, con el atasco mañanero y con la cuesta de
enero. Y en cuatro días, San Fermín.
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