Sin ánimo de quitar
importancia al resto de cuestiones que se han ido tocando últimamente, hay que
subrayar un tema que me parece importante y que ha sido cuestionado
en varias ocasiones: la atención a la diversidad.
Se ha argumentado que el
que no quiere estudiar no estudia de ninguna manera
independientemente del profesor que le de clase y del número de
alumnos que estén en el aula; que la solución pasa por el orden,
el respeto y el rigor científico; que la atención a la diversidad
es un concepto abstracto y difuso, que no hay valoraciones de este
recurso y que es tan cara como inoperante para los alumnos.
Parece que esas opiniones
se refieren a los grupos que buscan esa atención a la diversidad
reduciendo el número de alumnos por aula y olvidando, que también
es atención a la diversidad la optatividad o las múltiples tareas
que puede realizar el tutor. A pesar de todo, yo también me centraré
en esos grupos reducidos.
En primer lugar, hay que
aclarar que cuando hablamos de estas clases, no estamos hablando sólo
de alumnos que no quieren estudiar, que tienen un mal comportamiento
y que crean graves problemas de disciplina. El concepto de atención
a la diversidad comprende también a alumnos con carencias
significativas debidas por ejemplo a una falta importante de base, a
sufrir determinadas enfermedades físicas o psíquicas, a presentar
una diferencia significativa en sus capacidades intelectuales o todo
al mismo tiempo.
Que los alumnos quieran o
no quieran estudiar no es una cuestión tan simple. Uno puede no
querer cuando las cosas siempre le salen mal, cuando nadie le anima,
cuando no encuentra algo atractivo o cuando le parece inútil lo que
hace. Por eso, es fundamental el profesor y el tiempo que puede
dedicar a cada uno de sus alumnos. Es mucho más sencillo así,
hacerles ver que son capaces de resolver problemas, animarles a
seguir intentándolo, buscar contenidos y formas que les resulten más
atractivas o relacionar los contenidos con la práctica. Esta es en
muchos casos la diferencia entre querer o no querer.
En cuanto al orden, el
respeto y el rigor necesario en el aula estoy totalmente de acuerdo.
Pero está más que comprobado que ese orden y respeto puede
conseguirse de forma mucho más efectiva en una clase reducida que en
una de veinticinco alumnos.
La atención a la
diversidad no es un concepto abstracto y difuso, sino muy concreto:
adaptar los contenidos y la atención a las circunstancias
individuales de cada alumno. Que debiera valorarse su eficacia de la
forma más objetiva posible, totalmente de acuerdo. Pero ya que esa
valoración no existe o la desconocemos, ¿cómo se puede afirmar de
forma tajante su inoperancia con respecto a los alumnos? A mi la
experiencia me dice justamente lo contrario.
Que es más costosa una
clase de 12 ó 15 alumnos que una de 25, claro. También es más
costoso un médico por cada 10.000 habitantes que uno por cada
100.000. La cuestión es ahorrar en los temas más innecesarios o
donde sea más reducido el impacto del ahorro.
¿Realmente es la atención a la diversidad una
medida tan inoperante, un recurso sin aspectos positivos?, ¿o se
está preparando el camino para que pensemos que es un gasto inútil,
y que por tanto no pasa nada por suprimirlo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario