miércoles, 12 de junio de 2013

EL LENGUAJE DE LA CRISIS.

Cuando inventamos algo, le ponemos nombre. Cuando descubrimos un lugar, una partícula, un planeta... también lo nombramos, porque aunque estaba allí, nombrarlo significa darle existencia para nosotros. Comenzamos a superar un problema cuando somos capaces de hablar de él y los temas tabú son innombrables. El lenguaje crea y nos crea, con él descubrimos, nos liberamos pero también nos encerramos y nos encadenamos. 
Controlar la entonación, la expresividad, los matices, los silencios, las sugerencias, los gestos... puede significar también controlar a las personas. Porque el lenguaje saca a la luz la realidad pero también puede ocultarla, enmascararla, manipularla o falsearla. 
Falseamos la realidad cuando nombramos como real lo irreal, cuando en lugar de manifestar el significado lo ocultamos. Venderle a alguien que "las fuerzas cósmicas canalizan la energía que le llevará a la felicidad" pretende a través de las palabras convertir lo irreal en real, y hablar de "daños colaterales" para referirnos a la muerte de civiles en bombardeos militares es ocultar con palabras la verdad. 
La crisis económica y las soluciones adoptadas para superarla han hecho que políticos, asesores y jefes de prensa hayan agudizado su ingenio para decirnos al mismo tiempo que nos ocultan, para nombrar lo innombrable sin nombrarlo. La crisis ha creado su propio lenguaje. 
Tomar "medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas" o un “afloramiento de bases” no son tecnicismos económicos incompresibles para el común de los mortales, es enmascarar una amnistía fiscal que puede causar rechazo entre los ciudadanos. Aplicar “procedimientos de ejecución hipotecaria” nos deja impávidos, cosa que no ocurre si sabemos que es lo mismo que ejecutar desahucios.
Se falsea la realidad creando imposibles cuando se llama “tasa negativa de crecimiento económico” a la recesión económica: ¿se puede crecer hacia abajo? 
Se oculta, cuando a la subida del IVA se le denomina “gravamen adicional” o “reducción de la imposición sobre el trabajo, aumentando la del consumo”. Cuando abaratar el despido se convierte en “flexibilizar el mercado laboral”, cuando “mejorar la competitividad” es reducir los salarios. 
Se enmascara cuando a la emigración de los jóvenes se le llama “movilidad exterior” o cuando los recortes se transforman en “reformas estructurales necesarias”. Cuando el rescate bancario es un “préstamo favorable”, un “apoyo financiero” o “una línea de crédito”. 
Congelar el salario mínimo es “mejorar la competitividad”, establecer un “ticket moderador” es el copago farmaceútico, el empleo precario es ahora un “minijob” y hablar de “reequilibrio fiscal ponderado” o “reorganización tributaria optimizada” es hablar de impuestos. 
Al mismo tiempo y también utilizando el lenguaje se descalifica o demoniza a quienes son críticos. Los profesores y sanitarios que hacen huelga son ahora “irresponsables” porque ese día dejan abandonados a alumnos y enfermos, pero liminar profesores y sanitarios de las plantillas o lo que es lo mismo atender peor a los alumnos durante todo el curso o alargar las listas de espera es un “acto de responsabilidad”. Los desahuciados que se manifiestan son nazis y terroristas. Los que cuestionan a los políticos y sus decisiones “antisistema” y “desestabilizadores”. 
Las palabras las carga el diablo. No son inocentes. Cambiar el lenguaje es cambiar la forma de entender la vida. Pero aunque en lugar de estar gordos padezcamos sobrepeso, seguimos pesando lo mismo.

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