No es bueno comenzar desbordados,
pero sin tiempo apenas para hacernos cargo, los asuntos públicos se nos han ido
agolpando durante el 2014: comisiones varias, financiación de partidos,
infanta, el oscuro caso de un tal Nicolás, el caso de los ERE, tarjetas black…
toda una interminable lista con nombres y apellidos que nos ha causado
aburrimiento y hartazgo.
Este 2015 -año de campaña
electoral desde el día 1- nos llega cuando ya estamos cansados de instituciones
y gestores públicos que se han aprovechado de su situación privilegiada para
ensuciar la política y ponernos a un paso de una república bananera.
Ahora llegarán las elecciones y
mucho me temo que nos vamos a dedicar a
“quién es el menos corrupto” que a un debate de ideas.
Las ideas son opinables, los
principios variados y los medios diversos; pero las reglas de un juego
realmente democrático son estrictas. Por eso, no podemos dejar de exigir a
nuestros representantes -sean del partido que sean- el cumplimiento y la
implicación real en el respeto de unos principios básicos que garanticen un
sistema democrático, unos principios transversales que impregnen la vida
pública desde dentro y que estén presentes como algo más que una capa de barniz
que oculta la realidad.
Trasparencia. Como si de un gran
logro social se tratara diversas instituciones del Estado echan las campanas al
vuelo porque a partir de ahora van a ser transparentes, y es que ahora se han
dado cuenta de que la trasparencia tiene que ser uno de los principios del sistema.
Pero todas las instituciones que gastan el dinero del contribuyente, desde
siempre tendrían que haber rendido cuentas de sus gastos ante quienes los
financian: los ciudadanos. Nos hubiéramos evitado así la tentación de disfrutar
de viajes de placer a costa del Parlamento, de organizar fiestas con los amigos
a cargo del presupuesto del ayuntamiento o de cobrar dietas duplicadas por
reunirse a hablar del tiempo.
Hemos comenzado, pero todavía
quedan “zonas” muy poco transparentes.
Justicia. No podemos quedarnos
como si tal cosa cuando el propio presidente del Tribunal Supremo y del Consejo
General del Poder Judicial afirma que las leyes españolas no están pensadas
para sancionar a los grandes defraudadores sino “para castigar a los robagallinas”.
¿No debe ser la justicia igual para todos? Parece que sólo en el artículo 14 de
la Constitución.
Sin embargo, tras estas
declaraciones, esos partidos tan interesados en acabar con la corrupción han
seguido con sus cosas, como si esta situación jurídica no constituyera una gran
dificultad para combatir la corrupción.
Independencia del poder judicial.
¿Alguien puede explicar que el órgano encargado de velar por la independencia
de los jueces frente a otros poderes del Estado sea nombrado por otro poder del
Estado? La pescadilla que se muerde la cola y la puesta en cuestión de la
independencia judicial en sus altas instancias: si los controlados nombran al
controlador, ¿qué garantías tenemos de su independencia?
Conocimiento e información. La mejor
forma para controlar una sociedad no son unas leyes represivas basadas en el
ejercicio de la fuerza, la mejor forma para controlar una sociedad es controlar
la educación y los medios de información. Los mecanismos más eficaces contra la
manipulación son tanto la formación necesaria para evaluar y ser crítico, como
una información no ideológica o al menos plural. No podemos pretender la
superación de la demagogia o del oportunismo sin una adecuada educación de la
ciudadanía.
Seguramente estas y algunas otras
cuestiones sirvan para recuperar un factor fundamental en una democracia
representativa: la confianza y la credibilidad de quienes nos representan.
Perderlas, es mucho más importantes que perder los euros que han podido
llevarse a Suiza.
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