Antes de la invención de la imprenta los libros eran vienes escasos y caros a los que
-independientemente del analfabetismo de la época- era difícil acceder. Cada
copia exigía la larga dedicación de un copista y quedaba depositada en la
biblioteca del monasterio. Hasta allí llegaban los estudiosos y algunos, poco
cuidadosos, anotaban al margen los comentarios que le sugería la lectura.
En
este proceso de copia tras copia, algunos copistas introducían como parte de la
obra los cometarios que otros lectores anteriores habían puesto al margen.
Ideas
de anónimos pensadores pasaban así a la historia como propias de Aristóteles,
San Agustín o Boecio. Una forma de confundir a los estudiosos posteriores a los
que les resultaba difícil distinguir qué pertenecía al original y qué no. Así,
con malicia o sin ella, algunos autores acabaron diciendo lo que nunca habían dicho.
Los
hechos van construyendo la realidad cuando los protagonistas la van creando.
Una vez pasada, esa realidad se convierte en un relato que llamamos historia,
relato que introduce selecciones, interpretaciones o comentarios que no son
originales y que confunden a quienes sólo conocerán esa realidad por los
estudios históricos.
Escribir
la historia es así una “batalla” después de la batalla que quiere contar.
La
historia puede convertirse en un recuerdo que traiciona los sufrimientos, el
valor y la lucha de quienes ya han muerto. Ni siquiera es un fósil fiel a la
planta original petrificada, la narración puede ser indefinidamente reinterpretada,
moldeada o maleada en la dirección que en cada momento interese.
Cuando
ya no podemos preguntar a los protagonistas, vienen las interpretaciones de los
porqués y los motivos, las discrepancias y las acusaciones interesadas que
sirven para justificar una cosa y su contraria. Si ya el recuerdo es un reflejo
reinterpretado por el propio sujeto y es difícil explicar el presente con sus
protagonistas, es prácticamente imposible comprenderlo sin ellos. Dejar pasar
el tiempo y que desaparezcan es una forma sutil pero efectiva que prepara la
manipulación.
Por
eso no podemos dejar pasar la oportunidad.
Que los protagonistas hablen y dejen
constancia. Que expongan sus puntos de vista, sus motivaciones, su visión de la
realidad y la exactitud de sus actos. Que nadie pueda decir que dijeron lo que
nunca dijeron o que lo hicieron por una causa que les es totalmente ajena.
Para
justificar nuestra situación actual, buceamos en la historia remota para
explicar si los guipuzcoanos que participaron en la conquista de Navarra -como
parte del ejercito castellano- lo hicieron voluntariamente o por obligación.
Una
parte de nuestra historia reciente está todavía enterrada en cunetas
identificadas por supervivientes, sus hijos o sus nietos. ¿El paso siguiente
será su olvido?
Nuestra
historia presente está siendo escrita ahora por quienes ven el desarme de ETA
como un acto de buena voluntad a pesar de los estados español y francés o por
quienes lo interpretan como un triunfo policial. Por quienes justifican los asesinados,
secuestros y atentados… y por quienes ven en esos actos terrorismo
injustificado contra un estado de derecho.
Si
buscamos la verdad, la exactitud y el rigor tendremos que aplicar ese principio
académico de “acudir siempre a las fuentes”, cosa que sólo podemos hacer cuando
las fuentes están aquí en primera persona. Después serán sólo recuerdos,
referencias, fragmentos que podrán ser interpretados y debatidos en función de
las tendencias interesadas y que difícilmente podrán ser taxativas ya que no
son hechos con fecha y hora sino vivencias, miedos, ilusiones que sólo los
protagonistas pueden trasmitir.
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