"¿Cuándo
llegamos? ¿Cuándo llegamos? ¿Cuándo
llegamos?...." Como a un niño
pequeño en un interminable
viaje veraniego en Renault 4 es la única
pregunta que se me ocurre cuando oigo o leo ruedas de prensa y entrevistas a líderes políticos.
El último día antes de las vacaciones el Presidente nos cuenta
lo bien que vamos y el líder de la oposición que más bien vamos mal.
En dos
días los dos partidos
mayoritarios ejercen a pleno pulmón
lo mismo que critican a los demás:
propaganda, y en todo tipo de tertulias se
repite hasta la saciedad por activa y por pasiva que los españoles elegiremos, que no somos
tontos y que –refiriéndose al resto- no nos traten como sí lo fuéramos.
Llámenme suspicaz, pero cuando nos
repiten tantas veces lo mismo empiezo a preocuparme: ¿será que
sí somos tontos o que al
menos nos comportamos como si lo fuéramos?
Me
aburro. Me aburro de escuchar y volver a escuchar, me aburro de verdades a
medias, de datos tergiversados o interpretados de forma parcial, de recetas
milagrosas que curan todos los males, de que la única respuesta sea tú
tenías
más
paro, tú
tenias menos exportaciones, tú perjudicaste más a los
pensionistas… y de lo que sea, si es malo, tú más.
Como al
niño
pequeño
que pregunta y repregunta “¿cuándo llegamos?” nos responden que
pronto, que ya falta poco. Pero si la pregunta se refiere a cuándo
llegaremos a estar como estábamos, la respuesta –llámenme
pesimista- será: “yo ya no lo veré”.
Nos
movemos entre múltiples bandas, unas enfrentadas y otras entrelazadas. La de
un ejecutivo que nos pone sobre la mesa una perspectiva hiper optimista que no
se ve en la calle. La de un nuevo líder socialista que afirma más
o menos lo mismo que todos los candidatos antes de llegar al gobierno. La de
una izquierda, ya situada en el panorama político, que ve amenazada su situación
por una nueva organización también de izquierda que de la nada ha
ascendido a cinco eurodiputados. La de esta organización que recoge buena
parte del descontento generalizado con los grupos tradicionales, que pone sobre
la mesa las mismas cuestiones que se tratan mientras tomamos un café
pero que no acaba de concretar las soluciones. Y para rematar, la banda de
mangantes: “políticos-nuevos-ricos” a golpe de comisión,
sueldos y complementos impresentables, familias enteras nombradas a dedo para
trabajar en organismos públicos, padres alcaldes con hijos empresarios que se llevan
todas las concesiones del consistorio… Y si alguien nos quedaba muy
honorable, ahora se le atribuyen delitos entre los que andan al menos mil
ochocientos millones de euros.
Me
aburro de suscribir análisis y de creerme promesas previas ante cuatro años
de poder. Análisis y promesas de unos porque no han estado hasta ahora en
el gobierno y de otros porque precisamente ahora que llegan elecciones van a
hacer lo que no han hecho. Todos va a bajar impuestos, van a impulsar el
desarrollo industrial, van a potenciar la investigación, controlar el
sector energético, mantener el estado del bienestar, echar a los
corruptos, generar empleo… Pero a partir de aquí
surgen varias cuestiones: si realmente pretenden hacer lo que dicen o sólo
lo afirman en el contexto de una precampaña electoral, cómo piensan hacerlo,
si esos planes que tienen se pueden llevar a la práctica o si todo
nuevamente se quedará en buenas palabras y “más de lo mismo ciudadano”.
Tener más
experiencia nos hace menos incautos, menos ingenuos. Pero también
nos hace más desconfiados, coarta nuestras esperanzas y genera muchas
reservas para no quedar nuevamente defraudados.
Yo,
como Serrat, “harto ya de estar harto ya me cansé…”.
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