sábado, 10 de junio de 2017

EL VALOR DE LA HISTORIA

Antes de la invención de la imprenta los libros eran vienes escasos y caros a los que -independientemente del analfabetismo de la época- era difícil acceder. Cada copia exigía la larga dedicación de un copista y quedaba depositada en la biblioteca del monasterio. Hasta allí llegaban los estudiosos y algunos, poco cuidadosos, anotaban al margen los comentarios que le sugería la lectura. 
En este proceso de copia tras copia, algunos copistas introducían como parte de la obra los cometarios que otros lectores anteriores habían puesto al margen. Ideas de anónimos pensadores pasaban así a la historia como propias de Aristóteles, San Agustín o Boecio. Una forma de confundir a los estudiosos posteriores a los que les resultaba difícil distinguir qué pertenecía al original y qué no. Así, con malicia o sin ella, algunos autores acabaron diciendo lo que nunca habían dicho. 
Los hechos van construyendo la realidad cuando los protagonistas la van creando. Una vez pasada, esa realidad se convierte en un relato que llamamos historia, relato que introduce selecciones, interpretaciones o comentarios que no son originales y que confunden a quienes sólo conocerán esa realidad por los estudios históricos. 
Escribir la historia es así una “batalla” después de la batalla que quiere contar. La historia puede convertirse en un recuerdo que traiciona los sufrimientos, el valor y la lucha de quienes ya han muerto. Ni siquiera es un fósil fiel a la planta original petrificada, la narración puede ser indefinidamente reinterpretada, moldeada o maleada en la dirección que en cada momento interese. 
Cuando ya no podemos preguntar a los protagonistas, vienen las interpretaciones de los porqués y los motivos, las discrepancias y las acusaciones interesadas que sirven para justificar una cosa y su contraria. Si ya el recuerdo es un reflejo reinterpretado por el propio sujeto y es difícil explicar el presente con sus protagonistas, es prácticamente imposible comprenderlo sin ellos. Dejar pasar el tiempo y que desaparezcan es una forma sutil pero efectiva que prepara la manipulación. Por eso no podemos dejar pasar la oportunidad. 
Que los protagonistas hablen y dejen constancia. Que expongan sus puntos de vista, sus motivaciones, su visión de la realidad y la exactitud de sus actos. Que nadie pueda decir que dijeron lo que nunca dijeron o que lo hicieron por una causa que les es totalmente ajena. 
Para justificar nuestra situación actual, buceamos en la historia remota para explicar si los guipuzcoanos que participaron en la conquista de Navarra -como parte del ejercito castellano- lo hicieron voluntariamente o por obligación. Una parte de nuestra historia reciente está todavía enterrada en cunetas identificadas por supervivientes, sus hijos o sus nietos. ¿El paso siguiente será su olvido? Nuestra historia presente está siendo escrita ahora por quienes ven el desarme de ETA como un acto de buena voluntad a pesar de los estados español y francés o por quienes lo interpretan como un triunfo policial. Por quienes justifican los asesinados, secuestros y atentados… y por quienes ven en esos actos terrorismo injustificado contra un estado de derecho. 
Si buscamos la verdad, la exactitud y el rigor tendremos que aplicar ese principio académico de “acudir siempre a las fuentes”, cosa que sólo podemos hacer cuando las fuentes están aquí en primera persona. Después serán sólo recuerdos, referencias, fragmentos que podrán ser interpretados y debatidos en función de las tendencias interesadas y que difícilmente podrán ser taxativas ya que no son hechos con fecha y hora sino vivencias, miedos, ilusiones que sólo los protagonistas pueden trasmitir.

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