martes, 6 de abril de 2010

EN CONFLICTO CON EL MUNDO.

Los problemas que se nos plantean en la edad adulta con frecuencia hacen que veamos como intrascendentes las dificultades y dudas que tuvimos en la adolescencia y, como ya he comentado en alguna ocasión, la memoria no es una reproducción exacta de los hechos o circunstancias que nos ocurrieron, sino que a menudo es un recuerdo parcial o una interpretación de lo que en realidad ocurrió.

Olvidar estas situaciones nos lleva a minimizar todas las dificultades y problemas que se viven en la adolescencia; período en el que con seguridad es el momento que más cambios se producen, más rápidamente se suceden y más conflictos nos crean. Cambios y conflictos, internos y externos, simultáneos en múltiples campos, que dificultan la convivencia con los más cercanos, pero también la convivencia con uno mismo.

Los más evidentes son los cambios corporales: aparece el vello, salen granos, se desarrolla la masa muscular, los genitales en los chicos y los pechos en la chicas... el cuerpo de niño va cambiando y no siempre responde a las expectativas que se tenían: no soy tan alto, ni tan guapo, ni tan fuerte como me esperaba o no respondo a los cánones de belleza que se imponen; desarrollo antes o más tarde que la media de mis compañeros o parece que el cuerpo se desarrolla sin coordinación pasando alguna etapa un tanto desgarbado. Los cambios corporales pueden causar complejos cuando son rápidos o descoordinados, cuando se producen demasiado pronto o demasiado tarde en relación a la mayoría; pueden ser causa de descontento cuando no se acepta el nuevo cuerpo, convertirle en objeto de risas o acoso en la escuela y en otros casos pueden causar problemas alimenticios más o menos graves.

Las hormonas están a pleno rendimiento, los cambios de humor son frecuentes, drásticos y rápidos. Emociones y sentimientos crean confusión y dificultan las relaciones con los demás y malestar individual. La mentalidad infantil se alterna y confunde con la mentalidad de un incipiente adulto: “pelean” por salir tarde, por no estar controlados, por comportarse como mayores; pero al mismo tiempo, continúan viendo las series de dibujos animados o jugando con sus muñecos de toda la vida. Rechazan las muestras de afecto de sus padres pero también suelen sentirse poco atendidos y, demandan atención, aunque a los padres nos cueste acertar cómo dársela. Rechazan las críticas paternas al mismo tiempo que a su pesar, y al menos al principio de la pubertad, los padres continúan siendo un referente en sus vidas.

La libertad que tanto solicitan, les puede crear una cierta “crisis de responsabilidad”; buscan libertad pero no acaba de gustarles sus consecuencias: sólo ellos son los responsables de sus actos. Esta libertad que sienten necesaria; al mismo tiempo les causa miedo, incertidumbre, inseguridad. No quieren límites, pero si no los tienen se sienten perdidos y abandonados por sus padres.

Los amigos van cambiando en función de la evolución física y psíquica de cada uno, sufren las primeras decepciones importantes. Están buscando su identidad, su estilo, su forma de vestir... tienen múltiples opciones para construir su identidad y pocos criterios para elegirla: prueban, dudan, se equivocan. Surgen los primeros amores y sus primeras crisis, sus primeras frustraciones cuando contrastan lo ideal y lo real.

Y entre todo este alboroto físico y emocional, entre todos los conflictos individuales y sociales, entre todas las seguridades inseguras, entre todos los miedos y afectos rechazados, estamos los profesores y padres: a veces desconcertados, a veces impotentes, a veces enfadados... pero siempre, intentando poner un poco de calma.

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