miércoles, 15 de mayo de 2013

REVOLUCIÓN SILENCIOSA.

Cuenta Platón en el mito de los metales que el dios que ha formado a los hombres puso oro en la composición de los mejores, plata en la de los más valerosos, y hierro y bronce en los de más baja condición. Cuenta también que al ser de origen común, será frecuente tener hijos que se parezcan a los padres, pero que podrá suceder que "un ciudadano de la raza de oro tenga un hijo de la raza de plata, que otro de la raza de plata de a luz un hijo de la raza de oro, y que lo mismo suceda respecto a las demás razas." Parece pues que la herencia no trasmite ni la sabiduría ni la virtud que los padres pudieran tener, ni que su carencia en los padres impide que la capacidad de los hijos para adquirirla. Aunque a lo largo de la historia "ser hijo de" ha sido el mérito del currículo que más puertas ha abierto y todavía en la actualidad dinastías enteras de apellidos se repiten en altos cargos de empresas o gestores públicos, la revolución social más profunda y silenciosa que ha tenido lugar y que ha sido capaz de saltar las fronteras entre las diversas clases sociales ha sido la educación. Instaurar una educación universal, obligatoria, gratuita, de calidad e igual para todos independientemente de la clase social a la que se pertenezca ha sido el mecanismo más eficaz para que los hijos de los que en la estructura social pertenecían a la clase del hierro y el bronce hayan podido acceder a la de la plata o la de oro. Y al mismo tiempo un sistema basado en los méritos personales y no en la herencia recibida ha hecho posible que el hijo del antiguo terrateniente que empleaba a medio pueblo sea ahora uno más, y que la hija de uno de esos braceros que empleaba su padre sea ahora médico. Es verdad que todo no es tan idílico y que unas dinastías han sido sustituidas por otras: tenemos ahora dinastías de políticos o de amigos de estos, pero también es verdad que cualquier factor que perjudique esta movilidad social supondrá un paso hacia la implantación de un sistema rígido en el que cada uno volveremos a estar encasillados en el oro, la plata o el hierro de nuestros padres. Como factores que producen este inmovilismo nos vienen a la cabeza el aumento de las tasas universitarias al mismo tiempo que se reducen las ayudas a los alumnos con menos renta, el descuido de la enseñanza pública, la desaparición de medidas compensatorias o de desdobles. Pero no son los únicos: la orientación que se de al trabajo de los alumnos fuera del aula también puede ser un elemento que encasille a los alumnos en estratos estancos. El trabajo que se pide a los alumnos fuera del aula puede orientarse como un refuerzo a lo visto en clase o como una prolongación del aula que por lo tanto necesita de un profesor. Se puede tomar como una tarea que deben realizar nuestros hijos de forma autónoma o como una labor que tienen que hacer con ayuda para entregarla sin ningún error. Además de otras cuestiones de índole pedagógica, si ese trabajo se considera una prolongación del aula o una labor a realizar con los respectivos hijos, los padres con un nivel sociocultural superior o con medios económicos para pagar profesores particulares establecerán un ritmo de aprendizaje superior al que se sigue en el aula y que no serán capaces de seguir quienes tengan unos padres con poca preparación, pocos medios económicos o que se despreocupen de sus hijos. Si queremos que la escuela siga eliminado las barreras sociales y dando las mismas oportunidades a todos los ciudadanos, el acceso al conocimiento debe estar garantizado en las mismas condiciones para todos los alumnos.

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