jueves, 27 de septiembre de 2018

SAN FERMÍN SÍ, RESPONSABILIDAD COLECTIVA.

Si pasando la curva de Mercaderes, entrando en la Estafeta, la manada derrapa, a menudo algún animal queda descolgado y en su recorrido hacia la plaza es fácil que se cebe con algún mozo, una víctima fácil para un morlaco que le supera en fuerza, en envergadura y en instinto irracional. Los corredores de encierros no siguen como si nada hacia la plaza ni pasan mirando hacia otro lado, arriesgan su vida por salvar de las astas al compañero que se encuentra en una situación de indefensión. No son los Sanfermines una excepción, pero después del caso de esa otra manada de “morlacos”, superiores en fuerza, envergadura y en instintos irracionales, recuperar la fiesta y hacer de los Sanfermines un espacio en el que cualquier persona pueda moverse libre y sin miedo no es sólo una tarea institucional ni exclusivamente una obligación policial, es también una responsabilidad colectiva ya que estas situaciones tan graves tienen su base en comportamientos de acoso sexual que se produce en espacios públicos, en un espacio tan propio de nuestras fiestas. Yo propondría un objetivo, que los cinco metros cuadrados que nos rodean a cada uno, los establezcamos como “cinco metros libres de acoso y abusos”. Porque la pasividad de quienes son testigos de estos hechos o –lo que es peor- la participación como público que lo alienta, son aspectos frecuentes y fundamentales en situaciones de acoso que se producen en lugares públicos. La maldad de alentarlos es evidente. En cuanto a la pasividad, en general nos sentimos culpables de nuestros malos actos pero nos cuesta sentirnos culpables de los actos que no hemos realizado, el tradicional pecado de omisión que también en algunos casos -como la omisión de ayuda- es delito, pasa con frecuencia inadvertido a nuestra conciencia. ¿Qué podemos considerar acoso público o callejero? Toda práctica que ocurre en espacios públicos, que tiene el potencial de provocar malestar en la víctima y que posee carácter unidireccional. Es indiscutible que si algo tienen las fiestas de San Fermín es ser fiestas de calle, fiestas que se desarrollan en espacios públicos y que por ello, de alguna forma, nos hace a todos responsables de lo que en ese ámbito público ocurra. Por otra parte, el acoso es una situación que genera malestar. Sufrir acoso supone situarte en una situación de inseguridad, de inferioridad no sólo física, sino también en cuanto a tus derechos, a tu “ser persona” con capacidad de decisión. Supone generar sentimientos negativos como asco, culpa, miedo y supone condicionar comportamientos posteriores. Y por otra, es unidireccional. Que en un momento determinado alguien capte la atención de un extraño y éste pase a establecer algún tipo de relación con la otra persona, aunque en esa relación se incluyan proposiciones de tipo sexual, no quiere decir que exista acoso. La frontera entre lo que es acoso o no lo es, la establece que sea un acto unidireccional o unilateral, es decir, es acoso si no es un acto de comunicación o relación entre dos personas que voluntariamente así lo aceptan, es acoso si es un acto exclusivo de una parte que sin tener en cuenta los deseos de la otra toma iniciativas que coartan su libertad y que son por lo tanto violentas. Aunque el sistema judicial tiene razones que la persona media no entiende, creo que “las personas medias” tenemos el suficiente criterio como para discernir una situación de acoso de otra que no lo es. El lenguaje corporal, la invasión del espacio vital, el contacto físico rechazado, la presión de un grupo numeroso, las condiciones que pueden alterar la capacidad de decisión –borrachera-… son indicios como para ponernos en alerta en los cinco metros cuadrados que nos rodean.

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