No hace mucho veía una película de acción de hace unos años
y me quedaba sorprendido por sus largos diálogos. En su momento era una
película dinámica y enérgica, con sus escenas de persecuciones y tiros. Ahora
desconciertan sus largos minutos de conversaciones, su argumento elaborado,
incluso sus tramas paralelas.
Poco a poco y sin darnos cuenta nos hemos ido acostumbrando
a otro tipo de cine de acción, el actual: argumentos simples que con una
cantidad ingente de efectos especiales forman una sucesión ininterrumpida de
escenas increíbles, escenas que a velocidad de vértigo se convierten en una
película.
No es casualidad que el cine haya tomado estos derroteros,
al resto de la vida le ha pasado lo mismo.
Y un poco unos y otro poco otros, colaboramos a que así sea.
Nos levantamos, desayunamos, llamamos a los niños,
preparamos desayunos y almuerzos, los volvemos a llamar porque no se han
levantado, deshacemos las camas, mientras desayunan nos duchamos, mientras nos
duchamos ventilamos las habitaciones, cuando salimos de la ducha les “vamos
empujando” para que se laven y se vistan, hagan las camas, las mochilas, “sal ya del baño” “cuanto tiempo llevas
peinándote”...
Con los minutos contados salimos hacia el colegio. Acelero,
el semáforo está en amarillo pero voy justo. Aparco en doble fila, los llevo
rápidamente no vaya a ser que los municipales... beso, beso y hasta la tarde.
Ahora “una tranquila jornada de trabajo”, tal como están las
cosas sin problemas de ventas ni riesgo de despidos. A la hora del café llamo al pediatra, otro rato se me va la
cabeza a la lista de la compra, a que llega el frío y a que a la mayor le hacen
falta camisetas.
Por fin salimos de trabajar, los niños en el comedor
haciendo alguna extraescolar y/o los deberes porque a la salida no tienen
tiempo de hacerlos todos. Comemos, recogemos, vamos a buscarlos. Merienda en el
coche y vamos rápido uno a la piscina y otro a inglés, mañana fútbol.
Ya en casa. La comida de mañana, la cena de hoy, no he
puesto la lavadora y no hay chandals limpios... Sí, es una resta con llevadas;
¿has hecho lo de plástica?, dejo esto en el fuego y voy, el cuaderno lo dejaste
en el segundo cajón ¡tiene que estar allí!
A la ducha y después podéis jugar un rato a la consola -a
uno de esos juegos que les pone en tensión y estimula sus nervios- o podéis ver
en la tele quizá alguna película de acción.
Añadamos lo de trabajar a turnos o partido, guardería desde
no sé que horas de la mañana, ir al hiper...
De paso, cada vez más de moda las bebidas estimulantes,
estar todo el día pendiente del móvil, estudiar al mismo tiempo que chatear en
el twenti. Y de paso, más cantidad de adultos, niños y adolescentes con
problemas de ansiedad.
Si vivimos en constante tensión trasmitimos tensión, si
estamos nerviosos y gritamos nuestros hijos están nerviosos y gritan, si
estamos susceptibles cualquier cosa es un mundo. Necesitamos parar, estar un
rato solos buscando la tranquilidad, a nuestra pareja, a nuestros amigos.
Conversar, y no repetir mantras. Trasmitir calma, que no por mucho madrugar
amanece mas temprano, que “no hacer nada” durante un rato no es lo mismo que
ser un vago; que más vale hacer una cosa despacio y bien, que muchas deprisa y
mal; y que en media hora, hay tiempo para hacer una tarea de media hora y no
tres ¡qué le vamos a hacer!
Cuando teníamos la edad de nuestros hijos todo era más
tranquilo, sucedía con más pausas, con “tiempos muertos” a la fresca. Poco a
poco y sin darnos cuenta, nos hemos ido acostumbrando a otro tipo de vida: una
cantidad ingente de “efectos especiales” formando una sucesión ininterrumpida a
velocidad de vértigo. Y es que ahora, vivimos “más rápido que deprisa”.
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