A partir de la Revolución Científica las matemáticas
adquieren un protagonismo excepcional en nuestra metodología para explicar la
realidad.
Su exactitud y precisión aplicadas a la experiencia consiguen –junto
a otros elementos- que en pocos siglos
ciencia y tecnología avancen exponencialmente.
Su éxito en las ciencias naturales tuvo una gran
influencia, y su prestigio se fue y se ha ido extendiendo a un ámbito científico
y social muy amplio.
Sin embargo, aunque esta metodología matemática aporta
precisión, lo hace a costa de dejar fuera aquellos aspectos que no se pueden
cuantificar: identifica lo importante con lo expresable en números.
En este contexto, los padres damos gran importancia a
las notas que obtienen nuestros hijos, pero no podemos caer en el reduccionismo
de pensar que sólo aquello que es numerable es importante.
Las calificaciones que ponemos en los boletines de notas
aparentemente son equiparables y un 9 es mejor que un 6, pero sólo
aparentemente. Detrás de un 6 puede haber mucho más esfuerzo, trabajo y
constancia que detrás de un 9. De hecho, hace ya tiempo que los centros y las
empresas se dieron cuenta que son más realistas unos meses de prácticas que un
expediente: en las prácticas se ve a la persona en su conjunto.
E
sto no significa ni mucho menos que las calificaciones
no muestren un nivel de conocimientos y aptitudes necesarias para alcanzar esa
nota, pero es un reduccionismo pensar que automáticamente es mejor profesional –y
no digamos persona con mas recursos ante la vida- si tiene mejores notas: el
mundo profesional y las relaciones que en él se establecen son mucho más complejas
que las que se manejan en un centro educativo.
Existen multitud de aspectos
importantes que no se califican.
La directora del colegio con mejores resultados en PISA -Hanna
Sarakorpi- dice que su sueño para todos aquellos que han pasado por su escuela
es que la abandonen “conociendo sus fortalezas y debilidades, creyendo en sí
mismos, que puedan soñar y tener grandes esperanzas para su futuro, que puedan
amar y cuidar de las personas que lo necesiten, que quieran saber siempre más”.
Creo que podemos sacar al menos dos conclusiones.
La primera, que aunque nuestra forma de pensar está
configurada por esta concepción cientificista en la que lo cuantificable es lo
importante, las notas no son tan importantes -sobre todo en los niveles de
primaria y casi toda la secundaria-. Que más importante que un “hijo de
sobresaliente” es un “hijo buena persona”, trabajador, que tiene recursos para
solucionar problemas, que disfruta de su infancia, que sabe relacionarse, que
tiene curiosidad, que toca los timbres y sale corriendo para que luego le
echemos la bronca –si es que eso se hace todavía-.
La segunda, que parece por la experiencia de otros países,
que cuanto más importancia se da a aspectos no estrictamente cuantificables
como la curiosidad o la capacidad para resolver imprevistos, mejores resultados
se obtienen en las materias de estudio.
Somos seres complejos que tomamos decisiones en una vida
también compleja no programada ni planificada, vida que diseñamos con unas
decisiones que no se estudian cómo un temario para un examen y que implican
multitud de experiencias, capacidades y aprendizajes.
Simplificar es a veces necesario
porque somos incapaces de abarcar la realidad en su conjunto, pero esta
necesidad no significa que la realidad sea simple.
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