El historiador griego Plutarco escribía en el siglo I: “El primer mensajero que dio
la noticia sobre la llegada de Lúculo estuvo tan lejos de
complacer a Tigranes que éste le cortó la cabeza por sus dolores..." Esta es la
primera referencia de la que procede la expresión “matar al mensajero”, costumbre aplicada en la
antigüedad a los portadores de
malas noticias. Ahora, sin llegar a esos extremos, con demasiada frecuencia
continuamos arremetiendo contra el portador de las noticias y no sobre el
verdadero responsable de las mismas.
Hace algunas semanas yo mismo comentaba algunas –a mi entender- deficiencias metodológicas y de contexto que presentaba el informe PISA: qué aspectos se valoran, antecedentes de cada país, problemas específicos sobre la educación que damos a nuestros
hijos. Señalando estas deficiencias no
pretendía matar al mensajero “PISA”, sino abordar algunas de las múltiples aristas que muestra esta situación, aristas que frecuentemente se simplifican y se toman como verdades
absolutas que echan por tierra todo un sistema educativo.
Centrándome ahora en los aspectos
internos de la escuela creo que a la hora de mejorar los resultados obtenidos
hay que tener en cuenta aspectos fundamentales demasiado enquistados: la
metodología utilizada en las clases,
el número de alumnos que atiende
cada profesor, la formación del profesorado y la
correcta inversión económica.
Algunos relacionan los malos resultados obtenidos con los cambios que
se han producido en la forma de impartir las clases y reivindican una vuelta a
las antiguas formas. No es momento de detallar cada punto posible y no todo lo
anterior es negativo, pero la cultura y la sociedad han cambiado, los alumnos
han cambiado y por tanto las formas de la escuela deben de cambiar.
Fundamentalmente en las etapas obligatorias, hay que motivar y
despertad curiosidad. Hay que combinar la formación en su sentido más clásico de aprendizaje de
contenidos con la utilización de la información que tenemos al alcance de la mano en unos pocos
clicks. Hay que potenciar que el alumno una vez orientado, encamine su
aprendizaje por aquellos caminos que despiertan su interés y a partir de aquí aprenda a utilizar
habilidades y recursos para completar ese aprendizaje.
En cuanto a los alumnos que atiende cada profesor, desconozco que
aspectos influyen para que según las estadísticas haya un profesor por cada diez o doce alumnos
-según los niveles-. Si sé que un profesor de una materia de tres horas,
atiende en secundaria a 175 o 210
alumnos semanales –según la Comunidad de la que se
trate-, y entre 210 y 245 si son de bachillerato. Y si sé que con ese número de
alumnos muchas cosas son imposibles.
Otro aspecto fundamental es la formación del profesorado. Tenemos que reconocer la necesidad de una formación
continúa en lo referente a las nuevas y variadas situaciones que se dan en la
escuela, a los rápidos cambios que se dan en el alumnado y que con frecuencia
nos desbordan. Y como consecuencia, hay que desarrollar planes desde las
necesidades reales que se dan en los centros y que el profesorado demanda.
Y en cuanto al gasto habrá
que analizar
con detenimiento cómo se gasta en los países cuyos resultados destacan del resto y habrá que tener en cuenta que ese desfase
educativo-generacional que llevamos con respecto a otros países influye en los resultados de los alumnos
actuales y exige un gasto extra para acortar esta diferencia.
Para acabar, unas ideas quizá descabelladas.
Mayor confianza en los profesionales de la educación que estamos en las aulas, mayor coordinación con quienes ven las necesidades de esos alumnos fuera de las aulas –trabajadores sociales, etc.- y en todos, una visión de futuro no movida por intereses puntuales.
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