viernes, 5 de marzo de 2010

FALSA REALIDAD

Érase una vez unas familias que creaban alrededor de sus hijos un mundo sin problemas, lleno de ropa y deportivas de marca, de los últimos juegos del mercado, y en el que siempre encontraban unos brazos protectores que los mantenía en el mundo de la inocencia, de la irresponsabilidad y del más absoluto de los limbos. Unas familias en las que los hijos creían vivir en una comedia americana.

Érase una vez unos hijos que no conocían el más mínimo esfuerzo, que no sabían lo que les costaba a sus padres ganarse la vida y mantener una familia, unos hijos que apenas en alguna ocasión se habían visto en la necesidad de solucionar sus problemas por sí mismos porque sus “padres colchón” se encargaban de parar todos los golpes, de poner la cara donde fuera para evitarles la responsabilidad, de subirlos siempre sobre sus hombros para que no se lastimaran en el esfuerzo, de buscar culpables que liberaran a sus hijos de sus responsabilidades. Niños y adolescentes dueños del mando a distancia esté quien esté viendo la tele, centros del universo creado a su alrededor y para su servicio. Veinteañeros que confunden la felicidad con una noche de marcha, que necesitan vacaciones pagadas y coche aunque no trabajen o no hayan aprobado ninguna.

Pero después de tanto paraíso ficticio y fabricado, después de tanta dosis de brazos protectores y ajenos: llega la realidad.

Una realidad que los desborda y los paraliza, que les hace sentirse impotentes o incapaces, que les hace sufrir porque esa falsa realidad vivida hasta ahora no se corresponde con el auténtico mundo. Un mundo en el que nadie regala un sueldo, en el que no se puede replicar al jefe, en el que en muchas ocasiones no puedes quejarte, en el que obtener malos resultados supone el despido, en el que los compañeros son los primeros que te exigen porque tu falta de competencia supone más trabajo para ellos.

Realidad en la que cuesta llegar a fin de mes y pagar la hipoteca, en la que no llega para las marcas y en la que los problemas te los solucionas tú o no se solucionan. Adultos que no aciertan a convivir porque convivir supone ceder y renunciar a su “yo-centrismo”.

Falsa realidad que no prepara para la vida, que forma adultos a los que resulta difícil alcanzar la felicidad, a los que ese afán sobreprotector los acaba maltratando.

A pesar de todo; érase una vez familias que progresivamente iban dando responsabilidades y recompensas, iban enseñando que las cosas cuestan y que existen límites, actitudes que harán posible que sus hijos se enfrenten a ese mundo real que les espera.

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